•Capítulo 55: El hospital•

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El inquietante y ensordecedor sonido de la sirena de ambulancia retumbó con fuerza contra mis oídos

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El inquietante y ensordecedor sonido de la sirena de ambulancia retumbó con fuerza contra mis oídos. El vehículo había llegado pocos minutos después de que llamáramos por ayuda y ahora mismo nos encontrábamos de camino al hospital. Mi cuerpo temblaba y las lágrimas parecían no querer detenerse.

Todo es mi culpa.

En el instante que el incidente ocurrió, el lugar no tardó en llenarse de un montón de personas a los alrededores. La policía decidió llevarse al hombre que atropelló a mamá debido a que encontraron una pequeña dosis de alcohol en su cuerpo y dijeron que se encontraba algo ebrio. Yo solo me dediqué a asentir y balbucear como pude, mi cuerpo no reaccionaba y no podía procesar del todo absolutamente nada de lo que estaba ocurriendo.

Al llegar al hospital, los enfermeros bajaron a mamá en una camilla y corrieron con rapidez hacia la sala de emergencias. Hacía mucho tiempo que no pisaba uno y la sensación era extraña. Los pasillos estaban fríos y el que estuviera lleno de personas con cara de angustia y preocupación no hizo más que aumentar mis nervios.

—Señorita, ¿hay algún otro familiar de ustedes además de usted?

Un hombre alto y canoso se me acercó, sostenía lo que parecía ser una libreta con su mano izquierda. Negué de inmediato ante su pregunta y un nudo se formó en mi garganta.

—Solo... solo somos mi madre y yo —respondí como pude.

—Necesitamos a una persona mayor de edad en lo posible —me miró con tristeza, colocándome una mano en el hombro—. Tranquila, todo saldrá bien. Intenta comunicarte con alguien y da aviso, ¿sí? Espera aquí, dentro de un rato vendré a avisarte cómo va todo.

Asentí en silencio y acto seguido él se alejó, desapareciendo a través del largo pasillo. Mis manos temblaban demasiado, pero tuve que hacer un esfuerzo para controlarlas y tomar mi teléfono. Busqué con desesperación algún contacto en él y no me quedó más remedio que hacerlo con ella: tía Margaret.

Vivía a casi dos horas de aquí, pero estaba segura de que no dudaría ni un segundo en venir. Además, era nuestra pariente más cercana en estos momentos y la única hermana de mamá.

Pegué el teléfono a mi oreja y cerré los ojos, rogando para que ella contestase. A los pocos segundos el sonido que me indicaba que aún no respondía dejó de escucharse y oí su voz.

—¡Emma! Hola, sobrina hermosa. ¿Cómo estás?

Su tono tan alegre me hizo trizas el corazón y sentí que poco a poco me desmoronaba por dentro. Mierda, ¿cómo le decía que su hermana había sufrido un accidente?

—Tía —dejé de llorar para no asustarla—. Necesito que venga, por favor... —alargué— Es mamá.

—¿Qué? Dios, ¿qué pasó?

—La... la atropellaron —murmuré, mordiéndome el labio para evitar soltar un sollozo—. Estoy en el hospital y necesitan a algún familiar mayor de edad.

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