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Las mañanas de invierno en la ciudadela parecen de lo más animadas. No sólo porque nos hemos despertado con toda la zona exterior prácticamente cubierta de nieve, sino por todo lo que esto trae consigo.

Como el grupo de chavales preparando un buen alijo de bolas de nieve para... bueno, veremos quién es la víctima.

Por el momento estoy asomada a la ventana, con un pijama que me he traído de casa (lo siento, Haseb, no estoy hecha para dormir en kimono, al menos por el momento), pero no descarto el salir de mi habitación a hurtadillas para unirme a la batalla.

Cuando vuelan las primeras bolas siento como mis pies se mueven con impaciencia.

Veamos, si voy a estar aquí metida por un tiempo indeterminado y estoy, a la vez, intentando conocerlos a todos y hacer lo mejor por la protección de la Historia.

Mira, chica, que no hay excusas.

Salgo lo más silenciosamente que puedo, cogiendo una chaqueta por el camino, bajo las escaleras como si me fuera la vida en ello y me dirijo al patio.

Como la principio no reparan en mí, preparo las armas y no tardo en lanzar.

Mi puntería no es la mejor del mundo, vale, ha caído en el suelo a los pies de uno de los chicos, vale, pero... ¿por qué me miran todos así?

Empieza a ser incómodo.

- Esto... Buenos días, eh... ¿puedo unirme?

¿Dónde están mis modales? Será eso lo que les ha dejado atónitos... ¿no?

Tío, en cualquier serie de anime estos momentos se resuelven con risas y naturalidad, sigamos peleando como si no pasara nada y esas cosas.

- Saniwa...

- Siento haber interrumpido.

Me doy la vuelta para volver a mi habitación, derrotada.

Pero noto como una bola se estampa contra mi espalda.

- ¿Quién ha sido? - Me vuelvo rápidamente y algunos de ellos se encogen con miedo. - Porque el culpable de esto no conoce mi habilidad como lanzadora de bolas de nieve.

El ambiente se aligera, y entonces un chaval de pelo claro y ojos rojos abre la boca.

- Pues como sea la misma del primer lanzamiento...

Alguien le tira una bola a la cara, otro niño, el que va siempre con tigres blancos.

(No soy muy buena para los nombres).

- ¡No te metas con el saniwa!

Y así es como la guerra vuelve a empezar. 

La nieve vuela por los aires y empezamos a correr por el patio, intentando huir cuando vemos a Hasebe cerca e involucrando a algunas personas más en la pelea, que no tarda en trasladarse al interior de la casa.

La nieve a dejado paso al simple placer de perseguirnos y correr por todas las habitaciones, salas de decoración tradicional, con mesas bajas que tenemos que esquivar, otras que parecen dormitorios y, finalmente, la cocina.

Donde Kanesada está preparando el desayuno junto con un (atractivo) señor con un parche que ya he visto antes. 

Tengo la mala suerte de resbalar por el suelo y acabar chocando con él, lo que le hace mirarme con desaprobación y de arriba a abajo. 

Parece a medio camino entre sorprendido y malhumorado. Creo que esté un poco colorado, pero debe ser por los vapores del arroz hervido.

- ¿Saniwa? Buenos días, ¿ha dormido bien?

El color de la glicina [Kasen Kanesada, Touken Ranbu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora