•Capítulo 61: ¿Un Gatoperro?•

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Había quedado en salir con mi padre el día de hoy para compensar lo de mi cumpleaños

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Había quedado en salir con mi padre el día de hoy para compensar lo de mi cumpleaños. Como era de esperarse, él y mamá tras enterarse de lo ocurrido me dijeron que lo más recomendable sería que me quedase en casa después de mis clases para descansar y no me dejaron salir. De todas formas, estar en casa no me molestaba en lo absoluto.

—¿Cómo van los exámenes, hija?

—Bien, bien —le di un sorbo a mi taza con té— ¿Qué tal tu viaje?

Finalmente decidimos que lo haríamos así. Mi padre vino a visitarme y ya llevábamos platicando casi dos horas, ni siquiera tenía idea de dónde habíamos sacado tanto tema para hablar. Mamá se encontraba encerrada en su habitación, según ella, para no estar metida en medio de nuestra conversación e incomodar.

—Cansado —lo escuché suspirar— El trabajo ha sido realmente agotador este último par de semanas.

—Deberías tomarte unas pequeñas vacaciones, ¿no crees? Después de todo, tú eres tu propio jefe —le sonreí un poco—. No quiero que termines como yo, eh. Esto me pasó por no ponerme límites.

—Tal vez —él soltó una risa por lo bajo y luego negó, cambiando su semblante casi al instante—. Pero hablando en serio, Emma, debes cuidarte, ¿sí? Lo estás haciendo muy bien —yo asentí con lentitud, un tanto apenada—. He estado sin ti muchos años, ahora que tengo la oportunidad de cuidarte lo haré, ¿está claro?

—Ya —sentí que era rodeada por sus brazos— Está todo bien, pronto saldré de vacaciones y volveré a ser la misma Emma loca por los libros y libre de preocupaciones escolares.

—La universidad no está muy lejos, eh. Debes aprender a organizar tu tiempo y a tomar descansos.

Bufé con pereza al escucharlo decir aquello y rompí nuestro abrazo, fingiendo estar enfadada.

—Hablar de la universidad ahora no ayuda, papá —gruñí, cruzándome de brazos.

Él dejó escapar una carcajada al aire y le dio un último trago a su café antes de observar su reloj y ponerse de pie con apuro.

—Dios, el tiempo pasó rapidísimo —yo imité su acción—. Debo irme, cielo, tengo una reunión de trabajo. ¿Me prometes que estarás bien y descansarás?

—Lo prometo, tranquilo —le sonreí—. Vamos, te acompaño hasta la puerta.

Él aceptó gustoso y ambos caminamos en dirección a la salida. Coloqué mi mano sobre la manija de la puerta y, en cuanto abrí, pegué un brinco debido al susto. Tenía nada más ni nada menos que a Sebastián Evans frente a mí con la mano en alto, quien parecía haber estado a punto de hacer sonar la manera con sus nudillos.

Mi padre y él se quedaron mirando por unos segundos que para mí fueron eternos y llenos de tensión. La cara de Sebastián mostraba sorpresa, y la de Andrew... bueno, aún no aprendía a descifrarlo muy bien.

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