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Ikedaya y el Shinsengumi.

No podríamos empezado de forma más... potente.

Los miembros del llamado Shinsengumi quizás sean las figuras históricas más representadas de todo Japón. Hijikata, Okita y otros tantos han aparecido en mangas, series de animación, películas o incluso juegos que te permiten ligar con ellos (benditos sean). Por no hablar del periodo en el que se encuadran sus acciones, momento de revolución de las artes en el archipiélago gracias a su aislamiento.

Un momento truculento protagonizados por personajes... ¿he dicho ya potentes?

De acuerdo, tú eres el saniwa ahora. De ti depende que todo siga tal y como está.

En este episodio se produjo un enfrentamiento entre aquellos que querían devolver al emperador su posición como soberano y, por otro lado, los que estaban de acuerdo con el régimen militar del momento. Fue uno de los miembros del bando enemigos del Shinsengumi el que acabo confesando después de alguna que otra sesión de tortura. Por ello, va a haber violencia y sangre, y necesitamos a alguien rápido que sepa de quien va la cosa.

¿Sería demasiado duro enviar a una de las espadas de este grupo? 

En fin.

Ellos mismos han dicho que no pueden interferir.

En fin.

Redacto una lista y se la entrego a Hasebe, estoy apoyada en mi ventana mientras veo el anuncio de la misión y aquellos responsables de llevarla a cabo. El chico de antes, el de las caballerizas, parece un poco sorprendido con mis elecciones.

Genial, empezamos con muy buen pie.

Kanesada también está en el patio, me está mirando.

Lo saludo con un gesto vago y él, simplemente, vuelve la cabeza y se va.

Gracias, míster simpatías, como si no fuera bastante con el remordimiento que siento para que vengas tú a echar más leña al fuego.

Cierro la ventana con brusquedad y vuelvo a revisar la alineación, quizás pueda hacer algunos cambios y...

La puerta de mi habitación se abre sin hacer ruido. Espero encontrarme a Hasebe con un nuevo discursito pero no.

Es él.

Mi primer impulso es ponerme a la defensiva:

- ¿Qué quieres? 

- ¡No grite! - Susurra a la par que gesticula en exceso. - Hasebe se piensa que darle un tiempo de descanso es lo mejor, como oiga algo no dude en que vendrá a ver si necesita algo. Y creo que no es la mejor idea que me encuentre aquí.

Se sienta frente a mí con la espalda recta y la postura perfecta. Me da un poco de corte verme a mí, con las piernas cruzadas e inclinada sobre la mesa, devanándome los sesos sobre mis acciones.

Al menos llevo el kimono bien puesto.

O eso creo.

- ¿Está bien?

- Más o menos.

- Ya me parecía... ¿Qué le ocurre?

- No es del agrado de nadie seleccionar a un grupo de gente para que se marche a arriesgar su vida en una batalla.

- Pero por eso estamos aquí, ¿no? Sin un objetivo no tendríamos piernas para movernos, manos para escribir, voz que nos permita comunicarnos o piel para sentir.

Eso ha sido muy sexy, amigo, aunque ahora no sea el momento de pensar en ese tipo de cosas. Pero la tenue luz del atardecer que se cuela por las ventanas cerradas tiñe su piel del dorado de la arena, y sus ojos parecen el mar.

- Es un poco triste daros todo eso para luego poder arrebatároslo con tanta facilidad.

- Así es la vida, ¿no?

- Supongo...

Vuelvo a fijar la mirada en mis papeles. 

- Si tan mal se siente, ¿por qué no hace algo?

- ¿Y qué podría hacer yo? ¿Acompañarlos?

- No, sólo sería una carga, Saniwa.

- Vaya, gracias.

- Es la verdad... yo me refería a un discurso de despedida que los motive, un poema, quizá un amuleto que les acompañe.

Esa última idea me hace click en la cabeza.

Un amuleto.

Si tengo el poder de mandarlos a la batalla, también lo tengo para protegerlos, para darles fuerza y fe.

- ¡Eso es! - Me levantó de golpe armando un buen barullo.

- ¡He dicho que no grite!

Me toma de las manos y me empuja hacia abajo para que vuelva a sentarme. Es mucho más fuerte de lo que parece, así como más alto.

Vaya.

¿No será esta una escena típica de cualquier otome? ¿Y no seré yo la protagonista?

Ha empujado con más fuerza de la que debía, de modo que he acabado aterrizando sobre su regazo. La verdad es que la postura no es la más cómoda, sobre todo para mí, que siento como su cabeza se hunde entre mis tetas.

Genial.

Simplemente genial.

Me separa de él agarrándome de los hombros. Está muy rojo y tiene los ojos brillantes, desbordados de angustia. 

Se ha puesto a gritar y sigue sin soltarme.

Chico, ni que hundirte en mi escote sea lo peor que te puede pasar. Tenemos más cosas de las que preocuparnos. 

Le tapo la boca con mis manos, es mi momento de ser la voz de la cordura.

- Kanesada, reponte. Necesito tela, tinta y un pincel, vamos a hacer unos buenos amuletos que se puedan llevar al campo de batalla. 

Cierra la boca (gracias a Dios) y se levanta sin mediar palabra. Mira al suelo, lo que me impide verle la cara, pero las puntas de sus orejas aún están coloradas.

No sé si sentirme ofendida o enternecida por esta recién descubierta timidez.

Vuelve con discreción y silencio con todos los materiales entre sus brazos, yo he despejado la mesa de papeles, así que nos ponemos a trabajar sin demora, ya que sus compañeros partirán por la noche. 

El diseño que he preparado es bastante sencillo: una pequeña bolsa de tela en la que introducir un papel con una caligrafía de protección y buena suerte. Nos apañamos con lo que ha traído, pero intento que cada saquito tenga un toque personal para su poseedor. Kanesada me ayuda con las escrituras mientras yo coso y coso.

Después de una incontable cantidad de puntadas, estamos listos.

Me arreglo mi traje y salgo a reunirme con mi pequeño ejército. Mi ayudante me acompaña y presencia como intercambio una palabra con cada uno de los chicos y les hago entrega de su amuleto. Todos parecen contentos, me aseguran que esto está chupado para ellos y que cuando vuelvan lo celebraremos como es debido (si Hasebe nos deja, claro), que con esos preciosos amuletos todo va a salir bien.

Pobres, si sólo es un trozo de tela con unos garabatos. 

Y esperanza, buenos deseos por mi parte también.

En el centro del patio hay un reloj que se ilumina, y en un segundo han desaparecido.

Silencio.

Kanesada, a mi espalda, pone una mano sobre mi hombro.

- Todo va a salir bien, Saniwa.

- Eso espero.

Volvemos juntos al complejo, y, sin que se dé cuenta, deslizo un nuevo saquito entre los pliegues de su hakama.

Una tela de flores del color de la glicina. 

El color de la glicina [Kasen Kanesada, Touken Ranbu]Onde as histórias ganham vida. Descobre agora