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Si hay algo que me gusta es que me dejen a mi aire en momentos de crisis.

A ver, no es que esté pasando una crisis terrible hasta tal punto que mi vida dependa de ello. Realmente son las vidas de los demás las que dependen de mí. 

El chico del chándal morado, Hasebe (ya me he aprendido su nombre y todo), me ha explicado mis labores como saniwa, que, mayoritariamente, consisten en formar equipos lo más equilibrados posible para llevar a cabo una serie de misiones cuyo objetivo principal es proteger la historia de Japón, respetando el devenir de los acontecimientos para llegar al presente que nos ha tocado vivir.

¡Qué suerte que yo sea japanóloga y pueda desenvolverme bien en esta situación!

No obstante, no deja de ser algo... preocupante el hecho de mandar a un grupo de chicos al frente. He estado observando desde mi ventana, puesto que mi nombramiento no es algo público todavía, y las edades de mis vecinos son muy variadas 

¿Qué podría hacer un niño armado con una espada? 

Como si me mandaran a mi al frente o algo por el estilo.

En fin.

Por suerte hay muchos chicos más mayores y fuertes en apariencia, a algunos de ellos los he visto entrenar y no son precisamente aficionados. 

Hasebe dice que posiblemente esta noche llevemos a cabo mi presentación formal al resto de habitantes de la ciudadela, están enterados de la llegada de un nuevo general pero todavía no saben nada. A veces los oigo cotillear debajo de mi ventana, como si buscaran que, llevada por la curiosidad de sus comentarios, me fuera a asomar para llevarles la contraria o algo por el estilo, pero no. 

Aunque... bueno... 

Lo de que me dejen a mi aire lo he llevado un poco al extremo, tengo que admitirlo.

Puesto que he cogido algunas de las prendas más sencillas que me han dejado y he salido de incógnito a dar un paseo. 

Lo cierto es que los chicos ya de por sí son un poco estrafalarios en algunos de los atuendos, no se van a extrañar de ver a alguien más vestido de indumentaria tradicional dando un paseo por ahí. Además, según parece cada dos por tres se reciben nuevos reclutas gracias a las espadas de los grandes señores del Japón, por lo que ver una cara nueva no tiene que ser raro para ninguno de ellos. 

Otra de las cosas que me gusta hacer en momentos de crisis es leer. Y si es manga, mejor. Y si es un BL ya ni te cuento. A veces también escribo, pero no hay nada como que te den un mundo ya hecho y tú sólo tengas que sentarte y mirar página tras página.

Pues oye, pasear a mi aire sumergida en la lectura de una buena historia y rodeada de chicos guapos de lo más pintorescos está muy pero que muy bien.

Hasta que, sin darme cuenta, me topo con una sábana blanca que parece querer pelea, enredándose conmigo en una lucha que, como no podía ser de otra manera, termina con ella en el suelo.

Me apresuro a recogerla cuando se me acerca un chico con el ceño fruncido.

- ¡Eh, ten más cuidado!

- Lo siento...

Lo reconozco como uno de los habitantes de la ciudadela, precisamente aquel que me llamó la atención por el color de su pelo y, ahora que lo veo de cerca, el contraste con sus ojos. 

- ¿Eres nuevo aquí?

- Se podría decir que sí.

Le respondo mientras escondo el libro en la manga del kimono.

- Las acababa de limpiar esta mañana... - Eso no va dirigido a mí, sino a la tela antes impoluta y ahora manchada de polvo y tierra. - No deberías ir leyendo mientras caminas, podría ser peligroso. 

- Es que...

Me está echando la bronca como si fuera una cría, y eso que apenas nos llevaremos un par de años. 

- Si vas a vivir aquí tienes que saber que existen unas normas, y una de ellas consiste en que aquél que estropea la colada tiene que volver a limpiarla. Ven conmigo.

Vale... Pues nos vamos con el chico del pelo morado.

Me lleva hasta un barreño de agua jabonosa, que, además, cuenta con una tabla para frotar la tela a la vieja usanza. 

Alguien va a tener que hacer unas cuantas reformas en este complejo, no me extraña que mi acompañante esté amargado.

Me pongo a frotar de rodillas mientras él me observa sin mediar palabra. Cuando cree que es suficiente, me da un golpecito en el hombro para que lo siga de vuelta al tendedor.

Colgamos la sábana entre los dos y cuando se despide sólo dice: 

- Que sea la última vez. 

- Señor, sí señor. 

Vuelvo a mi habitación para prepararme de cara a esta noche. Las prendas son mucho más solemnes y ricas. Me dejo el pelo suelto y jugueteo con las mangas de mi kimono.

La verdad es que no sé cual va a ser la reacción de la gente al verme, primero, por ser una mujer al mando de un ejército de hombres, segundo, por mi edad y terceno... no lo sé. 

Son simples nervios.

Hasebe me conduce hasta una sala con varias personas sentadas en el suelo. Algunos beben y bromean, algunos discuten, otros simplemente me observan.

Al principio no levanto la vista, pero cuando me encuentro en el centro de la estancia creo que es el momento perfecto para hacerlo.

Madre mía.

Esos ojos color aguamarina y el gesto que descompone el rostro de su dueño no tienen precio.

El color de la glicina [Kasen Kanesada, Touken Ranbu]Where stories live. Discover now