II

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2014

―Papá… Sí, cierto, Charles, perdón. Bueno Charles que ya he recibido un correo del banco confirmando que el dinero ya llegó a tu cuenta. Solo tienes que ir y sacar… ―colgaron el teléfono―. Sacarlo cuando quieras –dijo para sí misma Becca soltando el móvil.
Habían pasado dos semanas, 14 largos días en los que no compartieron fuera de escena ni una frase ella y Élise. Aunque durante ese instante lo sufrieron, se dieron cuenta después que esa pausa fue necesaria para mirar a los ojos del caos desde fuera y valorar si realmente valía la pena. Si lo necesitaban como creían. Si estaban haciendo las cosas de la mejor manera posible... Pocas veces nos damos la oportunidad de tomarnos ese respiro, y menos aun de darle importancia a no dar todo por sentado, a descubrir el verdadero significado que ocupa en tu vida aquello que te rodea y actuar en consecuencia a esto. Al menos para eso le sirvió el tiempo a la rubia que tras llegar a su conclusión actuó.
Se presentó en la noche en la casa de Becca decidida a hablar y la joven cerrada en banda le negó el paso. Había dicho que no estaba teniendo uno de sus mejores días porque quedaban apenas horas hasta rodar su última escena juntas, y que no se resignaba a dejar todo en la nada. La trigueña aunque había dudado por instantes, permaneció fuerte a su negativa. Porque fuera amable una vez no podrían borrarse todas las veces en las que la humilló, porque atrás de cada gentileza, venía un altercado. Además, ¿por qué compadecerse del sufrimiento de la rubia si ella era incapaz de hacer lo mismo?
Eran las autoexcusas que justificaban su miedo a dejarla pasar, porque sabía que de hacerlo no solo le estaría facilitando la entrada a su casa, sino a su pecho. Aunque, desgraciadamente, allí ya ocupaba la residencia permanente, y sí, también se preocupaba por ella, pero esta vez eligió darle lugar a su amor propio. Habló con su portero para que no la volviera a dejar subir porque al ver que era la gran Blanchart, Bobby siempre le franqueaba la entrada.
―Joder, joder, joder... ―maldijo Rebecca para sí misma al ver desde la terraza que el Renault negro continuaba aparcado frente a su casa.
Sintió pena. Debía llevar al menos unas ocho horas allí. Se arrepintió de haberle dicho a Élise que se marchara, pero nunca creyó que la amenaza de permanecer a su espera hasta que decidiera hablarle, fuese cierta.
Bajó apresuradamente con un café. Se acercó al cristal del auto para comprobar si sus sospechas eran ciertas o simplemente había vuelto en la mañana sin que ella lo percibiera, guardando la esperanza de que fuera lo último, si no se iba a sentir fatal.
La rubia estaba recostada en la parte trasera del coche cubierta por el enorme abrigo rojo que llevaba la noche anterior, y su cabeza reposaba sobre una de sus manos de la que habían caído unos guiones... <<Si solo pudiera ser así con los ojos abiertos>>, pensó. Aquella imagen la inundó de ternura... Ese rostro de ángel sería capaz de hacerle creer a cualquiera que no estaba llena de demonios, que era tan incapaz como ella, de hacer daño. La joven dio dos pequeños golpes en el vidrio para despertarla.
La rubia abrió los ojos con el cabello revuelto y Rebecca rió disimuladamente. Élise tras percatarse de que tenía "visita", sonrojada arregló su vestuario, salió del auto acomodándose el cabello y prendió un cigarrillo.
―¿Qué diablos Élise? ¿Pasaste la noche aquí? ―cuestionó conmovida de manos cruzadas.
―¿Dónde quedaron sus modales señorita James?―ironizó―. Buenos días para usted también.
―Élise no estoy para bromas ―amenazó con la mirada.
―Aj ―se quejó―. No, Becca, pasaba por el vecindario y pensé en acercarte al trabajo ―mintió alzando los hombros.
―Las dos sabemos que vives del otro lado de la ciudad, pero lo más gracioso de todo es que esperes que crea que "Miss Vanidosa 2014" lleva la misma ropa de ayer. ―Élise fingió un gesto de insulto entre cerrando los ojos y luego alzó las manos en señal de rendición―. ¿No dije que te regresaras a casa? ¿Cómo se te ocurre dormir aquí afuera a tus años y con semejante frío? ¿Buscas causarte una pulmonía y culparme de eso también?
―Wow, ¿un buen piropo por la mañana a quién no le cae bien? ―ironizó―. Rebecca, creo que me conoces lo suficiente para saber que cuando quiero una cosa, la consigo. Y te dije que de aquí  no me movería, ¡no sé en qué momento se te ocurrió creer que me iría!
―Sí, te conozco lo suficiente para saber que eres una ―de repente le patinaron las palabras, podía utilizar tantos adjetivos para describir a aquella mujer..., pero solo debía escoger uno que no la delatara más que probablemente su mirada enternecida―... necia ―completó extendiéndole el café que le había servido antes de salir.
―Gracias ―dijo mirándola con petulancia.
Al sostener el termo, sus dedos se rozaron mínimamente, pero solo eso alcanzó para hacerles tambalear los egos y por un instante querer olvidar todo, pero de hacerlo no serían ellas. La joven apartó la mano, luego la vista y la mayor prosiguió a imitarla con un carraspeo nervioso.
―Ahora ―añadió la rubia―, antes de que continúes... halagándome, vámonos que hoy rodamos exteriores en la playa y llegaremos retrasadas ―Becca amagó una mueca desconcertada con su uso del plural―. Me lo debes por haberme dejado dormir en el coche con este frío ―afirmó para convencerla sin que sonara a necesidad.
―¿No te basta con el café? ―ironizó la joven fingiendo no querer hacerlo, pero lo único que la detenía era saber que en aquel reducido espacio con tan grande presencia a su lado, complicadamente se contendría... tanto.
―Fíjate que soy bien inconformista, así que no ―aseguró expulsando el humo de su cigarrillo y apagándolo con la punta del tacón en el suelo―. Te llevaré, y es mi última palabra ―dijo abriendo la puerta del copiloto para ella, pero Becca seguía estática―. No me hagas obligarte Becca ―amenazó, y la joven obedeciendo nuevamente "sin opción", se adentró al coche bajo su atenta mirada triunfal.

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