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                                                              2024

―Rebecca, estoy en el hospital Sagrado Corazón –dijo Julianne una hora más tarde al teléfono―. Élise está hospitalizada.
A Rebecca se le detuvo el corazón y una avalancha de malos pensamientos le invadieron la mente.
–¿Qué pasó? –dijo casi sin aliento dirigiéndose a allí.
–Yo regresé un rato después a casa para disculparme con ella, me sentía mal, eso que hicimos no estaba bien, no fue la mejor forma de hacer las cosas. Cuando vi que tu moto no estaba estacionada en la entrada tuve un mal presentimiento, entré rápidamente y me la encontré tirada en las escaleras –dijo nerviosa y las lágrimas de Rebecca comenzaron a salir–. Tenía las piernas dobladas y las manos cubriéndose el rostro. Apenas podía respirar, su cuerpo, sus manos, sus ojos... y hasta los dos lagrimones que habían brotado se le veían tiritar. Como si tuviera miedo de estar así…
Becca sabía perfectamente que lo que le sucedía era lo mismo que a ella, que le dolía ver que cada vez podía menos, que se estaba desvaneciendo sin hacer nada por detenerlo y darse cuenta que era tan rápido debió haberla hecho sentir que se le acababa el tiempo. La rubia, desde hacía un par de semanas, había comenzado a tener dificultades para andar y necesitaba la ayuda de alguien, pero solía negarla y lo hacía por sí sola (era como ver a un deportista al que le acababan de decir que estaba muerto de cintura para abajo, bajando de la cama de hospital para demostrar su perfecto estado. Como él, finalmente ella había acabado en el suelo). Llegó al punto de que no quería que la acompañasen ni a las cosas que siempre iba con alguien y sentían que no quería el apoyo de todos los que estaban dispuestos a dárselo, lo cual Becca no veía tan extraño porque Élise siempre para sufrir se alejaba.
Al llegar al hospital la encontró conectada a unos tres monitores, entubada e inconsciente. Sintió desfallecer y se reclamó, se reclamó por todo lo que había, y no, hecho y dicho. ¿Y si nunca más abría los ojos y lo último que le escuchaba la mujer que amaba era que moriría por su propia culpa? ¿Que todo el dolor que vivirían su hija y ella lo proporcionaría a conciencia? Se llevó la mano al pecho sintiéndolo contraído y dejó caer más lágrimas.
―Solo la han sedado, tranquila ―avisaba Julianne entrando a la habitación con un café.
La pelirroja le informó después que había sufrido un ataque de pánico en el que además de verse resentidos sus nervios, lo estuvieron sus pulmones, porque al caerse, el botellón de oxígeno se fue escaleras abajo.
–Por suerte ella logró sostenerse de la barandilla de la escalera y arrancarse los tubos, si no, hubiese sufrido el mismo destino que él –había dicho Julianne.
<<¡Y estaba sola, joder!>>, se inculpaba la menor. Nada de eso no hubiera ocurrido si no se hubiese marchado como alma que lleva el diablo después de una discusión y una situación límite a la que ella misma la había expuesto.
―Soy una mierda. Solo pienso en mí, y en mí y en mí―renegaba.
La enfermera, por una vez, no se lo negó, sino que la había hecho sentir todavía peor al decirle que su mujer necesitaba apoyo, tranquilidad, cuidados... Que la necesitaba a ella, que debía entender como fuera que se comportara porque tenía todo el derecho. Que su organismo estaba sufriendo millones de afectaciones de las que probablemente ni los médicos supieran la mitad, y ella tenía que enfrentar todo eso, no se la podía someter a aun más caos.
―Para cualquier ser humano son difíciles los cambios..., es como los chicos en la adolescencia, que tampoco saben digerirlos y le hacen pasar a todos los que les rodean una etapa igual de insoportable que la que están viviendo ellos. Pero sus padres, se supone que los entienden porque lo pasaron también, y los ayudan e intentan aliviárselo. Y eso son solo adolescentes con hormonas revueltas comenzando a vivir, ¡imagínate enfrentar cambios todavía más fuertes recordándote que te estás muriendo a cada instante! Es más difícil, lo sé, porque nadie entiende algo por lo que nunca ha pasado ―explicaba―. Pero lo menos que necesita son más problemas con los que lidiar, deberías ayudarla a encontrar calma ―pedía una Julianne dura que no reconocía, como un bocado de tocinillo de cielo al que le habían arrojado un puñado de sal―. ¿Sabes por qué se ha caído? ―la menor negaba desde su desconocimiento―. Estaba intentando ir detrás de ti ―le informaba dándole un apretón en el hombro, no uno de apoyo sino uno de <<ahí te lo dejo caer para que ya veas tú como resuelves el tema>>.
Y si antes se sentía culpable, ahora solo tenía la seguridad de serlo. <<Jodeeeeer>>.

Tras bastidores | Completa | Temática LésbicaWhere stories live. Discover now