Extra #1

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Emery

Nunca ocurría nada interesante. Emery tenía la ilusión de que al salir de los muros que la secuestraron en su casa su vida sería más interesante, pero la realidad que involucraba a las actividades e instrucciones de la academia la golpearon con un mazo. Le aburrían los libros y sus estúpidas lecciones de historia universal, los números de la economía y las leyes de la política. No quería leer hasta que se le secaran los ojos como su clan lo pedía. Lo único que deseaba hacer todo el día era diseñar sus prendas, idear los vestuarios de los demás y convertirse en una importante diseñadora de modas. No obstante, ella sabía que esas cosas solo ocurrirían en sus sueños más elegantes. Por eso desistió de trazar sus diseños en sus aposentos. Lo hacía cada día, se prometía renunciar a dibujarlos o a cocer, más uno no podía desistir de ser quien era.

Aburrida de la falta de entretenimiento, ella se encaminó hacia el comedor principal para cenar con sus compañeros. Mientras atravesaba los pasillos de las aulas que había para casi todo, pensando en que le vendría bien un corte de cabello distinto, se cruzó con algo, mejor dicho, con alguien que sí llamaba la atención. La puerta del salón de baile estaba entreabierta y le permitía observar desde el corredor lo que ocurría en el interior.

Ivette se encontraba estirando y calentando sus músculos con la ayuda de la barra de ballet. La chica vestía un leotardo rosado con mangas que le delineaban los delgados brazos, unas mallas estéticas que le cubrían las piernas largas, una falda de tela de gasa que le marcaba la línea de la cintura y unas zapatillas de punta en los pies. Lucía como una bailarina profesional, no como la futura líder de un grupo de idiotas. Lucía hermosa, tanto que rozaba la ridiculez de la belleza.

Emery se mordió el labio inferior. Sabía que debía irse. Sabía que tenía que alejarse de Ivette y eso lo había estado intentando desde el día anterior. Se había involucrado con una de sus damas en busca de olvidarse de ella. Quería demostrar que podía colocar su foco de atención en otras personas y quitarla de su mente porque desde la cena de presentación le había encantado totalmente. Ivette era la chica más bonita que jamás había visto y eso decía mucho. Ella ya había visto a demasiadas desfilar por su vida y no le molestaba admitirlo, le gustaba la vida sin ataduras y libre de compromisos que mantenía, pero había algo en Gray que le atraía de formas inexplicables y no solo físicamente. Las primeras semanas se había comportado fría como un témpano de hielo o tiesa como una estatua viviente y Emery quiso darle un poco de vivacidad. En aquel momento no se preocupó, sin embargo, llegó un punto en que se dio cuenta de que anhelaba conocerla y aceptar ese hecho sería como cruzar una línea peligrosa.

En cuanto Ivette comenzó a bailar, decidió quedarse.

Aunque no conocía en absoluto las reglas del baile clásico, desde su perspectiva las seguía todas e incluso creaba algunas con cada movimiento que daba. A pesar de que carecía de música, se notaba que Gray realizaba la coreografía de una obra. Emery se quedó encandilada por la manera en que empleaba una delicadeza semejante a la seda en las terminaciones, en que sostenía las posiciones con la fuerza de una espada y realizaba los pasos como si pudiera volar igual que un ángel de lo majestuosa y etérea que se veía. Admiró las expresiones que sus facciones reflejaban de acuerdo a la pieza que bailaba, como si la tristeza de una aflicción desconocida hubiera colmado cada recoveco de sus pulmones y con cada exhalación liberase el arte escondido en su interior. Su representación le transmitía tanto de algo que no lograba descifrar, algo que ni Ivette sospechaba que exudaba de sí misma. Cuando bailaba mostraba su verdadera identidad, exponía sus emociones y se dejaba llevar sin aprensiones, y en ese instante le gustaba más a Emery.

La escena podría haber concluido allí, con la perfección de aquella bailarina de talento innato y el gusto secreto de una espectadora silenciosa por ella. No fue así. En uno de los tantos trucos, giros y saltos coordinados, la rubia no pudo apoyar las puntas correctamente y cayó de bruces al suelo frente al espejo que cubría toda la pared lateral. La heredera azul se adentró al salón sin premeditarlo para hallar a una Ivette distinta a la que había visto en clases hacía menos de una hora. Se la veía vencida. Su mundo se había derrumbado una vez que finalizó el baile.

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