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Las horas pasaban, la noche avanzaba, el frío helado calaba los huesos de cualquiera que se encontrase lejos del fuego, por lo que lo único que vagaba por la oscuridad de la noche eran los animales que habitaban aquellos bosques, y Jaime se había desvanecido entre ellos.

El caballero seguía allí tendido, en aquel escondite que le había permitido sobrevivir. La nieve había empezado a caer, y estaba comenzando a cubrir su cuerpo. Su respiración se hacía más y más débil con el paso del tiempo, y los cuervos habían llegado para alimentarse de los cuerpos sin vida que yacían en aquel lugar. Si no despertaba, pronto el Lannister también les serviría de alimento.

La noche seguía avanzando, y su estado era cada vez más crítico, pero finalmente, las tornas cambiaron. Se encontraban ante los primeros días del invierno, por lo que las noches aún eran cortas, y dejaban paso al sol, que se colaba entre la espesura de los bosques del Norte. Ese mismo sol era el que derretía las primeras nevadas del invierno, dejando ver el verde de los campos durante el día, los cuales se volvían a teñir de blanco al anochecer.

Ese mismo sol era el que podría salvar la vida del caballero, pues en cuanto los primeros rayos de luz tocaron su cuerpo, la nieve a su alrededor comenzó a derretirse lentamente. Desaparecía al mismo tiempo que su cuerpo entraba en calor. La sangre comenzaba a fluir normalmente por cada rincón de su cuerpo, lo que hacía que su piel recuperase su color habitual, dejando los tonos azulados, que eran señal de una larga noche.

Finalmente, el caballero se estremeció, y despertó sobresaltado, pues no sabía exactamente dónde se encontraba. Intentó levantarse, pero la herida que tenía en la pierna se lo impidió, y entonces recordó lo que había pasado aquella noche, sorprendido de haber podido sobrevivir ante aquel frío, que seguía instalado dentro de él.

Agarrándose a un árbol, consiguió ponerse en pie, estirando sus músculos, los cuales estaban ligeramente atrofiados. Sacudió su ropa, y buscó su espada, la cual se encontraba a sus pies. Comenzó a andar, despacio, pues el dolor era demasiado intenso cuando hacía un esfuerzo mayor. Estaba un poco desorientado, y sabía que le costaría volver de nuevo al campamento que había montado la noche anterior, pero era la única forma de salir de allí, pues no sería capaz de andar mucho más... Necesitaba encontrar a su caballo.

Se tambaleaba entre árbol y árbol, intentando con todas sus fuerzas no caer al suelo. Tras haber andado lo que le parecieron  mil leguas, alcanzó a ver finas líneas de humo. "Quizás sea el fuego que encendí anoche" pensó, esperanzado.

Cuando llegó allí se encontró con su campamento, con todo según lo había dejado la noche anterior. El fuego había permanecido encendido toda la noche, por lo que las ascuas eran las que causaban el humo. Su caballo permanecía allí, en el mismo árbol en el que le había dejado, lo que hizo que el Lannister esbozara una gran sonrisa.

Cogió con gran dificultad todas sus cosas y ensilló su caballo. Montó como pudo en él, y retomó su camino. No podía perder tiempo, pues sabía que en cuanto su hermana se enterase que su pequeño grupo de soldados no habían conseguido cumplir su misión, mandaría más, y en mayor número.

Los días siguientes fueron tranquilos, aunque su herida de la pierna había comenzado a infectase, y todo el cuerpo le dolía. La fiebre estaba empezando a hacerle mella, y sus fuerzas comenzaban a escasear. Sabía que quedaban pocos días para llegar a su destino, pero cada vez le resultaba más difícil mantenerse encima del caballo. Lo único que le daba energía para continuar era pensar en lo que se encontraría al llegar a Invernalia, ella. Debía llegar allí fuese como fuese, pues también era el único lugar en el que encontraría ayuda, pues los Lannister no eran bienvenidos en el Norte.

Continuó cabalgando a duras penas, estaba a un día de llegar a su destino, cuando su cuerpo comenzó a temblar. La herida que le hicieron aquellos soldados estaba siendo la causante, pues la infección había pasado a su sangre. Aquellos temblores hacían una tarea casi imposible la de mantenerse encima de corcel. Y, aunque aguantó todo lo que pudo, terminó cayendo al suelo, provocando que el caballo se asustase y saliese corriendo con todas sus pertenencias, incluyendo su espada.

Allí se encontraba, tirado en el barro, temblando, sin fuerzas para poder levantarse, y sintiendo impotencia por no haber conseguido volver a estar con ella una última vez. "Brienne..." pensó mientras se desvanecía. Sus ojos se cerraron, y los temblores cesaron al instante.

Cuando todo parecía perdido para él, la fortuna parecía haberse puesto de su lado, quizás estaba destinado a llegar al Norte y luchar en la gran guerra después de todo. Unos soldados que portaban el estandarte de los Stark pasaron por el lugar donde él se encontraba. Al verlo tirado en el suelo se acercaron, pues si lo había causado un animal, debían estar atentos.

Tras acercarse, vieron que no había rastro de ninguna herida causada por un animal, sino por espadas. Se miraron entre ellos desconcertados, pues no se habían cruzado con nadie más en todo su camino.

- Vamos a levantarlo -. Dijo uno de ellos - Quizás lleve algo de valor.

Agarraron a Jaime por ambos brazos, sacándolo del lodo. Rápidamente vieron su mano de oro, y se miraron sorprendidos entre ellos, pues era la última persona que se imaginaban encontrar allí. 

- Ayudadme -. El Lannister había recuperado la consciencia por unos minutos, los suficientes como para pedir ayudar a quienes se encontraban con él. Pero antes de que nadie alcanzase a responder, volvió a quedar inconsciente.

- Le llevaremos a Invernalia, y que allí decidan que hacer con él -. Sentenció otro de los soldados, cargando al caballero en uno de los caballos, y atándolo para que no cayese al suelo mientras cabalgaban.

Un día después llegaron a las puertas de Invernalia. La muralla, adornada con el lobo característico de aquella casa, estaba custodiada por soldados Stark e Inmaculados, pues todos los que habían acudido a pozo dragón se encontraban ya allí. Al llegar a la puerta de entrada, los guardias examinaron al Matarreyes, quién no había vuelto a abrir los ojos desde que pidió ayuda.

- Avisad a Lady Sansa -. Dijo uno de los guardias que custodiaban la puerta. - Ella decidirá que hacer con él.

Por otro lado, Lady Brienne se encontraba entrenando con Podrick cerca de allí, por lo que cuando vio que había más movimiento del normal se acercó, solo para asegurarse de que no había ningún problema.

Sus ojos se encontraron con el cuerpo del Lannister, quedándose paralizada, pues pensaba que traían su cuerpo sin vida. Tras unos segundos, su cuerpo volvió a reaccionar, y corrió en su dirección, alcanzando el caballo que le transportaba más rápido de lo que nadie habría imaginado. Su respiración estaba acelerada, su rostro mostraba su desesperación.

- No está muerto -. Dijo uno de los soldados que lo habían encontrado. - Aunque su respiración es muy débil, no creo que le falte mucho para estarlo - Y todos los soldados rieron al unísono, mostrando el odio que procesaban a la casa Lannister.

Pero estas palabras solo enfurecieron a Brienne, lo que la hizo apretar sus puños hasta casi impedir el paso de la sangre. Miró al guardia que quedaba guardando la puerta, pues el otro había ido a buscar a  Sansa, y con una furia que no era habitual en ella, se dirigió a él.

- ¡Llevadlo a una cama y llamad al maestre ahora mismo! -. Gritó. Pero nadie parecía querer obedecer sus órdenes. Por lo que con un tono más frío y amenazante les hizo cambiar de idea.

- Haced lo que digo ahora mismo u os juro que vuestra vida acabará aquí y ahora -. Y desenvainó su espada, la que Jaime la había dado tiempo atrás.

Just Fire [Fanfic Jaime y Brienne]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora