In sickness and in health - Capitulo 3

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Su gorra estaba tirada en alguna parte de la habitación. Quiso buscarla, pero la enfermera Peters le pasó la mano por el cabello, juntándolo para que no se ensuciara.

–Cariño, ¿te sientes mejor?

Negó con la cabeza y sintió como si su cerebro también se moviera dentro de su cráneo. Algunas veces en su vida había estado enferma, pero nunca en esta magnitud. Tuvo ganas de llorar y las lágrimas comenzaron antes de que encontrara la fuerza para detenerlas.

–Oh no, no llores, en unos días estarás mejor. Es la reacción del cuerpo al tratamiento, los medicamentos son muy fuertes.

Quiso decirle que no era necesario que le mintiera. Nadie podía saber cuándo mejoraría, o incluso si alguna vez lo haría.

Ayudándola a meterse en la cama, la enfermera la tapó con cuanta manta encontró, pero ella sintió que moría de frío.

–Te sientes así porque todo lo que has comido se ha ido por el inodoro. Te traeré un té liviano, te ayudará a entrar en calor y calmará a tu estómago rebelde.

La enfermera se fue, y ella cerró los ojos en un intento para rezar y calmar sus dolores. Sentía una batalla campal dentro de su cuerpo, podía decir que la enfermedad estaba aferrándose a ella, desgarrándola en su lucha contra la medicación.
Y recién llevaba dos días de tratamiento.

Extendió su mano, o al menos eso intentó, para alcanzar su Biblia. El mínimo esfuerzo la agotó de tal manera que quiso llorar otra vez. Eran sólo dos días, pero no había podido casi ni comer, ni dormir, ni rezar. Por las noches el dolor parecía calmarse con los analgésicos, pero las pesadillas la atormentaban. Eran pesadillas donde volvía a ser una niña enferma sin su madre, o donde sus queridas hermanas sufrían algo catastrófico, o peor, donde él moría.

De recordarlo se le hizo un nudo en el estómago y apretó los párpados. Luego los abrió, buscando a la enfermera. Debía preguntarle cómo estaba, si lo estaba llevando mejor. Rogó a Dios para que fuera así y se sorprendió porque por primera vez en esos dos días, había podido rezar.

–Pero para pedir por él. –se dijo a sí misma. ¿Qué haría con él? ¿Qué haría con esto que estaba sintiendo, más fuerte que todos sus dolores físicos juntos? ¿Qué haría con esa terrible desazón de no saber qué camino seguir?

–Aquí está tu té. –oyó la dulce voz de la enfermera, que la ayudó a sentarse.–¿Quieres tu gorra?

Asintió varias veces, incapaz de encontrar voz en su garganta seca. Miró con avidez a la taza de té, que prometía quitarle la sensación de arena.

La enfermera se acercó con la gorra.

–¿De verdad vas a ocultar tu pelo con esto? Es una lástima, es tan bonito.

No la colocó como debía, pero al menos no se sentía desprotegida. Era extraño, deseaba andar por el mundo con su cabello libre, y a la vez, se avergonzaba de que alguien la viera.

Cuando pudo tragar dos cucharadas de té, al fin levantó la vista para preguntar.

–¿Cómo está el Dr. Turner?

–No lo sé, no trabajo en el área de hombres, pero puedo averiguar. Supongo que estará como tú. Oh no, no quise decir eso, perdón.

Pero las lágrimas habían empezado otra vez. La enfermera la arropó envolviendo una manta a su alrededor.

–Terminas tu té, e iré directo a buscar noticias y te las traigo. Pero ahora sé buena chica y toma toda esta taza.

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Disparos en la noche (One Shots Varios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora