XIX: Ir

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Katsuki suspiró, apoyado contra la baranda fuera de la casa de Ochako, mirando a la distancia.

El viento helado que anunciaba el invierno danzaba por el campo al sur del reino Monoceros, entre las casas y llevándose lo poco que quedaba de las hojas secas en la copa de los árboles. 

En tan solo un par de días, la temperatura había descendido. Durante las primeras mañanas en que el frío comenzó a sentirse más, Katsuki soportó el parloteó del príncipe Iida sobre la llegada del invierno. Sobre las festividades que el reino organizaba cada gélida temporada, y expresó con una voz tensa su deseo de que el rubio pasara el invierno en Monoceros, en el palacio, y así él poder enseñarle al ojirubi todo lo que Monoceros tenía para entregarle.

Por supuesto que no se quedaría. No soportaba el frío. La tierra de los dragones siempre se mantenía más cálida que el resto de reinos, incluso cuando el invierno llegaba.

Además, el rubio pensaba, muy en el fondo de su subconsciente, que si asistía a un festival de invierno o lo que fuese, no sería en compañía de Tenya.

Tal vez si estuviese acompañado de otro príncipe...

No. No, no. El rubio dejó caer la cabeza contra la baranda de madera que rodeaba la casa y se golpeó la cabeza, alejando cualquier pensamiento que le hiciera recordar al medio príncipe. 

El hijo de la bruja, recordó... el descendiente de esta. El que poseía la sangre maldita de la dinastía Todoroki. El heredero al trono de Mesarthim. Aquel que se suponía debía odiar y tomar su cabeza como venganza, y bañar su espada en su sangre sucia...

Pero no podía. Cada uno de aquellos títulos, no podía relacionarlos a Shouto. No iban con él. No podía dirigir hacia el bicolor el verdadero odio que debería sentir. 

Una vez más, se golpeó la cabeza contra la baranda.

—¿Qué estas haciendo? — Katsuki levantó la mirada, e hizo una mueca al reconocer a Iida, quien llevaba entre las manos un presente perfectamente envuelto—. No entiendo que estas haciendo, pero no es bueno que te golpees la cabeza.

—Es mi maldita cabeza y la golpearé tanto como quiera —respondió, volviendo a chocar su su frente contra la madera por una última vez.

El rubio se alejó de la baranda, caminó en dirección al príncipe de Monoceros, pero no se detuvo frente a él. Siguió caminando, bajó las escaleras que conducían a la casa de la hechicera, y siguió un sendero inexistente que lo llevaría a ningún lugar al que quisiera ir. Realmente, a donde quería ir, era al palacio; donde estaba su idiota, escondiéndose de todo y todos.

Pero el orgullo no se lo permitía. El orgullo de su gente, de su clan, su propio orgullo que le recordaba aquello que el bicolor le dijo ese día.

No debían estar juntos. Eran demasiado diferentes. Llevaban sobre sus hombros el honor y orgullo de cada una de sus familias. El peso de la historia.

Katsuki caminó a paso tranquilo, escuchando las pisadas que venían detrás de él. Gruñó por lo bajo, mirando por un momento al cielo frío que se empeñaba en mantener un azul claro con pocas nubes. ¿Era idea suya o el ambiente se sentía más gélido de lo normal? Tal vez era solo su imaginación...

Se abrazó a sí mismo, aferrándose a la capa café que Ochako le había dado al volver. Recordó la suya, aquella rojiza que poseyó desde pequeño y que había sido destruida durante la lucha en la montaña de fuego. La extrañaba, la capa de la hechicera no lo protegía tanto del frío como la que antes poseyó. 

—¿Tienes frío? —preguntó Iida a su espalda.

—No te importa.

—Me importa. —El príncipe de Monoceros apresuró sus pasos, sobrepasando al rubio, y deteniendo su marcha al bloquear su camino. Aprendió, rápidamente, que los modales de cortejo no funcionaban en nada con el otro—. Me preocupa tu salud. 

Donde nadie nos encuentre © | TDBK |Where stories live. Discover now