IV

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2025

Jonas, el padre de Andrews que había muerto hacía solo un mes, tuvo un encuentro con Rebecca en la fundación y realmente lo vio destruido, como era de esperarse. Hablaron sobre el estado de Élise y él le comentó sobre el uso de terapias alternativas para luchar contra el cáncer. Becca no le quiso dar la noticia a la rubia sobre el chico en su momento para no deprimirla, sabía cuán atada estaba a él y su historia de pequeño guerrero, pero sí le habló del reiki. Le habían dicho que era una terapia que usaba las manos como conductor y transmisor de energías que limpiaban el cuerpo buscando una armonía interior que sanaba física, mental y espiritualmente. Pues aseguraba que el origen de muchos padecimientos es una descompensación energética, siendo necesario desbloquear los puntos que, por diferentes motivos, tienen mal funcionamiento. La razón principal: un problema vivido en soledad. Ella y la rubia decidieron ponerse en contacto con una terapeuta. La sugerida fue Ransie, una mujer castaña de rasgos suaves y piel de porcelana que desprendía una energía tranquilizadora. Jonas había asegurado que no se trataba de cualquier charlatana que había sacado provecho de la gran popularidad que había tomado el reiki recientemente en Estados Unidos sino de toda una profesional, y para su suerte, ella aceptó ayudar. Así, semanalmente comenzó a visitarlas y lograron aprender bastante con ella sobre las energías y cómo el cuerpo nos habla.
Ransie les explicó que el cuerpo tiene siete chakras,  que no son más que centros energéticos y que se trabajaba con ellos individualmente en dependencia de la zona afectada físicamente. Por ejemplo en Élise tuvieron que trabajar en el chakra número siete, situado en la cabeza, y ahí vino un dato que dejó desconcertada a la neoyorquina: cada emoción reprimida es una emoción que se queda atrincherada en alguna zona del cuerpo. Ransie aseguró que según la clasificación de emociones de la medicina china, específicamente las enfermedades en los pulmones, eran muestra de abatimiento y ansiedad, y que el cáncer de pulmón estaba vinculado con miedo, culpabilidad y angustia (emociones donde la falta de aire normalmente es evidente). Rebecca volvió a hundirse unos metros más en aquel hueco de culpabilidad retenida al que había caído meses atrás por robarse el protagonismo categóricamente en el último momento en que podía hacerlo. Porque en el fondo sabía que Élise la necesitaba, aunque no era más que una máquina de reprimir emociones desde su punto de vista, y que nunca se lo habría dicho. De hecho, pensaba que minutos antes de deslizarse por las escaleras quien comentaba su sentir no era la rubia, era el intruso que la habitaba.
Ya su mujer ni siquiera conseguía sentarse en la cama, ni tragaba algo más allá que zumos o unas papillas que ella misma había inventado, ni podían bañarla fuera de la cama por lo que comenzaban a salirle llagas en su piel debilitada, y desde que había sufrido la caída, estaba llena de hematomas que continuaban creciendo. Su Élise... con pequeños cabellos creciendo, ya no era Élise..., se había convertido en Benjamin Button, pero solo en el interior. Era como otra pequeña bebé a la que se le podían escuchar los gritos de dolor en las curaciones, en un radio de veinte millas.
–Estas terapias no la van a curar, pero la ayudarán a atravesar la enfermedad con todas sus armas –le había dicho Ransie.
Becca sabía que los milagros no surgían de una mujer "armónica energéticamente" pasándole las palmas de las manos a unos centímetros del cuerpo, ni de un cuenco emitiendo vibraciones, pero debía agotar todos los recursos existentes, y no tardó en agradecerse haberlo hecho. Porque al pasar la tercera sesión, una semana antes de la fiesta de cumpleaños, Élise había vuelto a ser consciente. Había vuelto a sonreír, se había sentado en la cama y hasta helado de pistacho había pedido. Rebecca estaba feliz y casi más emocionada que la misma rubia, que en la noche le obsequió una pequeña cajita azul marino. Al abrirla, en su interior había un colgante de plata de lo que especificó era "la estrella Adhara". La menor se echó a llorar sintiéndose culpable de que después de tantos años su mujer siguiera a su lado consciente de ese gran amor que ella guardaba, le parecía tan bonito que la respetara, que lo permitiera, que no la juzgara… Élise en la pizarrita le escribió: <<como ella, ahora yo también cuidaré de ti>>. Sus lágrimas no tardaron en colarse en su sonrisa.
―Gracias ―le había dicho la trigueña temblándole la voz, y le plantó un corto beso en los labios.
Recordó como con la diva el tema de los besos había sido motivo de disputa, le decía que ya no debía hacer eso, que estaba horrible. La trataba como si fuera ese gesto un compromiso cuando la verdad es que así, con cien años, o sabrá Dios en qué extremas condiciones, ella seguiría encontrándola atractiva. Por lo que ella volvió a tacharla de loca y lo hizo hasta el último día.
A la pequeña rubita, la diva le estaba preparando una enorme fiesta por su séptimo cumpleaños... Rebecca no sabía ni cómo, pero Élise se había ocupado expresamente de cada detalle. Había planificado una enorme fiesta en el jardín con todos sus compañeros de curso y vecinos, y aunque la joven sintió que no era momento para celebrar tan exageradamente, al verla tan animada con esa distracción, pues cedió. Faltaban solo dos días para la celebración y tenían demasiado por hacer todavía. Nahiara estaba en casa de su amiguita Linda porque no querían que viese nada de los preparativos de su fiesta, de la cual no sabía nada. Decidieron que el factor sorpresa fuera el dueño del día, así su emoción se magnificaría. Como todo evento americano para niños, tendrían que hacerlo temático, y la rubia había elegido el favorito de su hija: las sirenas. Hasta disfraces en conjunto había encargado para que vistieran la pequeña y Rebecca, y un fotógrafo profesional iría a hacerles las fotos. Total, que dos días antes, la casa estaba patas arriba, con personas entrando y saliendo por doquier adelantando todo lo posible. Pero la joven había encargado a Donna supervisarlo mientras ella y Julianne se quedaban con Élise en la habitación, sin embargo a ratos intercambiaba lugar con Donna.
―Becca ―escuchó a la californiana llamarla―, avisaron de la tienda que ya hay que ir a recoger los disfraces―informó lanzándole las llaves de la camioneta de Élise―. Anda, ve tú.
―No, yo me quedaré, mejor le diré a...
―Que vayas tú ―interrumpió con seriedad―, Élise..., ella pidió que te ocuparas estrictamente tú por si hay algún problema. Ya sabes...
A la menor le incomodó un poco el tener que salir de casa. Desde la caída de Élise hacía tres meses, no abandonaba la propiedad bajo ningún concepto. No quería separarse de su rubia ni un instante en caso de que... necesitara algo. Habían pasado a la historia los pocos compromisos laborales a los que había permanecido asistiendo, los viajes, eventos de la fundación, premios, hasta realizar la compra o llevar a la rubita al colegio. Solía buscar quien lo hiciera por ella. Todo lo hacían en casa. Los médicos cercanos o amigos que quisieran verlas, por igual se acercaban al hogar intercaladamente y le entretenían los días a Élise.

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