Capítulo 34.

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La mañana transcurre lenta, tortuosa. Después de la discusión de ayer me encerré en mi alcoba y no he vuelto a salir de esta prisión de oro. A las únicas a las que les permito el paso son a Leslie y Christine, pues ni siquiera Atelmoff puede venir, ya que, Stefan le impide verme.

Es la hora y no concibo el hecho de que el rey Lacrontte haya enviado una carta, solicitando mi búsqueda. ¿Para qué quiere encontrarme? ¿Acaso se arrepintió de dejarme ir y quiere asesinarme? De cualquier forma, las doncellas me informaron que Atelmoff ya le envió su respuesta diciendo que no ha podido hallar a nadie con ese nombre, pues así se lo ordenó el rey demente que ahora gobierna Mishnock.

—Señorita, díganos que ya está vestida, por favor. —Christine y Leslie entran a la habitación apresuradamente.

—¿Qué sucede? —salgo del vestidor con uno de mis vestidos, pues me niego a usar alguno de los que en este encierre han confeccionado para mí.

A temprana hora me llegó una carta de Willy. Ellas me la entregaron después de decirme que fue mi padre quien la trajo, pero que no pude verlo porque tienen prohibido el paso en el transcurso del primer mes de mi trabajo obligado. Otra regla estúpida de Stefan que me hizo rabiar por horas.

Caballo.

El primer día que llegué aquí te escribí, pero mi mensaje fue invalidado, así que vuelvo a intentarlo. No puedo contarte muchas cosas, pues hay personas que se encargan de leer todas las cartas antes de ser enviadas para asegurarse que nada confidencial sea revelado y confiscan aquellas que incumplan con el reglamento. Lo cual sucedió con la primera.

El campo de batalla es duro, pero por ahora mi única labor es transportar comida por la mañana en carromatos por la línea fronteriza para los soldados que se encargan de custodiarla.

Yo me encuentro bien, aún no hemos recibido ningún ataque por parte del reino Lacrontte y aunque las trincheras pueden ser incómodas, el precio vale la pena por el bienestar de mi familia. Además, he conocido a muchos cristenses, creo que saldré de aquí con muchos amigos extranjeros.

Espero también estés bien y feliz, piensa en mí y envíame buenos deseos.

Tu buen amigo, Willy Mernels.

Saber de él ha sido lo único bueno de mi grisáceo día.

—El rey Stefan y la princesa Lerentia, eso es lo que pasa —contestan, trayéndome a la realidad de un golpe seco.

Soy fuerte, lo juro, o al menos lo intento, pero soy incapaz de fingir que no se me parte el corazón cuando lo imagino uniendo su vida a otra persona.

—¿Ella está aquí? —pregunto con el ritmo cardiaco acelerado.

—Así es. La vimos arribar al palacio hace un momento.

—¿Para qué me llaman entonces?

La rabia y la tristeza se mezclan en mi interior. No por ella, sino por el mentiroso de Stefan, a quien por más que me esfuerce no he podido sacar del todo de mi mente.

—Suponemos que quería usted verla.

—Pues no. —La mirada se me empaña.

Me siento en la cama, desolada. Ya sabía que estaba comprometido y con quien, pero cada vez que la realidad se acerca, duele más.

—No queríamos hacerla sentir mal, señorita Emily —se disculpa Leslie—. ¿Quiere que le prepare un té para pasar el mal rato?

—Confiésenme algo. ¿Qué se dice sobre mí aquí en el palacio?

El perfume del Rey. [Rey 1] YA EN LIBRERÍAS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora