IV: Beneficio

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Katsuki no estaba seguro de escuchar bien.

Miró a Eijiro posado sobre la copa de los árboles. Su hermano dragón lo miró también, ambos confundidos, ninguno estando seguros de haber escuchado correctamente al príncipe humano. Y el susodicho, tan tranquilo y paciente frente a ellos, con los brazos cruzados detrás de la espalda, esperando cualquier respuesta que pudiera obtener. Desarmado, desprotegido, dándole la oportunidad a Katsuki de cortarle la garganta en cualquier momento. Pero, no lo haría, no en ese instante.

— ¿Qué mierda dijiste...?

— Quiero pedir tu mano en matrimonio — dijo el príncipe por segunda vez—. Si es necesario que pida tu mano al rey dragón, lo haré. Solo guíame hacia tu reino.

—¡Espera, hermano! — rugió Eijiro—. No podemos, por nada del mundo, llevar al humano al nido. Quién sabe que cosa realmente quiere.

— Es lo que estaba pensado, idiota — Katsuki gruñó.

Notó la mirada atenta del príncipe a toda plática que mantenía con el dragón. Lo estaba irritando, toda su atención y su cara estúpida sin expresión, la paciencia con la cual esperaba una respuesta que, realmente, Katsuki no tenía.

— ¡¿Qué demonios tanto miras?! — espetó. El príncipe pareció salir de su estupor. Parpadeó y se disculpó.

— Perdóname, solo me preguntaba cómo eres capaz de hablar con el dragón, yo solo escucho rugidos — explicó. Sus ojos bicolores una vez más estaban demasiado atentos a cada movimiento del rubio—. Eres impresionante, sin duda.

¿Es idea mía o está intentando cortejarte?

— ¡Cierra la boca, Eijiro!

El dragón rió. La expresión malhumorada de su hermano ocultaba la vergüenza que sentía. Jamás creyó que llegara el día en que viera a Katsuki siendo tímido, incluso si era una timidez camuflada detrás de la hostilidad.

Katsuki escaló el árbol nuevamente. Con agilidad y rapidez. Eijiro se movió más cerca de su jinete, con las rojizas alas extendidas a cada lado de su cuerpo, listo para emprender el vuelo sin la necesidad de que Katsuki se lo dijera, él lo entendía. La garra del dragón se posó sobre la copa del árbol, a un lado de su jinete y facilitándole subir hasta su lomo.

— ¡Espera, por favor! — llamó el príncipe—. No me has dado una respuesta.

Desde el lomo del dragón, Katsuki miró al príncipe. Su vista volteó hacia más allá del bosque, donde las montañas se alzaban y, si se tomaba un momento para escuchar con atención la noche, podría escuchar los rugidos de los dragones llamando a sus crías, riendo, discutiendo entre ellos y más.

— No voy a confiar en alguien que no conozco — respondió. Los ojos rojos fijos sobre el rostro del príncipe—. ¡Si tus palabras son ciertas, ve y habla con el rey!

Y con un solo aleteo de las fuertes alas, emprendieron el vuelo. El rojizo dragón rugió hacia el príncipe, enviando una corriente de aire que hizo al humano cubrirse el rostro y retroceder sobre sus pasos.

El dragón se elevó unos metros más por sobre las copas de los árboles antes de girar y volver la cabeza en dirección al nido de los dragones. El aire frío se arremolinó a su alrededor. Katsuki sostuvo la capa rojiza contra su cuerpo con fuerza, sintiendo las mejillas y la punta de la nariz helarse por el frío viento nocturno.

¿Crees que se acercará al nido? — preguntó Eijiro.

— No lo hará. No creo que sea tan estúpido como para arriesgar su vida al acercarse tanto al fuego.

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