Capítulo 27.

486K 58.1K 93.4K
                                    

—¿Qué es esto? —pregunto, refiriéndome al gigantesco aparato que tenemos en frente.

—Es un avión. He de suponer que nunca has viajado en uno. —dice, caminando hacia él.

—Supone bien.

Nos encontramos en una pista larga, parecida a la que vi en medio del bosque, la diferencia es que esta es superiormente inmensa y en ella se encuentra la ostentosa máquina de ala fija.

—Son mucho más elegantes los de Lacrontte —presume —. El escudo dorado en el fuselaje les agrega lujo.

—No quiero subirme en eso —digo con temor.

Nunca había visto algo así, sin embargo, he escuchado la leyenda sobre ellos. El señor Field comentó que Lacrontte tenía máquinas voladoras, nadie le creyó, era inimaginable para la mente cerrada de quienes solo habíamos visto carruajes, pero ahora aquí estoy enfrente de una.

—¿Por qué no?

—Me da miedo. Puede caerse.

—No lo hará, he viajado miles de veces. Y si extrañamente llega a suceder ahora, habrá muerto por la patria.

—Esta no es mi patria. —Le recuerdo.

—Deje de hablar y súbase.

—Déjeme aquí, me iré en carruaje hasta Mishnock. Por favor, cuando llegue a su palacio libere a Camille.

—No voy a liberar a nadie.

—Usted me debe un favor y quiero que lo pague con eso.

—No le debo nada. Dije que la recompensaría y lo haré, pero a mi manera. Así que súbase a ese avión y deje de agotar mi paciencia.

—No. No confío en nada que me haga despegar los pies de la tierra.

Veo la amenaza en su mirada. Está perdiendo la calma, si es que la conoce.

—No se lo voy a repetir, soldado. Súbase al avión.

Me mantengo firme en mi posición. No subiré, eso es más que seguro.
Nos miramos en silencio por unos segundos hasta que comienza a caminar hacia mí y yo a huir de él.

—¿Qué hará aquí? Sin dinero, sin conocidos.

—Me da miedo, entiéndalo.

—No pasará nada. Yo no subiría a algo que no fuese seguro.

—Prométalo —pido desconfiada, deteniendo mi escape.

—Yo no le hago promesas a nadie.

—Entonces no subiré. Compréndame. Yo nunca he viajado en eso.

—Se llama avión, señorita Naford. Avión.

—Me da igual. Si no me promete que no pasará nada, no subiré.

—¿Tanto confía en mi palabra? —Levanta una ceja, extrañado.

—Puede tomarlo como un halago si desea.

—De acuerdo. Se lo prometo —habla con la voz más pasiva que le he escuchado hasta ahora —. ¿Entrará por su cuenta o me obligará a llevarla?

Camino bajo su vista hasta la escalera que me lleva arriba. Viene tras de mí, pero mantiene cierta distancia.
El interior del avión está compuesto por sillones de cuero color crema, algunos rodean mesas cafés y otros están organizados en filas a cada lado de las paredes.

—Estoy nerviosa —revelo mientras tomo asiento.

—Si no se lo he preguntado, no me lo diga.

—Creí que ya habíamos superado la hostilidad.

El perfume del Rey. [Rey 1] YA EN LIBRERÍAS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora