VIII: Memorias

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Katsuki se deslizó por las paredes de tierra del cráter sin quiera pensarlo un poco más. Cuando sus pies tocaron la profundidad del agujero, corrió inmediatamente hacia el muchacho pelirrojo que seguía inconsciente y en posición fetal. Se quitó la capa rojiza de sobre los hombros y cubrió a Eijiro con esta, envolviendo su cuerpo humano como si la capa fuese la manta más cálida que existiera.

Tomó el cuerpo dormido y lo acurrucó entre sus brazos con sumo cuidado. El humo seguía elevándose desde la piel, tenía múltiples rasguños por todo el rostro y cuerpo, y Katsuki notó como profundas heridas, brillantes en rojo con forma de garras, se arremolinan alrededor del pecho de Eijiro, donde estaba su corazón.

Katsuki tocó la zona, estaba cálido y sentía el palpitar debajo su palma. Su pecho se elevaba y descendía por la respiración pausada y rítmica. Estaba vivo.

— Hey, despierta hijo de tu draconiana madre — masculló el rubio, tocando el rostro dormido y humano que recordaba un poco—. Eijiro...

— Necesita descansar. — Katsuki volteó la mirada, encontrando a la hechicera y al príncipe acercándose a él—. La eliminación de una maldición deja exhausto al maldito, dormirá un par de horas.

Katsuki no dijo nada, lentamente volvió la mirada al chico que sostenía entre sus brazos y se puso de pie.

Shouto se acercó al rubio, murmurando que si pesaba demasiado, ayudaría al otro a cargar a Eijiro. Pero, cuando intento tomar el cuerpo del dragón, Katsuki golpeó su mano y le dio una mirada fría, llena de una ira que aún no desaparecía y, aunque a Shouto no le gustara, debía aceptarla.

Se hizo a un lado, dejando pasar al rubio. Bajó la cabeza, ocultando detrás de su flequillo la angustia, tristeza y desolación que solo sus ojos transmitían. Le dolía el pecho, el rechazo era mucho más fuerte cuando lo producía alguien a quien se amaba.

Sintió una mano sobre su hombro. Levantó la cabeza y vio la sonrisa de Ochako.

—¡No se deprima, su alteza! Su amigo solo está preocupado.

—No es mi amigo, es... — Calló, sin saber si debía continuar llamando a Katsuki como su prometido—. ¿Sabes sobre un lugar donde acogernos hasta que Eijiro despierte? Siento estamos muy lejos del centro del reino.

—¡Lo están! Están cerca de las puertas del sur de Monoceros, aquí no hay más que campo y un par de casas —explicó la hechicera—. Y pueden quedarse en mi hogar, tengo hierbas para curar las heridas del dragón.

Katsuki reclamó un poco, pero acabó cediendo ante el ofrecimiento.

El rubio no se separó del lado del dragón hasta que este estuvo sobre una cama y arropado bajo suaves mantas. Ochako limpió las heridas de su rostro y pecho, pidiendo a Katsuki curar todas aquellas heridas que estuviesen más abajo del ombligo. El rostro de la hechicera se coloreó cuando vio al cuerpo semi desnudo sobre la cama, solo cubierto por las sábanas. Salió de la habitación dejando el ungüento hecho con hierbas, dejando al príncipe Todoroki junto al salvaje y el dragón solos.

Shouto, apoyado contra la puerta del cuarto, observó atentamente como Katsuki terminaba de limpiar las heridas. Lo hacía con tanta delicadeza que por un momento pensó que estaba viendo a otra persona, no al salvaje rubio por el cual cayó. No había ira en sus ojos, el ceño siempre fruncido desapareció, la mirada distraída y tranquila mientras limpiaba cada una de las heridas. Shouto se mordió el labio inferior, desvió la mirada de la imagen frente a él. Se llevó una mano al pecho, le dolía, molestaba. Odió la sensación de desolación que aquella escena frente a él le hizo sentir, lo solitario que se sentía, y no comprendía porqué. Katsuki solo estaba cuidando de Eijiro, nada más. Eran hermanos ¿no? No de sangre, recordó...

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