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A la vuelta de la batalla todo es calma y tranquilidad, y menos mal.

Basta de emociones por un tiempo.

Sobre todo ahora, que me enfrento a un muñequito de papel en blanco. 

Ha llegado el momento de dar corporeidad a los nuevos miembros del complejo.

Y yo no tengo ni idea de qué hacer.

En la antigüedad, el uso de muñecos de papel estaba ligado a la limpieza de impurezas: se frotaban por el cuerpo para luego lanzarlos al mar, a modo de despedido de los malos humores y espíritus, estos son los orígenes de las costumbres populares ligadas al Hinamatsuri.

Aunque nada tienen que ver con el hecho de dar vida y cuerpo a un trozo de acero.

Cuando lo toco noto que las puntas de mis dedos hormiguean, trazo algunos patrones sin pensar por su superficie, para luego tomar un pincel y dibujar un kanji.

Espero haber hecho lo correcto, sobre todo cuando Hasebe mira el monigote con tal admiración que parece que va a echarse a llorar en cualquier momento.

Por si acaso la he liado, me escaqueo de mi cuarto a dar un paseo. Mis hombres me saludan y me preguntan a dónde voy, lo cierto es que no tengo ni idea, sólo quiero estar lejos por si acaso ocurre un desastre.

Que sí, soy la saniwa más cobarde que esta ciudadela haya conocido.

Pero... mira, al menos ellos saben luchar.

Llego a un pequeño lago que cuenta con una pasarela. Supongo que es de aquí de donde sacan el pescado que comemos de vez en cuando. Es un ambiente tranquilo, limpio y silencioso, cosa que no está nada mal teniendo en cuenta el alboroto que tengo que aguantar cada día entre los entrenamientos, los gritos y las cocinas. 

Es aquí donde se cuelga la colada. Algunas sábanas blancas se mecen con la brisa y traen consigo el olor del suavizante que he encargado expresamente para el complejo.

Estoy abstraída en mis pensamientos, embriagada por el olor a flores, cuando oigo un golpe a mi lado. 

Al darme la vuelta veo a Kanesada con un barreño de madera cargado de agua, una tabla y una pila de ropa.

- Saniwa.

- Kanesada, ¿cómo tú por aquí?

- Según el reparto de tareas, me toca hacer la colada. 

- Oh, fantástico.

- Si no le importa, voy a ponerme a ello.

Y ya está.

Kanesada es un dechado de simpatía cuando se empeña.

Lo observo frotar cuidadosamente cada prenda, con una expresión relajada que dista mucho de las muecas que pone cuando le hablo. Es un factor más que se suma a aquellos que me hacen relajarme en este lugar.

Además, no ha venido solo, el chico tímido de la capa blanca lo acompaña, y es el encargado de tender la ropa mojada. Es tan silencioso que casi da miedo, y la capucha le tapa el rostro, por lo que apenas puedo verlo.

De vez en cuando, Kanesada se vuelve hacia él como si estuviera supervisando su trabajo. No lo hace nada mal, por lo que no entiendo su cara de frustración y anhelo.

Es muy raro.

Sobre todo cuando empieza a susurrar.

- Si sólo pudiera lavarla...

- ¿Decías algo? - Le pregunto.

- No, nada.

Su mirada se clava en el agua jabonosa, tarda un poquito en continuar:

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⏰ Última actualización: Oct 12, 2019 ⏰

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El color de la glicina [Kasen Kanesada, Touken Ranbu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora