~PRÓLOGO~

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{Tres años atrás}

Me encuentro sumergido entre las paredes de mi despacho. Hace menos de una hora que he llegado de Cancún y aún puedo sentir la rabia correr por cada parte de mi cuerpo, metida en mi sangre al punto de sentir como late de forma esfervecente ante la sensación que se adueña de todo mi ser y la que crece por momentos sin poder ni querer detenerla. Me siento un idiota, nunca antes estuve dispuesto a dar más allá de placer, mucho menos a dar mi corazón, pero como el imbécil que soy tuve que hacerlo y ahora tengo que hacerme cargo de mis actos, vivir con las consecuencias de lo que mi error a provocado. Jamás me perdonaré haber sido tan idiota por creer en ella, en esa maldita mujer que se a encargado de congelar la poca calidez que aún quedaba en mi alma... nunca más volveré a ser tan estúpido.

Por la ventana puedo ver como la noche en Italia va cayendo sobre la gran ciudad de Milán, esa donde le he permitido más de una cosa a esa tremenda víbora, sin embargo soy consiente de que lo que más me molesta no es haberle dado todo, sino de seguir amándola como lo hago.

El recuerdo de haber despertado esta mañana en esa inmensa habitación de hotel, después de haberla hecho mía durante gran parte de la noche tras dar el si quiero en la orilla del mar, es algo que vivirá siempre en mi mente, recordándome de esa forma como se siente que te abandonen sin más, sin ninguna jodida explicación, sin ni siquiera una nota ¡Mierda! molesto tiro al suelo todo lo que se encuentra sobre mi escritorio de un solo movimiento lleno de rabia y estampo contra la pared el vaso que tenía en una de mis manos y el cual contenía aún un poco del whisky que estaba tomando hasta lanzarlo. Puedo escuchar el sonido que el cristal hace al romperse, cubriendo de pequeños y medianos cristales el suelo cuando cae manchando todo del líquido ámbar que había en su interior siendo justo el momento en que la puerta se abre dejándome ver a mi mejor amigo.

—¿piensas estar mucho tiempo encerrado? —no le respondo nada, no tengo ánimos para esto ahora mismo, así que solo me levanto de donde estoy sentado y me acerco al gran ventanal por donde puedo ver los edificio altos de la ciudad siendo iluminados por las luces artificiales que los rodean. —¡Oh, venga ya Fran! Entiendo que no tiene que ser fácil, pero encerrarte no te ayuda en nada —al escuchar sus palabras es cuando giro mi rostro para entonces mirarlo.

—¿lo sabes? —pregunto con ironía y frialdad. —¿sabes lo que es despertar sin tu esposa al lado porque a decidido irse un día después de vuestra boda sin dar una misera explicación que te haga saber que a sucedido, que te haga saber que has hecho mal? ¿De verdad lo sabes? —dejo salir de mi garganta una risa seca y llena de ironía. —dudo mucho que sepas lo que se siente, Marcos —camino metiendo ambas manos dentro de los bolsillos de mis pantalones yendo hacia la puerta.

—¿Entonces a esto te vas a dedicar a partir de ahora? ¿A encerrarte? —me detengo antes de llegar a salir, pero sin girarme para mirar al hombre que está detrás de mi.

—yo nunca debí de haber confiado en el amor, Marcos

—Fran, no siempre es así —sabiendo que no me ve porque le doy la espalda, curvo mis labios en una sonrisa llena de tristeza y decepción. Decir que no me duele sería mentir porque la amo, maldita sea que lo hago.

—pues disfruta tu que puedes —es lo último que digo antes de salir del despacho y dirigirme a mi habitación sabiendo que ya nunca más volveré a ser el mismo imbécil que se deja convencer para tener una relación.

Solo una vez lo he hecho y he terminado de esta manera, pero ese Fran ha quedado muerto en ese lugar donde en vez de encontrar a mi esposa al amanecer, solo he encontrado el vacío que su ida a dejado en mi junto al anillo de bodas que yo mismo le había regalado.

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