Capítulo 9

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Existe al menos un chico por instituto que es un maldito genio en computación y sabe algo de hackeo. Aquel chico, en el instituto, era Mik. Era considerado por muchos una leyenda aunque no era alguien de favores fáciles. Pasaba la mayor parte del tiempo oculto en la biblioteca, oculto en algún desierto lugar entre las estanterías, sentado en el suelo con su mochila a un lado y leyendo. Encontrarlo era difícil, él no deseaba ser molestado, conseguir un favor de su parte lo era aún más. Pero yo no planeaba darme por vencida.

Me tomó cuarenta minutos, cuarenta preciosos minutos de mi hora libre que podría haber utilizado en cualquier otra cosa mejor que esto, pero lo encontré. Mik estaba lejos de tener el aspecto de una rata de computación. La camisa estaba fuera del pantalón y su uniforme arrugado por el tiempo pasado sentado en el suelo. Su largo y oscuro cabello estaba suelto y enmarañado, estaba obligado a llevarlo atado por pasar el largo permitido por el reglamento pero allí en su escondite nadie lo controlaba. Estaba sentado en el suelo, tal como esperaba, su espalda contra una estantería mientras no levantaba la vista de un libro y estaba completamente rodeado por ellos.

—Emma Stonem. Supuse que vendrías. Según tu horario ahora tienes una hora libre y según tu archivo tienes un castigo pendiente por golpear a Victor Levingston. ¿Has venido por eso? —preguntó Mik sin levantar la vista de su libro.

—¿Puedes hacerme un favor? —pregunté.

—Mi tiempo vale, chica de oro.

—Tengo Skittles.

—Y yo mis cosas a mano.

Mik levantó la vista y abandonó su lectura. Me senté con cuidado a su lado mientras él sacaba su ordenador portátil de su mochila y rápidamente se colgaba de la red privada del instituto. Mik solo ayudaba a quienes consideraba que merecían su ayuda lo cual reducía bastante el número de estudiantes, al parecer mi actitud de defender a los demás y no permitir los abusos me incluía en su pequeño número de personas que merecían su tiempo. Y Mik tenía una terrible adicción a los Skittles por lo que saqué diez paquetes de mi mochila.

—¿Quieres que anule tu castigo? —preguntó él.

—Quiero eso y que me des una copia de los archivos de Sam y Victor Levingston —dije.

Lo bueno de Mik es que solo trabaja, no pregunta. Es un maldito genio. Se metió a la computadora del director con solo dos clicks, eliminó el documento con mi castigo sin dejar ningún rastro y luego pasó los dos archivos que le pedí a mi Ipod. Todo en un tiempo record. Él tenía todo lo que necesitaba en su mochila, cualquier tipo de cable, conversor o enchufe que pudiera llegar a necesitar y cualquier dispositivo de tecnología extra para su computador portátil.

—Ya está hecho —dijo Mik—. ¿Algo más?

—Tú sabes todo en cuanto a la red del instituto. ¿Has notado algo raro? —pregunté.

—No soy el único que ha infringido la seguridad últimamente. Aunque eso no me sorprende, no es difícil de burlar y meterse dentro de la computadora general. A veces los veo cuando lo hacen, pequeñas fugas. Pero las últimas eran diferentes. No eran principiantes que tuvieron suerte y descubrieron como entrar. Estos eran expertos.

—¿Otros hackers se metieron a la red?

—Me gusta la red. Me gusta cambiar el menú de la cafetería, tener el control, saberlo todo. Me rió de los principiantes que se meten pero hace unos días alguien se metió y no era un principiante. Lo vi. Y eso es extraño —dijo él.

—Supongo —dije.

—Aunque, si lo que quieres es algo más vulgar, el chico de intercambio tiene el mismo horario que David Cribs. Eso sí es curioso, aunque supongo que él dejó un lugar libre y por eso la dirección se lo dio al otro —dijo Mik.

Valentino (Pandora #2) **Disponible en físico y e-book**Where stories live. Discover now