El alemán.

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He aquí el relato más corto y a la vez bello que he vivido este año.

Sus ojos ve veían como dos faroles celestes, su cuerpo era como el del David, de Miguel Angel, no por lo que llamaríamos perfecto, sino porque tenía su propia belleza y no hacía falta compararlo con nadie más.

Su piel, suave y delicada, cuando la toqué, pensé que había pasado mis manos sobre terciopelo, abrí mis ojos y vi su rostro, en ese momento me percaté de que no era terciopelo, sino que era él, estaba tocando su piel.

Esta vez, no lo conocí por medio de un barco, fue un encuentro fortuito como siempre suele ser, él estaba muy lejos de casa, en otro país, en otro continente, no era Alemania, era Argentina, el país del tango, del azado y de la ironía. Yo estaba en mis pagos, mi tierra, mi casa y mi Buenos Aires querido.

Hoy, 29 de junio, es un día que voy a recordar hasta que muera, seguramente.

Dmitriy me invitó a su casa.

Llegué a allí, cuando entramos a su departamento, me sirvió una copa de vino, mientras que para él sirvió un vaso de cerveza. Debo admitir que la cerveza no me gustaba hasta el momento que la probé de los labios de Dmitriy, desde ese momento quiero beber cerveza, pero solo de allí, solo de sus labios.

Este cuento no lleva un fin escrito.

Hasta luego.

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