nine

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Zayn

Una vez que cojo la única maleta en la que he metido todo lo necesario para tan solo un día en Estados Unidos de la infernal cinta del aeropuerto —literalmente, ha sido el auténtico infierno porque me he visto obligado a esperar durante media hora a una maleta (¡tan solo una!) y mi agobio solo incrementaba cada minuto que pasaba: solo quería poder escabullirme del enorme bullicio que, al igual que yo, esperaba sus maletas con una impaciencia increíble que rápidamente me han transmitido a mí a base de empujones, gritos y choques continuos; la primera sensación que me ha brindado este país, territorio que todavía no he visitado y en el cual tampoco he estado más de tres horas seguidas, es que todo ocurre muy rápido, que la paciencia no reside aquí y que debes mantener los ojos muy abiertos si quieres sobrevivir—, me dispongo a llamar a April ya que no la diviso en ninguna parte y dudo que vaya a aguantar mucho tiempo más en este lugar tan exasperante a la par que exhaustivo: estoy a tres minutos de abandonar la idea de April que acepté prácticamente sin pararme a pensar en lo que me estaba diciendo y de comprar un billete de ida hacia Londres lo antes posible. Sin embargo, me contengo para que los nervios que los jodidos americanos me están contagiando no tome las riendas de mi cuerpo y mi mente y procedo a marcar el número de April, el mismo que me sé de memoria, para saber qué cojones está haciendo y por qué no está aquí todavía. Cinco tonos vacíos me sirven para darme cuenta de que no va a responder, bien sea porque está intentando localizarme y no oye su móvil o porque directamente lo tiene apagado debido a que se encontrara dirigiéndose hacia aquí; ahora entiendo perfectamente a Zoe cuando se queja de que siempre llega tarde a todo... Joder, ¿dónde se ha metido?

Miro hacia todos los lados para ver si diviso su pelo rubio inconfundible para mis ojos entre toda la multitud —no importa que la mayoría de las personas que están aquí, hablando por teléfono con entusiasmo, yendo de un lado hacia otro con una rapidez increíble propia de la adrenalina por el primer viaje o por un destino muy deseado, esperando sentados mientras miran el móvil con una mirada de desdén sean rubio porque sabré que es ella en cuestión de segundos: me bastará analizar y comprobar mi reacción al toparme con su cabellera dorada para dar por seguro que es April. Seguramente me reaccionaré como un imbécil sin saber qué hacer, cómo recibirla o qué decirle; lo tengo asumido. De hecho, si reacciono de distinta forma, será todo un premio para mí— pero no la encuentro, no hay ni rastro suyo. Resoplo con frustración pasándome la mano derecha por el rostro al sentir cómo comienzo a pasar de estar nervioso por mi reencuentro con ella, esta vez en el país en el que se encuentra actualmente, a estarlo porque no llega. Ni siquiera ha llegado todavía y ya está creándome una confrontación, una contradicción en mi mente: durante todo el vuelo, he estado experimentando una intranquilidad gigantesca ante el hecho de que voy a pasar un día con ella y, aunque no lo confiese en voz alta, mi parte cobarde deseaba que se cancelara todo esto porque realmente no tengo ni idea de qué voy a hacer cuando la tenga en frente de mí; sin embargo, ahora estoy de igual modo gracias a que no aparece, algo que hace apenas unas horas quería. Estoy empezando a dudar si estar aquí es buen idea.

¿Lo es? No. ¿Debería estar aquí? Tampoco. ¿Hice mal en aceptar su propuesta? Sí. De hecho, ahora que la pienso en frío, sin el calor del momento y sin las emociones ni sentimientos que en aquel instante recorrían mi cuerpo con rapidez como si fueran unos pilotos profesionales, lo encuentro absurdo, totalmente absurdo. Si Louis me dijera que, después de que Zoe le haya rechazado, le haya mareado a su antojo y le haya infundido esperanzas contradictorias que cambian cada hora en función de cómo ella esté anímicamente, ha aceptado aguantar un vuelo de cinco horas para ir con ella a un combate porque es su regalo de cumpleaños, probablemente le diría «gilipollas» en la cara después de haberme reído diez minutos de él; si a eso le añade que también van a aprovechar para aclarar las cosas como amigos que son, no sabría ni por cuál chiste empezar para bromear sobre su situación. Definitivamente, soy patético al haber aceptado tan pronto, ni siquiera me lo pensé dos minutos, dije un sí automáticamente porque, si proviene de ella, de April, mi respuesta siempre será positiva. Sin embargo, el que yo esté jodidamente enamorado de ella no elimina mi preocupación sobre cómo debe comportarme con ella, cómo debo proceder, qué cosas puedo hacer y qué cosas debo guardarme ya que somos amigos; debí haber pensado en esto antes de embarcarme en el avión sin apenas pensar en las consecuencias de este viaje. Todo esto es un caos, la relación que tenemos es un completo desorden, una completa confusión que solo nosotros entendemos —o, al menos, eso intentamos conseguir y queremos pensar.

They » z.mDonde viven las historias. Descúbrelo ahora