Prólogo

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Es una verdad universalmente conocida que las cosas nunca salen como lo esperas.

Pueden ir a mejor, a peor, o quedarse en un punto medio.

En mi caso... la verdad es que no lo tengo claro.

Es algo excepcional que una japanóloga desarrollando una investigación sobre sables nipones acabe en un complejo repleto de chicos guapos. Muchos chicos guapos.

(Que conste que esa es la parte de la que no me quejo).

También lo es el hecho de que esos chicos guapos sean impersonaciones de armas pertenecientes a grandes señores de la Historia de Japón.

(Eso tampoco es malo, más bien mola un montón).

Claro que cuando te dicen que has sido seleccionada como el saniwa del lugar y que tu misión es mandar a estas bellezas a combatir contra terribles enemigos que quieren cambiar el curso de los acontecimientos pasados... La cosa cambia un poco.

- ¿Lo ha entendido? ¿Necesita que lo repita?

El que me pregunta es un chico con un chándal morado y blanco que parece asumir el papel de director del complejo y responsable de mi formación. Parece majo, aunque el exceso de formalidad con el que se dirige a mí es un tanto irritante.

- Es normal tener dudas el primer día, Saniwa. Ya verá, cuando llegue el momento estoy absolutamente seguro de que estará preparada. 

Eso espero yo también porque sino...

En fin, no he dedicado casi cuatro años de mi vida a esta investigación para tener dudas, conozco perfectamente la Historia (y las fuentes a las que acudir si algún dato me falla) y a las grandes figuras del archipiélago nipón.

¡Enemigos a mí!

Por el momento me ha dejado sola en mi nueva habitación para que proceda a instalarme. Tampoco es que haya traído demasiado conmigo salvo algo de ropa, los libros fundamentales de consulta y un ordenador.

Se me ha olvidado preguntar si tienen conexión a internet, el yaoi que sigo ahora mismo está a punto de terminar y yo NECESITO verlo. Aunque la presencia de estos personajes incita a la imaginación de cualquiera.

Por la ventana se distinguen algunos pabellones de arquitectura tradicional, con sus correspondientes porches de madera por los que pasean mis nuevos... ¿siervos? ¿Vecinos? Cada uno tan diferente del anterior, algunos más mayores y otros apenas unos críos. Todos dolorosamente guapos. 

Hay un chiquillo de pelo claro al que persiguen tres cachorros de tigre. Un joven vestido de verde parece estar llevando a cabo una ceremonia sintoísta, un par de ellos discuten en sentados en el jardín mientras toman el té. Al fondo, un poco más lejos, hay un árbol de ramas desnudas y tronco grueso, entre sus raíces descansa un chico que parece estar entregado a la escritura sobre una tablilla de madera.

Su pelo es del color de la glicina.

El color de la glicina [Kasen Kanesada, Touken Ranbu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora