Capítulo I

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New York, Septiembre 2007.

Había caído la noche y la ciudad que nunca duerme se vio azotada por los gélidos vientos de un invierno que duró demasiado. Los habitantes de la ciudad dicen que ese año fue el más frío en toda una década, y lo cierto es que tienen toda razón.

Las heladas brisas junto con la nieve hacían que salir de casa se convirtiera en una verdadera travesía. Como consecuencia de aquello, las calles se veían desoladas y varios negocios cerraron sus puertas. La gente que aún se veía transitar en las aceras iba cubierta completamente por enormes abrigos y gorros para entrar en calor, no se sabía si se dirigían a su trabajo o si regresaban a sus hogares a descansar después de un día largo y agotador.

Pero algo era un hecho, ese no fue el caso del detective Jackson O'Neill. Quién luego de haber recibido una llamada delante de su compañero, estuvo parado al frente de una ventana contemplando como la nieve, poco a poco, cubría la calle.

—¿Qué haremos?

Preguntó a alguien detrás de él sacándolo de sus cavilaciones y escuchó el sonido de una silla moverse.

—¿Tú qué crees? —respondió Jackson con un tono cansado y volteó a ver a Martín.

Éste no dijo nada al principio y Jackson observó que él ya no traía la ropa con la que lo había visto en la tarde. Ahora llevaba puesta una chaqueta de cuero negra que hacía que su piel se viera mucho más pálida de lo normal, su cabello rebelde y sin recortar, le daba el aspecto de un rufián, que hacía que a veces se preguntase ¿cómo era posible que su esposa lo dejara salir así?

—No lo sé, ya sabes lo que pienso.

Fue lo único que dijo y el silencio volvió a reinar en la oficina. Jackson sacó de su bolsillo un cigarrillo y lo encendió para luego mirar el rostro de su compañero en busca de indicios de algo que no iba a encontrar.

—Dirígete al auto y espérame allí.

Terminó por decirle y Martín salió de la oficina con paso silencioso. Al cerrar la puerta, Jackson dio una última calada a su cigarrillo antes de tirar los restos al cenicero. Después, caminó hacia su escritorio en busca de su placa y abrió un cajón, pero antes de hallarla, visualizó una vieja fotografía de él junto a dos personas. Pasó sus dedos sobre la imagen y no pudo evitar que una sonrisa fugaz surcara su rostro. Respiró hondo y colocó la fotografía de nuevo en su lugar y agarró su placa. Cerró el cajón y una frase que su antiguo compañero le había dicho invadió su mente.

«Una pista nunca es tan buena»

Pero su pensamiento fue interrumpido por Martín, quién había encendido el auto y le estaba tocando las bocinas para que se apresure. Ya en el auto, Martín dejó caer el pié en el acelerador y pisó a fondo dejando atrás la estación.

—Tardas más que Carén en prepararte y eso que ella es mujer.

Bromeó Martín al parar en un semáforo y Jackson ante su insinuación sonrió y cruzó las manos detrás de la cabeza.

—Pero debes admitir que me veo mejor que ella.

Martín lo miró extrañado por unos segundos, pero el mejor optó por reírse.

—Esta va a ser una larga noche Jack, lo presiento —Aseguró Martín con un semblante serio cuando el semáforo cambió a verde y pudo ver como Jackson se pasaba una mano por la cara y se acariciaba la nuca

—Tardaremos lo que tengamos que tardar amigo mío, yo al igual que tú, estoy cansado, pero tengo un presentimiento sobre esta pista, sé que es muy buena, pero si la ignoramos y resulta ser verdadera, no podré dormir después.

TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora