Una cita con el pasado

821 85 11
                                    

Nicolás.

Hubiera agradecido que Mariel me dijera donde se encuentra Lorenzo así puedo saludarlo, después de todo que caso tiene estar aquí si no voy a verlo. Comienzo a caminar por el salón, observo a los invitados y trato de adaptarme al entorno. Reconozco algunos rostros y evito la mayoría, un par de personas se quedan viéndome al pasar y asumo que también saben quién soy. Pero no se acercan, deben estar pensando si es posible que me encuentre aquí. Otros invitados que gozan de la ignorancia me saludan amablemente. Entre ellos una anciana con acento irlandés me cuentan sobre sus nietos viviendo en el exterior y una señora me habla más de lo que quisiera sobre lo hermosa que quedó la casa luego de las remodelaciones, mencionando en medio las fantásticas vacaciones que se tomó la familia en Bali. Yo asiento a todo y platico como si estuviera al tanto de la situación. T

Sin embargo no dejo de estar pendiente de una pareja peculiar que se encuentra conversando con otro grupo de personas no muy lejos de donde esto yo, y digo peculiar porque se que hace un buen rato llevan con su atención puesta en mí. Todavía no se decidieron a acercarse, están tanteando la situación, pero cuando la anciana, de nombre Amelie, menciona al mayor de sus nietos, la mujer ve la oportunidad perfecta para unirse a la conversación.

—Tu nieto Augusto es tan buen chico, Amelie —dice, acercándose junto con quien parece ser su pareja—. Me lo crucé en el club de campo hace unos días y debo reconocer que quedé impresionada ante el hombre que estaban viendo mis ojos. Y yo que todavía lo recuerdo correteando en la playa en pañales cuando íbamos de vacaciones todos juntos a los Hamptons.

Su sonrisa es seductora, no solo en el sentido sexual sino que te dan ganas de ganarte su confianza pero en el fondo sabes que lo usará en tu contra. Muy específico tal vez para una primera vista, pero se bien reconocer a esta clase de personas. Su cabello rojo fuego está levantando en un peinado con algunos mechones sueltos cayendo por su cuello, la única parte del cuerpo que probablemente muestre pequeños indicios de su edad y aún así luce genial.

—Gracias, querida, tienes toda la razón —responde la anciana, orgullosa—. Mi Augusto se parece cada día más a mi querido esposo cuando era joven. Antes era igualito a su madre, pero con el tiempo fue cambiando y ahora es una réplica de Benicio.

—Lo invitaré a navegar uno de estos días. Sus fanatismo por el mar continúan intactos, ¿no? —pregunta el hombre.

—Oh no tienes idea. Todavía conserva el yate que le regalaron a Benicio para sus sesenta años. Adorará saber de tu invitación —contesta, sonriendo como si quisiera compartir la emoción con todos a su alrededor y mirándome, agrega—: Mi difunto marido, el señor Benicio Crespo, era un amante empedernido del mar, decía que si no se hubiera hecho cargo del negocio familiar probablemente hubiera sido uno de esos pescadores que viven navegando.

—Puedo imaginarlo —contesto, pensando internamente en que los ricos siempre fantasean con oficios que en su puta vida harían.

El hombre toma este pequeño intercambio como una oportunidad para presentarse.

—No creo haberte visto antes. Soy Andrés Kotch —se presenta, extendiendo su mano. Es un hombre alto, me saca aproximadamente dos cabezas y mantiene un buen porte. Acepto el saludo y me entumezco ante el firme apretón que lleva a cabo con mucha determinación y seguridad, cuando tengo de regreso mi mano siento que son las de una niñita delicada—. Ella es mi hermosa esposa, Olivia Kotch.

—Un gusto conocerlos, soy Nicolás —me limito a decir, dándome cuenta que esperaban oír mi apellido.

—¿Eres cercano a la familia, Nicolás? —pregunta Olivia.

La lección© [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora