Prefacio

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New York, Abril 2003

La soledad de aquella habitación se había convertido en su compañera fiel desde que despertó y se dio cuenta de que ya no se encontraba en su cama. Encadenado y rodeado completamente por la oscuridad, el único sonido que podía escuchar era el ruido de sus gritos llenos de desesperación pidiendo ayuda pero nadie acudía a su rescate. Poco a poco, aquellos gritos fueron menguando hasta convertirse en débiles susurros.

Jamás hubiera imaginado que al cerrar los ojos despertaría en aquel infierno. No tenía manera de calcular el pasar de las horas, tal vez llevaba días, inclusive semanas encerrado, pero algo le era seguro, no lo descubriría antes de que el hambre y la sed acabaran con él. Ya había comenzado a delirar cuando fue cegado momentáneamente por la luz de una puerta abierta y se cubrió los ojos soltando una maldición.

—Te ves fatal amigo, hasta me da lástima verte así —dijo alguien que estaba recostado en el marco de la puerta— oh vamos Jack, deja de mirarme de esa forma, es como si yo aún fuera el malo del cuento. Tú, más que nadie debes entender, que a estas alturas, el término del bueno y el malo ya son cosas del pasado.

—¡Estás demente! —Escupió enojado—. Del solo oírte me dan náuseas, tú, maldito psicópata, has creado un infierno para todo nosotros, y ¿Para qué?

—¿Para qué? —río cínicamente caminando hacia Jackson y se sentó a una distancia prudente— Eres más idiota de lo que pensé. Veo que aún no lo has notado, eso es una pena. Algún día descubrirás el porqué de mis acciones y cuando suceda, entenderás que no hubo otra forma, hasta entonces, adiós.

Se levantó y se dirigió hacia la puerta con una sonrisa de satisfacción al ver como Jackson se lastimaba las muñecas intentando liberarse de las cadenas.

—¡No podrás mantenerme encerrado para siempre! ¡No podrás!

—¿Quién dijo que pensaba hacerlo?

TraiciónWhere stories live. Discover now