CAPITULO UNO - PRIMER ACTO

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—...¿Qué lo llevo a cometer todos esos crímenes?

Suspiró profundamente, el señor Luther es una de esas personas relajadas, extremadamente tranquilas con apariencia de no matar nisiquiera una diminuta mosca, tiene la capacidad de no estremecerse ni con veinte policías rodeándolo. Tal cual el día del arresto, ninguno de nuestros policías pudo creer que él era el culpable, exepto yo. Veinticuatro años de experiencia me han servido de mucho como para saber que, no todo lo que brilla es oro y no todo lo que parece bueno, lo es.

Sospeché de él desde un principio, intentaba parecer aquél típico hombre simpático y amable dispuesto a colaborar con el FBI para encontrar a él asesino sin rostro. Nadie me creía, pero yo lo sabía. Sabía que él era el culpable pero, no tenía ni una maldita pista que conectara con él, pues todos y cada uno de los asesinatos eran en ciudades y estados diferentes. Lo que no sabían, o -simplemente no se percataron- era que todos tenían algo en común, algo en específico. Pero, ¿qué era ese algo? Cada una de sus víctimas tenía algo rojo, ya sea una camiseta, color de el esmalte de sus uñas, color de cabello, zapatos o incluso pantalones y faldas. ¿Una casualidad tal vez? No lo he desifrado con exactitud, pero es lo que intento averiguar.

—No quise hacerlo sabe, realmente no quise. ¿Sabe cómo ocurrió todo? Fué por ella. Jamás conocí su nombre, pero su pálido rostro me molestaba. Me molestaba su horrenda voz, la manera en la cuál sus labios se movían, la saliva que expulsaba y fingía no darse cuenta, el como se vestía tan provocativa e incluso sus cortas y feas uñas.

Luther, él típico asesino a sangre fría que culpa a su víctima.

—Su primer asesinato. Debió sentirse dichoso al salirse con la suya, ¿Cierto? Nunca nadie intentó buscarlo, nisiquiera estaba relacionado con ella porque no la conocía, ¿O me equivoco?

—Usted no lo adivinó, es justamente lo que le acabo de decir. Claro que no la conocía pero, realmente tuve la intención de hacerlo. —Hace una diminuta pausa, observando fijamente mis ojos. Luther no mueve un dedo siquiera, no pestanea y tiene todo, todo elaborado perfectamente para su interrogación. —Cada uno de nosotros tiene un lado asesino, ¿Sabe? Ella se encargó de que esa parte de mi saliera.

—¿Busca justificar sus acciones señor Luther?, ¿Busca acaso culpar a una pobre e inocente mujer de su propia muerte?.

—Juzgue usted. Era un día lluvioso e iba de camino hacia mi trabajo. Eran las siete y cuarto, precisamente entraba yo a las ocho en punto, ni un minuto más, ni un minuto menos. El camino no era nada corto hacia mi trabajo, pues trabajaba en el mismo lugar de mi arresto, la fábrica de helados. Entonces, de la nada y como por arte de magia apareció ella, haciendo un ademán para que el auto parase, eran las siete y cuarto así que como usted sabrá el transporte público sería muy escaso. Ella tenía una lata de refresco en una de sus manos, la cual aventó hacia el coche en el preciso momento que pase sin parar.

—¿Eso le molestó?

—Absolutamente, no. Ella no tenía ni la menor idea del porque no paré, pude haber estado corto de tiempo o simplemente estar en una emergencia la cual no me permitía parar por nada del mundo. —Sonrie descaradamente y acomoda sus viejos lentes. —Como le decía señor detective, retrocedi generosamente y procedí a bajar el vidrio para así preguntarle hacia donde se dirigía. Entonces, ella se dirigía casualmente a su trabajo, igual que yo. Ya teníamos algo en común, entrabamos a la misma hora. Sin embargo, no podía llevarla así que me negué.

—¿Sabía usted entonces que la mataría?

—En ningún momento, me negué porque quedaba a unos seiscientos metros de mi trabajo, y por ninguna razón podría llegar tarde. Sin embargo, ella insistió y sin antes poder negarme nuevamente, con un movimiento rápido abrió la puerta y se subió en el asiento delantero, justo al lado de mi. —En estos momentos podría decir que por su expresión facial, el señor Luther jamás había estado tan cerca de una mujer, tal vez porque él era una persona tímida toda su vida, con una familia disfuncional. Una madre prostituta y un padre que jamás conoció nisiquiera su nombre mucho menos su apellido. Él siempre fue un ser solo, que no tenía a nadie pero que se las arreglo para ser alguien mejor, hasta que cometió su primer error. —Posó su vista justo en mi, su mirada era tan penetrante que logró erizar cada vello de mi cuerpo. "Deja de mirarme" le dije con un tono de voz suave y amable, a lo que ella pudo haber interpretado como una absurda broma, porque jamás dejo de mirarme, nisiquiera cuando la golpeaba salvajemente con el martillo en su cráneo.

—Entonces quiere decir que después de eso se sintió culpable, recordaba aquellos ojos de esa mujer que no conocía pero que en esos instantes había matado ferozmente y sin un motivo racional. Entonces, decidió empezar a escribir todas sus acciones en aquella libreta, siendo Lilly la primera mujer en su lista.

—Quizás entienda mis razones señor detective, asi que continuaré. Después de mi, recorrió todo mi auto con sus grandes ojos verdes, los cuales tampoco combinaban con su pálido rostro. Fue ahí cuando empezó a decirme que ella realmente no tenía idea de quién soy, que jamás en su vida se había subido con una persona desconocida, que eso jamás debía de hacerse porque nadie nunca lo enculparia si llegase a pasar algo. Pero luego pasó algo, me tomé un momento para observala, y note que no sacaba su mano de entre su cartera. Me empezé a preguntar qué era lo que tenía ahí, entonces ella siguió hablando, porque era como una maldita grabadora que repite lo mismo una y otra, y otra vez. Dijo que justo en esos momentos, si intentase hacerle daño, yo jamás lo contaría porque no saldría vivo de ahí, ¿Entiende eso?

El gusto rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora