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Los días pasaban lentos, Ser Jaime cabalgaba en dirección al Norte, admirando el paisaje que le recibía, tan cambiante como el propio tiempo, pues cuanto más al Norte se encontraba, más se dejaba ver el invierno. No se detuvo excepto para comer y dormir, algo que todo su cuerpo notaba, pues todos los músculos le dolían, tenía ampollas en la mano y heridas en las piernas, provocadas por la montura.

"He perdido bastante práctica" pensó, pues ya no era aquel niño que se pasaba los días a caballo, con las riendas en una mano y la espada en la otra, con tantas ganas de comerse el mundo subido a su corcel.

Las posadas que se encontraba a su paso le permitían descansar del frío que recorría los bosques, los cuales eran más espesos conforme avanzaba. Pero en casi todas ellas, fieles a los Stark, la mano dorada le delataba, por lo que prácticamente debía dormir con un ojo abierto, pues aquella gente no era de fiar, y podrían atacarlo en cualquier momento.

Las noches de acampada le resultaban especialmente duras, pues se encontraba él solo, con su caballo, en una oscuridad tan espesa que a penas se podía ver entre los árboles, a pesar del fuego que encendía para calentarse. Los ruidos provocados por los animales que vivían en el bosque le hacían estremecerse y agarrar su espada, a pesar de que poco podría hacer de encontrarse con un lobo o incluso un oso. "Ya queda poco" se obligaba a pensar, pues la soledad en aquel largo camino empezaba a ser insoportable.

Todo parecía ir bien, hasta que una noche, en la cuál el viento soplaba más de lo normal, alcanzó a escuchar voces en la lejanía. Eran voces de hombres, y sonaban demasiado lejos como para llegar a escuchar que decían, solo podía escuchar ligeros susurros traídos por el viento, pero no había ninguna posada cerca, por lo que fuesen quienes fuesen, deberían estar acampados.

Tras unos minutos escuchando, solo tenía dos opciones, quedarse en el pequeño campamento que montó para pasar aquella noche, o acercarse en silencio para asegurarse de que no corría ningún peligro, pues estaba convencido que serían mercaderes que estaban allí de paso. Aún así, la curiosidad pudo con él, y dejando el fuego encendido cogió su espada y se dispuso a seguir la dirección que el viento le indicaba.

Caminaba lentamente entre la espesura de los árboles, los cuales le proporcionaban un buen escondite, pues eran grandes, con troncos anchos que tapaban todo su cuerpo, y muy frondosos, meciéndose a merced del viento, ocultando el poco ruido que hacía el caballero al moverse.

Las voces sonaban más y más próximas, sabía que se estaba acercando, por lo que disminuyó un poco más su velocidad, para evitar ser visto a toda costa, pues no sabía que se encontraría, y no podía permitirse ser visto.

Una hoguera se vislumbró en la lejanía y las voces se hicieron más claras. Se trataba de soldados, un pequeño grupo de ellos, y por las armaduras pudo ver que no se trataba de soldados norteños, aunque no alcanzó a distinguir a que casa pertenecían. "¿Qué hacen aquí, tan al Norte, ahora que ha llegado el invierno?" se preguntaba el Lannister. "Cersei", enseguida calló en la cuenta de que su hermana le había jurado que no le dejaría estar en los brazos de otra mujer que no fuese ella, y sabía que haría todo lo posible por evitarlo, incluso arrebatarle la vida si era necesario.

Poco a poco continuó su acercamiento, pues debía saber a qué se estaba enfrentando. Estando ya lo suficientemente cerca, pudo ver a 8 soldados, de los cuales dos de ellos permanecían haciendo guardia. Y pudo ver armaduras iguales a la que él mismo llevaba días atrás, portando el color escarlata de la casa Lannister. Hasta entonces, guardaba una pequeña esperanza de que el amor que su hermana le procesaba sería suficiente como para dejar que continuase con su vida, que fuese feliz, a pesar de no ser con ella, pero se equivocaba. Cersei siempre conseguía lo que quería, sin importar el daño que pudiese hacer a cualquier otra persona, a pesar de ser sangre de su sangre.

Sabía que esos hombres le perseguirían hasta las mismas puertas de Invernalia si era preciso. No podría dormir, comer o incluso cabalgar sin atento a todo lo que le rodea, pues podrían atacarle en cualquier momento, y enfrentarse a los ocho soldados solo con una mano era todo un suicidio. Por ello, decidió acabar con todos ellos aquella misma noche, pillándoles por sorpresa era la única forma de tener una mínima oportunidad de salir airoso de allí.

Se acercó aún más, quedando justo a dos árboles de distancia de uno de los soldados que estaban haciendo guardia, los cuales estaban algo alejados del resto del grupo. Cogió una piedra, y la lanzó en dirección opuesta al campamento, obligando al soldado a alejarse de su posición para investigar la procedencia de dicho ruido, lo que el caballero aprovechó para cortar su garganta en un movimiento rápido, impidiendo así que el soldado pudiese emitir ningún tipo de sonido.

Nadie se percató de lo que había pasado, por lo que decidió repetir la misma estrategia con el otro guardia, teniendo el mismo resultado. "Bien, ya solo quedan seis" pensó, mientras pensaba como podría acabar con la vida de los soldados restantes.

Sabía que debía separarlos, pues no tendría sentido enfrentarse a los seis al mismo tiempo, por lo que, viendo que distraerles causando ruido había funcionado, volvió a repetirlo, pero esta vez lo hizo lanzando piedras en diferentes direcciones, haciendo que la mitad de los soldados que quedaban se levantasen para ver que era lo que estaba ocurriendo. 

Acabó con la vida de dos de ellos sin ningún problema, pero aquello no estaba decidido aún, pues el tercero vio uno de los cuerpo que había dejado el Matarreyes anteriormente, con la garganta cortada, por lo que corrió hacia el campamento de nuevo, avisando a los soldados que allí quedaban, los cuales rápidamente desenvainaron su espada.

- ¡Seáis quien seáis! Salid de vuestro escondite, no os tenemos miedo -. Dijo uno de los soldados, mostrando un ligero hilo de horror en la voz.

Jaime se movía entre los árboles, buscando el mejor modo de atacar, pues sabía que ya no habría forma de volver a separarlos. Uno de ellos vislumbró una sombra, moviéndose entre la espesura del bosque, justo al lado de dónde ellos se encontraban.

- ¡Mirad! ¡Ahí está! -. Gritó, haciendo que todos los soldados se dirigiesen hacia el lugar dónde Ser Jaime se encontraba.

Éste, al ver que todos se acercaban a aquel lugar, decidió salir de su escondite, pues tendría más posibilidades de obtener una victoria cerca de su campamento, ya que tendría mucho más espacio para poder moverse.

Al verlo, todos lo miraron sorprendido, pues con una sola mano había sido capaz de matar a cuatro de los suyos.

- No saldrás de aquí Matarreyes -. Le dijeron despectivamente - No podrás con los cuatro a la vez -. Y comenzaron a reír, pues sabían que se encontraban en una situación ventajosa.

El caballero no contestó, apretó la mandíbula e hizo más fuerte el agarre a su espada, dispuesto a empezar la pelea.

Se escuchaba el sonido del metal chocando, Jaime aguantaba como podía las embestidas de los demás soldados, pero eran cuatro y él no tenía la habilidad necesaria para aguantar así mucho tiempo. Pese a ello, consiguió blandir su espada en el pecho de uno de ellos, haciéndolo caer al suelo, dejando a los demás boquiabiertos.

Tras ver esto, endurecieron sus ataques, provocando que el caballero se tambalease. Uno de los soldados lo alcanzó en la pierna, provocando un grito de dolor en el caballero, dejándolo caer al suelo.

Una vez en el suelo, todos lo rodearon, y comenzaron a atacarlo. Jaime recibía puñetazos y patadas en todas las partes de su cuerpo. Notaba el sabor a sangre en la boca, y notaba cómo ésta le recorría la cara. No conseguía recuperarse de un golpe cuando le asestaban otros dos en lugares distintos.

Sabía que aquello era el final, no podría zafarse de aquellos hombres, nunca llegaría a Invernalia, nunca volvería a ver a Brienne.

Estaba a punto de perder la conciencia, viendo como el futuro se le escapaba entre los dedos cuando escuchó un rugido, el cual parecía distante. Los soldados dejaron de golpear su cuerpo, y en un flash vio como unos lobos mordían a unos de los hombres. Los demás blandían sus espadas contra ellos, y él sacó las últimas fuerzas que le quedaban en su cuerpo golpeado para arrastrase entre unos matorrales.

Escuchó como los soldados gritaban, cada vez más fuerte, como los lobos gruñían, y después silencio. Un silencio propio del norte. Y mientras imploraba a los dioses que aquellos arbustos fuesen suficientes para ocultarlo de aquella manda, quedó inconsciente, solo, tirado sobre la nieve.

Just Fire [Fanfic Jaime y Brienne]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora