VI

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La señora Bennet llegó a relevar a su hija quien yacía junto a su Padre.
Stefanía hablo con su esposo, sobre la conveniencia de que Elizabeth se casara con el señor Darcy.
El señor Bennet, en esa ocasión, estaba de acuerdo con su esposa; sin embargo, alegó.
—No tiene ambición más que de ser dichosa, mi señora Stefanía, y no debemos forzarla. No hay que hablarle de intereses, he notado con pena que no siente simpatía alguna por nuestro generoso amigo Darcy.
—No pienso forzar su corazón, Señor Bennet —aseguro hipócrita—, ni siquiera aconsejarla; ahora, dispénsame un instante, me ocuparé de hacerla tomar un calmante para que descanse. Es tan nerviosa y tan sensible que temo por su salud.
Llamó a la cocinera Loretta, esposa de Phill, su criada de confianza y la dejó junto al enfermo, yendo a preparar una tisana que llevó a Elizabeth, quien ya se disponía a descansar en su lecho.
—Acuéstate, descansa, hijita, como si fuera de noche — aconsejó con cariño—. No creas que voy a consentir que tú también te enfermes por un capricho. Beberás esto y tus nervios se calmarán con un buen sueño.
Elizabeth obedeció. Se sentía muy cansada, con una sensación de vacío y de pena que anulaba su voluntad.
—¡Qué amargo! ¿Qué es, mamá?
—Tila. En tu vida has tenido peor cara.
Elizabeth bajó la cabeza, apretando los labios. No era sólo la seguridad de su ruina, ni la tristeza de aquella enfermedad de su padre, que presentía larga y dolorosa, si no fatal. Era también el recuerdo de George, la impaciencia, el ansia de volver a verlo, oírlo justificar su actitud. Bruscamente, como decidiéndose, se volvió hacia su madre.
—Si me prometieras hacerme un favor, Mamá.
—Todos los que quieras después que hayas descansado.
—Es algo que me interesa mucho. Un invitado no deseado puede venir hoy... y sera preguntando por Mí.
—¿Te refieres al teniente Wickham? —preguntó Stefanía con toda naturalidad.
—Sí, temo que no te sea simpático.
—No temas nada de mí, hijita. No pienso meterme en tus asuntos. ¿Quieres que le diga algo si viene? No creo que ese muchacho tenga alguna queja de mí.
—No, claro... ¿Serías tan bondadosa, Mamá... de decirle...?
—Lo que tú quieras. Pero ayer tú misma no querías escucharlo.
—Me parece que hay entre los dos un mal entendimiento. Y me gustaría aclarar todo de una vez. ¿Quieres mandarme llamar, cuando llegue, Madre?
—Por supuesto. Te lo prometo. Ahora duérmete tranquila. Agradezco tu franqueza. ¡Pequeña mía! ¡Nadie desea más que yo tu dicha!
La besó en la frente. Era sincera, desde luego, al decir esas palabras. Pensaba que la mayor felicidad de todo el mundo estaba en la vida cómoda y
sin preocupaciones de dinero. Su corazón jamás había sentido otra ambición.

Lisa, ya acostada, cerraba los ojos bajo el efecto sedante del láudano que acababa de tomar. Stefanía la cubrió con ternura con la suave cobija de lana y salió de la alcoba, muy despacio.
A las once y media de la mañana, Collins se acercó a su Madre, que permanecía al lado de su esposo. Los dos se retiraron del lecho, yendo hacia la ventana más lejana en el amplio cuarto.
—George Wickham no vendrá por aquí en todo el día, Mamá —informó en voz baja—. Está dedicado a la ingrata tarea de esperar a Lizzie junto al lago que da al jardín trasero y no se moverá de allí hasta que haya perdido la última esperanza y llegue la hora de su guardia en el cuartel.
—Magnífico. Ella no despertará antes de las ocho, o dormirá hasta mañana. Cuando baje, todos le asegurarán que nadie ha venido. Y si ese joven se atreve a acercarse, Phill ya sabe lo que tiene que responder. ¡Es una lástima que no caiga en una de esas misiones militares de entrenamiento de nuevos reclutas... o muere yendo al frente!
—¡Podríamos forzar un poco la cosa. Seis semanas de ausencia. Hay que estar pendientes, por si traen a Papá los papeles para las designaciones. Aún estando enfermo, él ha firmado esas órdenes en ausencia del Coronel al mando!
—Cuando lleguen los papeles, tráemelos. Haré las veces de secretaria; así impediré que tu padre se canse... y lograremos el objetivo.

En efecto, horas más tarde, el comandante Forster envió acuerdos necesitaba resolver, al coronel Bennet. La señora Bennet, solícita, se encargó de llevar los papeles a su marido.
—Nunca te interesaron los asuntos a mi cargo y menos lo que tengan que ver con la milicia... —murmuró sorprendido.
—Esta enfermo mi querido señor Bennet, no tiene compasión de mis nervios, me cree usted una mujer sin sentimientos, además no entiendo como es que aun se ocupa de asuntos tan desagradables cuando ya sea retirado. La señora Bennet suspiró y continuó
—Por eso me ocupo ahora de ayudarle. Se los leo, dicta usted lo que quiera responder, lo escribo yo, y en paz. Así no se fatiga.
Desde su lecho, hundida la cabeza en las grandes almohadas en las que apenas resaltaba el rostro lívido, el señor Bennet miró a su esposa con gratitud y aceptó su ayuda. Por espacio de unos minutos, y sin fatigarse, resolvió los asuntos pendientes.
Al llegar al envío de oficiales al campo para el adiestramiento de los reclutas, se limitó a dictar una lista de nombres para sugerir quiénes eran los indicados.
Stefanía Bennet, sin alterarse, sin preguntar, escribió, agregando entre aquellos nombres el de George Wickham y suprimiendo uno de los dictados por su marido.
El señor Bennet firmó y Collins se encargó de entregar al ordenanza del comandante Forster los papeles.
Madre e hijo sonrieron al ver alejarse al ordenanza, que llevaba ya la sentencia de Wickham.

Por mi Orgullo - Lazos de Odio Where stories live. Discover now