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2017

Rebecca ayudada por unos jardineros que contrató, terminaba de trasplantar hacia su jardín dos antiguos ejemplares de cactus saguario de un metro de altura cuando escuchó en la televisión a Ryan, otra vez:

―La verdad no sé cómo esta chica tuvo la cara de presentarse allí. Élise y yo no nos divorciamos nunca…

―Mejor no ver estas cosas, no le hará bien a nadie en estos momentos –le dijo Julianne apagando la televisión.
Como Rebecca no quería dar declaraciones tomó su lugar Ryan. El joven modelo acudía a todos los sets televisivos que le ofrecieran un par de billetes por desmenuzar los secretos de Élise y ella aunque le quebrara los sesos, no fue a desmentir ni uno de los irrespetuosos comentarios que vendían ejemplares a ciegas sobre ella o la rubia. Rebecca sabía cuál era su verdad y eso lo tendría siempre, nadie se la podría quitar jamás.
Justo cuando se trasladaron a Los Hamptons la relación de Blanchart y Rebecca volvió a ser el ojo del huracán en las noticias de prensa rosa y por palabras de Élise, ahí fue que entendió las extrañas actitudes entre ella y Ryan. Le contó que tenían una especie de acuerdo doblemente beneficioso, que ella necesitaba una pantalla de humo que justificase el término de su relación y aislamiento mientras que él buscaba un lugar de reconocimiento en aquel mundillo.
―Pero él siempre supo que yo tenía sentimientos por alguien, siempre la prensa nos relacionó, de hecho mucho antes de que tuviéramos algo, después aparecí en la televisión diciéndote todo aquello en el homenaje y luego llegaste a casa a media noche y bueno él tonto tampoco es. Conectó las líneas y supo que esa persona eras tú, por eso estaba tan agresivo contigo en casa, pensó que sería el final del trato teniéndote a ti en el panorama de nuevo –había dicho Élise.
<<¡Quién lo imaginaría!>>, pensó Becca que nunca lo creyó demasiado inteligente. Había recordado que en esos días los choques entre los dos fueron constantes y el punto de inflexión fue pedirle a Élise que la echara (<<¡cómo se le ocurre!>>). Consciente de cuál era la preocupación del joven Élise le contestó con la "sugerencia" de quedarse en la casa de huéspedes junto a la piscina, pero él y su ego no se lo permitieron, por ende se marchó a un hotel bajo la promesa de la rubia de que aquello no cambiaría nada. Pero claro, cambió la situación, cambió ella y todo se desvaneció. Ahora ni él ni ser la sensación de la prensa, ni la paleta de comentarios que despertaba era significante para Becca pero no dejaba de parecerle sorprendente cómo el tema de mayor interés hacia una leyenda como en la que se acababa de convertir Élise Blanchart, era asegurar su homosexualidad y una relación "oculta" con la joven de 34 años... Aquel mundo cada vez la asqueaba más.

―¿Estás lista, amor? ―verificó la rubia interrumpiendo su pensamiento antes de adentrarse en la consulta ginecológica. Rebecca la miró y asintió sosteniéndola del brazo.
Ahora que habían pasado un par de meses de su última visita a un hospital, volver a pisarlo era como retornar a la escena del crimen más horrendo que pudiera haber presenciado. Así que no, lista no estaba, pero tenía que estarlo. Aunque en esta ocasión iría a todo lo opuesto: crear vida, la atemorizaba de por sí lo que pudiera ocurrir con ella... Y tras cruzar la puerta se sintió como una veterana de guerra (que lo era, aun sin haber ido a luchar a Vietnam). Aquello fue un incesante déjà vu.

Las dos mujeres se encontraban sentadas ante el escritorio tomadas de las manos y con la visión perdida en puntos paralelos de la blanca (color universo) pared frente a ellas como si la atadura de sus dedos fuese lo único que las mantuviera arraigadas al suelo. Por su parte Rebecca quiso poder retrasar el cruce de la definitiva línea del saber mientras Élise necesitó aquella respuesta. Bordeando sus lugares regresó el señor de lentes y bata blanca (shhhh...) a la habitación sosteniendo unos papeles. Ocupó asiento ante ellas y los ojeó con pesar, a sabiendas de no poder cambiar el resultado, que ya habría visto en un par de ocasiones previas. Su cara inexpresiva adelantó su hábito de dar aquel tipo de noticias pero su mutismo decía algo más... Ellas asumían, debían parecer unas adolescentes inexpertas esperando conocer cuál será el castigo que el director escolar asignaría tras una fechoría descubierta.
―Bien, señora Blanchart ―rompió el silencio el hombre en un tono que obligó a la menor a cerrar los ojos y cruzar los dedos estremeciéndose internamente sin querer denotarlo, como si pidiera un deseo; fue entonces que su tono cambió el frescor―, pasarán años hasta que se pueda confirmar que el cáncer ha sido totalmente erradicado ―sostuvieron más fuerte sus manos como un acto reflejo de presencia–, pero por ahora lo peor ha pasado... La quimioterapia ha dado los resultados esperados, aunque usted continuará padeciendo los malestares por un tiempo indefinido.
Aquella noticia que dejaron de escuchar en <<esperados>> merecía haber sido dada con redoble de tambores y fuegos artificiales. Becca no se creía la suerte que tenía. El invierno lo veía lejano ahora, solo podía vislumbrar primavera... Sintió el regalo de respirar... Como cuando nadamos demasiado cerca del fondo y al intentar llegar a la superficie, por más que vemos los rayos del sol colándose en el agua, somos incapaces de alcanzarla. Eso había sido todo el año anterior para cada una: un continuo engaño de haber logrado sacar la cabeza, solo para darse cuenta de que siempre les restaba nadar un poco más. Pero finalmente se encontraban con el rostro fuera del agua, con los rayos ultravioletas inundándole las mejillas y el oxígeno colmándole los pulmones, y eso era de celebrar.

Aunque ahora seis meses después, el final del cuento no era tan así. Continuaban nadando sin éxito. Habían decidido que Becca se sometiera a la inseminación in vitro utilizando los óvulos previamente fertilizados de Élise. Julianne se había quedado a ayudarlas con ese proceso, de hecho desde que pensaron en hacerlo buscó trabajo en la clínica Shady Grove y en esa misma ellas estaban haciendo el tratamiento. A la joven no le pudo parecer una mejor idea, así ambas estarían biológicamente vinculadas al bebé y ella conseguiría tener una pequeña de cabellos de oro, como tanto había idealizado, alborotándole los días. Pero habían pasado ya por tres intentos de fertilización y ninguna parecía ser la consulta donde recibirían la buena noticia. El ginecólogo solía preguntarle si estaba padeciendo de algún tipo de estrés, porque solía ser uno de los motivos por los cuales una chica joven y fértil sufría esos abortos naturales continuos pero no, la respuesta de Rebecca siempre era una negativa.
―Srta. James, debe prestarle atención también a otras áreas de su vida que le motiven ―le había recomendado el médico como si fuera tan sencillo para ella y solo no lo hiciera por elección―, tanta aprensión focalizada en lograr algo solo consigue alejarlo. En estos casos, una psique saludable es fundamental.
Y es fácil decirlo pero ¿cómo se hacía eso si ya no pensaba en otra cosa? Se sintió desdichada... por no poder tener nada de lo que quería... Rebecca llegó a enfadarse hasta con quien dirige los hilos del destino. Pensaba que se habían confundido con ella, que le habían cumplido un deseo ajeno al darle la fama y el puesto de visibilidad internacional que no pidió y sintió no merecer, pues creyó que eso le estaba pasando factura con su verdadero anhelo ahora: ser madre. No se debía a que Disney y Hollywood han ilustrado el triunfo del verdadero amor con el cumplimiento de esa pauta sino a que esa era la suya. Siempre había querido disfrutar de una familia construida con sus propias manos, quizá porque nunca había tenido ese calor de hogar... Ese era el deseo que le hubiese pedido a cualquier hada madrina...
La australiana por vez primera fue quien la animó, quien dijo que fuera positiva y que solo había que intentarlo para conseguirlo.
―No lo ganas si no demuestras merecerlo –le había dicho.
Y con esas palabras que Becca sintió sabias y no se cansaba de soltar últimamente, aunque se estaba volviendo alérgica a la moda del <<piensa en positivo>>, accedió a repetir el procedimiento. Pero consciente de ya haber perdido el tren de <<a la tercera va la vencida>>, impuso el acuerdo de que si esta vez no funcionaba, la rubia (que nunca se hubiese cansado de ayudarla a buscarlo) debía permitirle desechar la idea sin reclamos. Y así quedó establecido, por eso estaba allí, por un último intento de aferrarse a la vida.

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