•Capítulo 33: ¿Quién es ella?•

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Me había quedado dormida

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Me había quedado dormida.

Sí, cuando no estaba con la cabeza metida en un libro o era un desastre andante, dormía. Apenas había dormido cinco horas, y todo por haberme quedando leyendo. ¿Lo peor? No fue hasta que desperté y continué con la lectura que finalmente lo terminé. Sebas no tardaría en llegar y yo todavía me encontraba con una toalla rodeando mi cuerpo y el cabello húmedo. Sabía que debía apresurarme, sin embargo, me sentía tan ansiosa que no tenía idea de por dónde empezar.

Bien, Emma, tranquilízate.

Lo primero que hice fue, tal y como estaba, regresar al baño para lavarme los dientes. Cuando terminé con ello me encargué de elegir la ropa que me pondría, logrando formar un completo caos en mi armario después de varios minutos de indecisión. Finalmente opté por mis vaqueros negros holgados, una simple blusa blanca de tiritas y mi cómodo cárdigan de color lila.

Una vez vestida, sabía lo que seguía, uno de mis mayores enemigos y algo con lo que solía lidiar todas las mañanas antes de ir a la escuela: mi cabello.

Temía utilizar la secadora y que al momento de cepillarlo se esponjase, tampoco tendría tiempo para alisarlo un poco. Por otro lado, si lo dejaba secándose al aire libre y salía de casa con el cabello húmedo, mamá me mataría. Ella era muy cuidadosa cuando de los resfríos se trataba. Quería verme bien, pero esto era Emma Harvey, así que... tómenlo o déjenlo.

Rendida, enchufé la secadora y me posicioné frente al tocador, viendo mi reflejo en el espejo. Me retiré la toalla de la cabeza y comencé a secar mi cabello hacia abajo poco a poco, poniendo en práctica los consejos para que no se esponjase tanto que Addy me había dado. Di un brinco en mi lugar cuando localicé una silueta detrás de mí y apagué rápidamente el aparato, dándome la vuelta.

—¡Sebas! —me quejé, poniéndome una mano en el pecho— Me asustaste.

El ojiazul me regaló una sonrisa y avanzó sus pasos en mi dirección, quedando frente a mí.

—Lo siento, tu madre me dejó pasar —se disculpó, acunando mi rostro entre sus manos—. Por cierto, hola, gruñoncita. Te ves muy bonita.

Y allí estaban de nuevo, esos incontrolables nervios y las maripositas en mi estómago. Sonreí ligeramente, bajando la mirada para que no pudiese notar el evidente tono rojizo apoderándose de mis mejillas.

—Hola, fastidioso.

—¿Por qué te ocultas? —cuestionó, elevando mi barbilla con una de sus manos— Hablo en serio, te ves preciosa... —hizo una pausa—. Eres preciosa —se corrigió.

—Gracias —musité, regalándole una pequeña sonrisa. Él plantó un besito sobre mis labios y luego comenzó a hacerlo por todo mi rostro. Reí—. Yaaaaa.

—Vamos, te ayudaré a secarte el cabello.

No puse resistencia ante ello, porque sabía que lidiar con Sebastián no sería tarea fácil y que de todas formas yo terminaría perdiendo. Además, el hecho de que se hubiese ofrecido a ayudarme se me hacía algo muy tierno de su parte.

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