XVIII: Regreso

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Katsuki no sabía que hacer. Tampoco qué pensar.

La situación era diferente. Diferente a las otras veces en las que la dinastía del príncipe estuvo involucrada. No era fácil de aceptar y dejar pasar la información de que la propia madre de Shouto había sido la gran asesina de la guerra y de su clan. Quien maldijo a los dragones. Quien asesinó a sus padres. ¿Qué se supone que debería pensar?, ¿qué se supone que debería hacer?

Sí, estaba enamorado del príncipe, y al mismo tiempo sentía que el odio hacia su familia crecía como nunca imaginó que lo haría. Los repudiaba, le habían quitado a su gente, le quitaron a sus padres, la oportunidad de crecer sin pensar toda su vida que era el último humano entre los dragones. La maldición de la madre del bicolor tenía al borde de la muerte a aquellos que lo adoptaron y criaron.

Tal vez su padre, el Rey Dragón, ya había muerto...

Quería odiarlo. Quería odiar al príncipe también. Quería odiarlo por aparecer en su vida y lograr que se enamorara de él. Quería odiarlo por haberle dicho que lo amaba y hacerlo sentir tan feliz por un segundo. Quería tanto odiarlo...

Pero no podía. No podía porque también lo amaba. Pero tenía razón, no debían estar juntos.

—Es lo mejor —dijo Katsuki, sin mirar al príncipe—. Cuando esto termine, no quiero volver a ver tu cara por la tierra de los dragones.

Shouto asintió, con un nudo en la garganta, sintiendo que el corazón se le rompía. Aceptando aquel dolor.

—Si lo permites, me gustaría darte mi sangre. —El rubio lo miró por primera vez desde que supo la verdad, sin comprender—. Ya que soy descendiente de la bruja... mi sangre servirá para romper la maldición de los dragones.

Siempre tan noble, siempre tomando la responsabilidad.

Katsuki solo asintió. Mantuvieron el silencio, sin fijar los ojos en el otro. Por primera vez, sin observar al otro. Sintiendo que había una muralla entre ambos que se había levantado de un momento a otro sin que lo notaran. Pero bien, nada podían hacer. Ambos eran víctimas de aquellos que vinieron antes que ellos, y les tocaba cargar con los pecados, con el odio, con el resentimiento.

Lentamente, el príncipe de Mesarthim se puso de pie. Sin saber si desearle buenas noches al rubio o no, decidió mantener el silencio, mirar por última vez a su amor, y volver a la cabaña con el grupo. Les quedaba un largo viaje a Monoceros, luego a sus propias tierras. Él a Mesarthim, a cumplir con un compromiso obligado seguramente, el rubio regresarían con los dragones y tal vez jamás volverían a verse o pasaría mucho tiempo antes de ello.

Debía aceptar y comprender que era la realidad. El amor que sentía era un amor joven, en parte infantil, no tenía futuro en aquel mundo. Dolía alejarse de su sol, pero no había otra opción.

Dejó a Katsuki solo. El rubio se quedó sentado sobre la hierba, mirando a la distancia, a las estrellas sobre su cabeza.

Si lloró o no esa noche, era un misterio.

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"Katsuki me reprochó aquella noche muchas veces, especialmente durante las fiestas cuando ambos nos embriagábamos, pero ambos sabíamos que no había otra opción, que había mucho que hacer antes de incluso lograr una pequeña alianza.

Aquel tiempo fue doloroso. Las heridas de mi cuerpo curaron rápidamente, no así las múltiples heridas en el corazón, aquellas con las cuales he vivido hasta este día. Aprendí a vivir con ellas, aprendí a vivir de esta forma desde que era un niño.

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