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Habían pasado tres años del atraco más grande de la historia, la hazaña no dejaba de repetirse en los telediarios durante los aniversarios. Se repetían las entrevistas a los rehenes, se recordaba a los periodistas entrando y se seguía analizando el porqué del atraco.

Una vez más, el Profesor, vuelve al bar Salvador para encontrarse con alguien. Una persona que no veía desde hace años y que, ahora más que nunca, la necesita.

Sentada en la barra sólo hay una chica de grandes muslos y cabello corto de un castaño muy oscuro. Lleva vaqueros, una camiseta blanca y los labios pintados de rojo. El Profesor se sienta a su lado y comprueba que está bebiendo vino tinto, mira al reloj de la pared. Son las once de la mañana.

El Profesor y la chica escuchan en silencio como la reportera narra los hechos del atraco. La chica apura la copa de vino y sale del bar, el Profesor la sigue con la mirada y se decide a seguirla.

La chica camina segura hasta un callejón y el Profesor no duda en seguirla. El callejón no tiene salida más que la muerte, ya que el gatillo de la pistola de ella está apoyada entre sus ojos.

—¿Eres de la Policia?—el profesor niega, tembloroso.—¿Vienes a matarme?

—He venido a proponerte un negocio.—el Profesor traga saliva. La chica sigue apuntándole con el arma.—Algo que él hubiera querido hacer.

La chica parece dispuesta a disparar. Desde la distancia, Raquel, observa lo que está ocurriendo. Tiene una pistola guardada, el Profesor le había advertido que podía pasar.

—Véndete mejor, así no vas a evitar recibir un balazo entre ceja y ceja.—no le tiembla el pulso. El Profesor comienza a asustarse.

Una mattina—comienza a cantar el Profesor entre susurros. La chica ladea la cabeza y empieza a analizar al profesor.— mi sono alzato...

Oh bella ciao, bella ciao...—la chica baja el arma y mira extrañada al Profesor. Raquel suspira y el Profesor recobra el aliento.

Una mattina, mi sono alzato...

E ho trovato l'invasor.—el Profesor sonríe. Sabía que era ella.

—¿Quién te la enseñó?—pregunta el Profesor mientras se coloca sus gafas.

—Mi madre y mis tíos.—la chica guarda el arma.—Su padre era un partisano italiano.

El Profesor asiente, parece defraudado con la respuesta de la chica pero no lo hace notar.

—Mi abuelo también lo era.—el Profesor mira a su espalda, buscando a Raquel, antes de volver a mirar a la chica a los ojos.—Qué dices ¿aceptas?

—No me lo perdería por nada en el mundo.

—Nos vemos en veinte minutos en mi coche, ese SEAT rojo del 92.—la chica asiente y el Profesor le estrecha la mano.

Sergio se acerca a Raquel y ambos se besan. El Profesor dudaba si saldría de esta.

—De tal palo, tal astilla.—dice Raquel mientras ríe.

—He sentido terror, de verdad.—el Profesor también ríe.

Ambos se meten en el coche, sin dejar de besarse y, segundos después, se mete la chica con una expresión divertida.

—Necesito que me prometas algo.—comienza a decir el Profesor.—Es importante.

—No se me da bien prometer cosas.—dice la chica con seriedad y sin dejar de sujetar la pistola.—Las promesas son palabras perdidas.

El Profesor agarra el volante con fuerza y asiente, Raquel agarra su brazo e intenta tranquilizarlo.

—Cumplirás todo lo que te ordene, sin excusas.

La chica ríe a carcajada limpia.

—¿De verdad le estás pidiendo a una antisistema que siga órdenes? Es como pedir a un olmo que de peras.

—Por él.—el Profesor sigue estando nervioso. La chica turca el gesto.—Por favor.

—Me dijo que no aceptara, sabía que esto pasaría.—la chica intenta salir del coche pero las puertas tienen el seguro puesto. Saca la pistola y apunta a Raquel en la nuca.—Abre el coche o se llena de la materia gris de tu novia.

El Profesor mira con preocupación a Raquel, que se mantiene tranquila mirando al frente.

—La vida la trata bien, inspectora Murillo. Paula está guapísima.—Raquel se tensa y provoca más nerviosismo en el Profesor.—Y está a salvo, no se preocupe. Su ex-marido no le ha puesto la mano encima.

—Por favor.—el Profesor mira por el retrovisor y se encuentra con la mirada fiera de la chica.—Necesito que lo prometas, aunque sea una mera formalidad.

La chica sonríe y carga la pistola, Raquel cierra los ojos y el Profesor se coloca las gafas.

—Profesor, debería calmarse ¿sabía que el nerviosismo se contagia? Si me pongo muy nerviosa le vuelo la tapa de los sesos como si abriera una lata de atún.

El Profesor no dice nada, la chica mantiene la pistola en la nuca de la inspectora. El cerebro del Profesor comienza a funcionar con rapidez.

—De acuerdo, no lo prometas.—la chica sonríe y deja de apuntar a Raquel.—Lo defraudarías.

—¿De verdad cree, Profesor, que me importa?—la chica guarda el arma y el Profesor arranca el coche.—Y no juegue de esa manera conmigo, Profesor.

La chica baja el arma y Raquel suelta un suspiro de tranquilidad.

El Profesor arranca el coche y lleva a las dos chicas a un piso provisional. Aún quedaba gente por recoger. Quedaban tres miembros por reclutar.

Viena | LA CASA DE PAPELWhere stories live. Discover now