Capítulo 2: "¿Te encuentras bien?"

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Al salir del local, se sorprendió al encontrar la calle sumida en la oscuridad de la noche, únicamente contrarrestada por los farolillos de la entrada del bar. Miró el reloj del móvil, extrañada. Eran las 10:30 PM. Lo que le habían parecido 30 minutos habían sido, en realidad, casi una hora y media. ¿Cómo era posible? El tiempo juntas se le había pasado en un abrir y cerrar de ojos. Como esperando una señal, su estómago comenzó a rugir con fuerza, exigiendo atención culinaria inmediata.

Irene aprovechó el escalón de un portal cercano para sentarse y apreciar la brisa de la noche sobre su acalorada piel. Teniendo en cuenta que sabía que Inés estaba a salvo en el local, pasando un buen rato y expulsando todo el alcohol previamente ingerido por los poros de su piel, Irene sopesó la posibilidad de irse a casa en aquel momento. Sin embargo, algo la pinchaba en algún lugar recóndito de su cabeza —seguramente donde habitaba su conciencia—, instándola a, por lo menos, despedirse. Sabía que era lo mínimo que podía hacer, por pura educación, por mucho que ahora solo quisiera irse de aquel lugar. A pesar de todo, y aun siendo consciente de lo que debía hacer, no quería volver a entrar en el local y tener que interrumpir lo que fuera que sea que se hubiese creado entre Inés y el intento barato de Fred Astaire que se le había pegado a la chepa. Antes de poder decidirse a entrar de nuevo, la puerta del local se abrió con un ruido sordo, haciéndola salir de su ensimismamiento. Miró hacia arriba y descubrió a Inés, con la respiración entrecortada, mirando a ambos lados de la calle antes de agachar la vista y descubrir su escondite.

—¡Ay, Irene!— exclamó, llevándose una mano al pecho— Pensaba que te habías ido.— Se acercó a ella y se sentó en el estrecho hueco que quedaba libre del portal, apoyando su mano sobre la rodilla de Irene. —Discúlpame, en serio, se me ha ido el santo al cielo y cuando he ido a mirar ya no te encontraba.

—No te preocupes, Inés. Solo necesitaba tomar un poco el aire y te veía disfrutando tanto que no te he querido molestar.— dijo, sintiendo cierta culpa por haber pensado en marcharse sin decir adiós. —De todas formas, creo que me voy a ir yendo ya, que se me ha hecho tarde.

Inés la miró extrañada y, acto seguido, al cielo, sorprendiéndose cuando vio la luna iluminando el oscuro cielo.

—Mare meva!—exclamó, sorprendida.— Pues va a ser cierto eso que dicen que el tiempo vuela cuando te lo estás pasando bien. —la sonrió.

Irene le devolvió la sonrisa y asintió.

—Sí, ha sido divertido, la verdad. —confesó a regañadientes.

—Ay, no sabes lo mucho que me alegra oírte decir eso.—dijo Inés, acariciando la rodilla de Irene con el pulgar. —He de confesar que me sentía un poco culpable por haberte arrastrado aquí.

—Y deberías sentirte mal.—contraatacó la otra con picardía. —Yo que solo me había ofrecido a acercarte a tu casa para que no terminases perdida dando vueltas por la ciudad como un perro abandonado... Así me lo pagas.

Inés alargó los brazos y le rodeó los brazos con fingida efusividad, trayéndola hacia sí.

—¡Irene Montero salvando la noche!—exclamó con sorna.

—No te hagas la tonta, que al final te has salido con la tuya.—dijo Irene, mirándola con socarronería.—Querías fiesta y la has tenido. De todas formas, yo ya no doy más de mí, así que, ahora que sé que te dejo en buenas manos, me voy a ir a casa.— se excusó.

Inés se separó de ella, como electrocutada por una corriente y le hizo un mohín, mostrando su disconformidad.

—Pero, ¿cómo que te vas? Quédate un rato más, anda. —le pidió. —Pensaba que lo estabas pasando bien.

Estrictamente 'Gal Pals'Where stories live. Discover now