—Emma, ¿qué ocurre?
Sentí cómo las manos me temblaron al terminar de leer el mensaje presente en la pantalla y guardé mi teléfono de inmediato, parpadeando un par de veces antes de regresar mi mirada a Sebastián, quien me observaba con preocupación.
—Nada —murmuré titubeante— Olvidé... olvidé sacar el pollo del refrigerador, mamá me lo pidió hace unas horas y no lo hice.
Sus ojos azules se desviaron hacia mis manos y luego elevó ambas cejas, claramente sin creerme nada. Descendí la mirada hacia donde él observaba y maldije en mi interior al ver lo que mis intranquilos dedos hacían.
—Estás rascando tu muñeca, Emma —dijo él, tomando mi mano para detenerme— Estás mintiendo.
Suspiré rendida, acercándome a su cuerpo entre pasitos culpables para rodearlo en un necesitado abrazo que no tardó en ser recibido.
—Prometo que te lo contaré luego, ¿sí? —susurré— Tengo algo importante que atender mañana, pero no me puedes ayudar en esto, necesito hacerlo sola.
Noté cómo Sebas asentía y plantaba un beso en mi coronilla.
Existían ocasiones en las que me sentía mal por no poder contarle algunas cosas, tal como él me había dicho millones de veces que podía hacer si en algún momento necesitaba hablar con alguien. La confianza que tenía con Sebastián era única, pero tenía muy claro que, si se lo decía, la idea no le agradaría demasiado y terminaría preocupándose, lo que menos deseaba ahora mismo era ser una molestia para él. Esto me involucraba a mí, y lo haría. Lo haría sola.
—¿Es algo malo? ¿Debería preocuparme? —Indagó. Negué ante sus palabras—. Bien, eso me tranquiliza.
Nos quedamos un par de minutos más abrazándonos, hasta que fui yo misma quien deshizo el lindo momento. Me puse de puntitas cuando me separé e incliné mi cabeza hacia él para dejar un corto beso sobre sus labios, haciéndolo sonreír.
De pronto su sonrisa se desvaneció y me miró fijamente, como si así pudiese leer lo que mis ojos transmitían.
—¿Está...? —preguntó bajito, y distinguí ese tono de miedo en su voz— Está todo bien entre nosotros, ¿verdad?
Su rostro aún mostraba arrepentimiento y temor por lo sucedido. No había razón para estar molesta con él, las cosas entre nosotros ya se habían solucionado. Asentí con lentitud y le regalé una sonrisa diminuta.
—Está todo bien —afirmé.
Sebas volvió a sonreír.
—Tengo algo que te pertenece —dijo de repente, sacando algo del bolsillo de su pantalón para mostrármelo—. Tu anillo, Naranjita.
El chico tomó mi mano derecha con delicadeza y me colocó el anillo en el dedo anular, besando mis nudillos antes de soltarla. Observé la joya con fascinación y volví a abalanzarme contra su cuerpo. Merlín, cuánto había extrañado sus abrazos.
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The Library Of Our Dreams
Romance«Los libros pueden unir más que corazones». Emma Harvey ha vivido rodeada de libros desde muy pequeña, de allí su gran afición y amor por la lectura. Es una adolescente sencilla que, como cualquier otra persona en este mundo, está trabajando por enc...