7. Resiste Corazón

96 20 9
                                    

Sostener tu mirada me dejó sin aliento. Porque caí en la cuenta de cuánto deseaba que me besaras. Y si hubieras sido simplemente Stewart, mi surfer borrachín, tal vez me habría animado a insinuar algo, una mirada fugaz a tus labios, o inclinar un poco la cabeza hacia vos.

Pero como eras Stewie Masterson, no sólo apenas me atrevía a respirar, sino que mi deseo era mucho más intenso y abrumador.

Frunciste el ceño, observándome con una intensidad que se hacía incómoda.

—¿Estás segura de que quieres convertir nuestra amistad en una mentira descarada tan pronto? —preguntaste en voz baja.

Retrocedí, escapándome de entre tus brazos un paso entero, tratando de reír y sintiendo que me moría de vergüenza.

—¡Serás...!

—Pendejo, dilo —terciaste, divertido.

—¡Sí! ¡Serás pendejo! —exclamé—. ¡Esto jamás ha sido una verdadera amistad! ¡Tú siempre supiste cuánto te deseaba! ¡Lo supiste mucho antes que yo!

—Punto a su favor —escuché que decía Ray, y lo hallamos fumando muy tranquilo, apoyado contra la puerta abierta del vestidor.

—Ray... —Tu voz convirtió el nombre de tu amigo en una protesta y una advertencia simultáneas.

—¿Ya ves? —repliqué.

Y de pronto todo había cambiado, y volvíamos a ser nosotros tres conversando. Y Ray y yo nos aliábamos para llevarte la contra, como tantas otras veces. Asentiste sonriendo porque vos también habías reconocido el déjà vu. Ray rió por lo bajo, satisfecho, me mostró un pulgar arriba y desapareció dentro del vestidor.

De nuevo solos, hundí las manos en los bolsillos, incómoda más que nada por lo que motivara aquella breve broma.

—Mírame —susurraste, desencadenando una avalancha de escalofríos por mi espalda.

Me volví, alcé la vista y me caí en tus ojos, que me estudiaban otra vez. Y perdí buena parte de mi capacidad motriz cuando tu mano se alzó a apartar un mechón de pelo que me caía en la cara, así de bien me había atado el pelo. Tus dedos me acariciaron la mejilla como un soplo al acomodar el mechón rebelde tras mi oreja, tus ojos moviéndose por mi cara con una mirada cálida y escrutadora a la vez, como si quisieras cerciorarte de que era yo.

Entonces tus dedos recorrieron la línea de mi mandíbula hacia el mentón, instándolo a alzarse para apoyar tu otra mano en mi otra mejilla.

Y de pronto el paso de distancia entre nosotros había desaparecido y apoyaste tu frente contra la mía.

—Sabe Dios que mi cara no era lo único que te ocultaba —susurraste, tan cerca que sentí tu aliento sobre mi piel—. Porque nunca me atreví a decirte que yo también te deseaba.

No habría podido ocultar mi sorpresa aunque hubiera querido. Pero apenas tuve ocasión de estremecerme, porque tu pulgar se deslizó sobre mis labios. Tus ojos de antología siguieron la caricia antes de cerrarse con lentitud. Tu boca rozando mi piel volvió a dejarme sin aliento. Tus labios cubrieron los míos con una suavidad inesperada que me desarmó por completo, y mi boca se entreabrió para acompañar a la tuya, hasta que se cerraron juntas un momento después.

Tu inspiración temblorosa me hizo abrir los ojos, pero no me mirabas. Volviste a apoyar tu frente en la mía, como evitando mirarme.

—Tú sabes que es la primera vez que beso a alguien por primera vez...

—En mucho tiempo, sí.

Y ésos éramos vos y yo, mi Stewart y yo, compartiendo algo difícil de admitir.

—Me alegra que seas tú —agregaste, sin alzar la voz ni la vista.

Y una vez más el piano en la cabeza, tu voz profunda y serena, tu acento cerrado, tu dicción lenta. Que eran también los del hombre con quien yo más fantaseara en mi vida, el que admiraba y respetaba desde mi anonimato absoluto. Y ahí estaba, diciéndome lo que jamás me había atrevido a soñar que me dijera mi adorado surfer borrachín.

Y una vez más los ojos húmedos y la garganta que se me cerraba, superada por este sueño doble y descabellado hecho realidad, que hacía que todas mis emociones estuvieran a flor de piel.

—Te siento —murmuraste—. No es un eco de lo que yo te hago sentir. Eres .

—Lo lamento, no puedo evitarlo —respondí en el mismo tono.

Me estrechaste con todas tus fuerzas y me perdí en tu abrazo, en tu calor, en tu respiración junto a mi oído.

—Suficiente, tortolillos, ya ha estado bien —dijo Ray llegando a nuestro lado—. Ésta es la gran noche de C, Stu. Debería estar allí afuera, recibiendo elogios, y tú la estás reteniendo aquí, pendejo egoísta.

Su aparición apenas si aflojó nuestro abrazo. Había demasiada confianza entre nosotros tres para que su presencia nos causara pudor o vergüenza. Le sonreí, muy cómoda entre tus brazos.

—Como si me importara una mierda —repliqué con toda mi dulzura.

—Ya sé que no, pendeja. Pero tu gente te espera para saludarte, y les debes al menos eso.

—Tiene razón —dijiste, soltándome.

Ray rió al ver mi expresión ceñuda y se encaminó hacia la salida al salón. Lo seguí, sin molestarme por resistir la tentación de darle una palmada en la cabeza.

—Maldito aguafiestas —le gruñí cuando abrió la puerta riendo para dejarme pasar.

A Este Lado - AOL#2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora