La flor, la perla y el pétalo (Sakuhinaino)

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Si alguna vez de niña le hubieran dicho que iba a estar en esa situación no se lo hubiera creído. Hasta ahora, siempre había sentido interés en chicos. Es más, su amor platónico siempre fue un hombre. Pero al madurar y convertirse en una adulta, repentinamente, algo cambio.

Había leído sobre mucha gente que no había descubierto su sexualidad hasta alcanzar cierto grado de madurez o que apareciera la persona correcta. En este caso, así era. Sólo que en lugar de una persona eran dos.

—¿Dos? ¿Te gustan dos personas?

Esas eran dos de las preguntas más repetitivas. Luego, venían las demás, tan absurdas como incomprensibles. Pero las que llegaban después de esas, cuando se enteraban de a quienes amaban, era el fin de la explosión de preguntas.

—¿Dos mujeres? ¿Cómo puedes amar a dos mujeres? Eso es imposible. Las mujeres ni siquiera tenéis una polla para daros placer.

Hinata solía enrojecer muchas veces por las preguntas —aunque estúpidas—, subidas de tono que le hacían.

Pero cuando llegaba a casa y se lo contaba a las otras chicas, están se reían a carcajadas.

—¿En serio creen que sólo la polla nos da placer?

Esa era su Ino. Una rubia guapísima de cuerpo despampanante que no dudaba en mostrar sus encantos aunque eso provocara que Hinata estallara en un tomate maduro. Es más, era la que más le encantaba hablar de sexo sin tapujos. Y, cuando le hacía el amor, disfrutaba con decirle cada cosa que iba a hacerle y, lo bueno era, que cuando lo hacía era una puta explosión de placer.

También fue la que metió los juguetes eróticos en sus vidas y, era gracioso que justo en ese momento Hinata tuviera sobre sus pezones dos vibradores mientras un tercero temblaba dentro de su sexo.

—Esas preguntas son las típicas, Ino-cerda. No sé qué preguntas.

Sakura estaba a su espalda, con uno de los controles de los juguetes entre los dedos a los que alternaba la potencia una y otra vez.

Era guapísima a su modo, una belleza exótica, como la llamaba Ino, sin un cuerpo de tanta tonalidad como Ino y ella, pero para Hinata, era perfecto. Adoraba abrazarla y, desde luego, adoraba cuando se la podía comer.

Hinata abrió la boca sin poder evitar el gemido cuando volvió a aumentar las vibraciones, con sus caderas levantándose a la par. Los dedos de sus pies se retorcieron sobre las mantas del sofá mientras que Ino enfocaba su rostro en su sexo, presionando el punto más sensible con el índice.

—Realmente podemos divertirnos de muchas maneras. Son idiotas.

Sakura le acarició los cabellos húmedos echándoselos hacia atrás.

—¿Es demasiado, cariño? —cuestionó al notar una nueva sacudida.

Hinata no comprendía por qué su cuerpo siempre reaccionaba del mismo modo, pero no quería que parara. No cuando estaba tan cerca de...

—Y ahí llega.

El orgasmo. Esa esperada sensación a la que ningún escritor del mundo podría describir correctamente. Muchas maneras infinitas y diferentes situaciones y sensaciones, cada persona un mundo distinto, pero que a ella la levantaban de la tierra por un instante, unos segundos y regresaba, agotada, con todo el cuerpo cansado y dolorido.

Ino sacó el aparato de su sexo de un tirón suave pero firme y sus fluidos mojaron sus muslos y cuando lo mostró, un pequeño hilito caía.

—Eso fue bestial, Hinata —felicitó mientras ella quería morirse de la vergüenza.

Si. Ambas disfrutaban torturarla de ese modo. Y lo peor es que todo aquello siempre la ponía demasiado.

Sintió que la boca de Ino se posaba sobre ella, demasiado sensible en ese momento, sacándole un gritito. Sakura sonrió y se encargó de despegar los aparatos de sus pezones, algo que sólo aumentó el repentino deseo de volver a correrse. Era como si lo tuviera en la boca y no bajara.

Sakura le acarició con la uña uno de los pezones, distraída, atrapando una de sus manos para llevársela a su propio seno, pequeño, con un pezón rosa pronunciado. Hinata se incorporó y se lo llevó a la boca, antes de apartarse cuando Ino consiguió su cometido.

Sakura le sonreía dulcemente, mientras tomaba su rostro y lamía la saliva que escapaba de su boca. A veces sentía que iba a desmayarse.

—Es tan preciosa que podría pasarme horas haciéndole mil cosas —confesó Ino lamiéndose los labios—. Pero vamos a divertirnos las tres. ¿No quieres probar a Sakura?

Hinata desvió la mirada hacia la nombrada, quien frotaba sus muslos de impaciencia.

—S-Sí —reconoció.

Sakura se movió entonces y pasó una pierna por encima de su torso, apartándose la falda y exponiendo su sexo a ella.

Hinata reconocía el sabor de ambas mujeres y la boca se le hizo agua. Recordaba la primera vez que aquello había pasado. La vergüenza mezclada con la excitación de hacer algo tan escandaloso, también, la torpeza de no saber dónde acariciar o cómo usar exactamente su lengua. La suerte, es que la sinceridad entre ellas siempre había sido lo bastante grande como para que, en este caso, Sakura le dijera dónde debía de tocar más y dónde no. Porque no todas las mujeres eran iguales, desde luego.

Ino, por ejemplo, siempre disfrutaba más si torturaban un poco más su clítoris y, Sakura, disfrutaba de los lametones lentos y húmedos, mientras que a ella un dedo y mordiendo su botoncito y ya la tenías muerta.

O que la torturaran como Ino estaba haciendo. Había encajado sus caderas contra las de ella, con el vibrador entre ellas, masturbándolas a la par. Los movimientos de Ino contra ella, como si estuviera penetrándola, frotándose, no ayudaban a evitarlo.

Y, sin previo aviso, las tres alcanzaron el primer orgasmo simultaneo de la noche.

¿Cómo podía amar a dos mujeres? No. Ella no se hacía esa pregunta. La pregunta que siempre reinaba por su mente era: ¿por qué no pude amarlas antes?

El placer pecaminoso de una HyûgaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora