Capítulo 2

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Se encontraba parado frente la puerta. Hace diez minutos su amigo Dimitri se marchó, pero Jean quedó congelado a un metro de la entrada. Solo debía extender el brazo y tocaría la reja, que estaba abierta unos centímetros, invitándole a pasar. No entendía porque justo ahora comenzaba a dudar, cuando estaba literalmente a unos pasos del psiquiátrico. Tal vez fue el nerviosismo de al fin conseguir algo por lo que siempre luchó, o quizás fue el repentino mal presentimiento, que hacía temblar sus manos. No tenía una respuesta clara. Todo se sentía surrealista, sentía como si en cualquier momento se despertaría de un sueño. Reprendiéndose a sí mismo por ser un cobarde, ignoró sus temores y abrió la puerta.

El hermoso jardín le dio la bienvenida. Adornado con amapolas de color rojo y amarrillo, distribuidos por gran parte del espacio. La poca cantidad de tulipanes, acompañaban a los dos arbustos en forma de Leones sentados, listos para atacar. Se sorprendió por la ausencia de rosales, es común que los jardines tengan rosas a su disposición, pero supone que no hay esas flores por sus espinas.

Un camino asfaltado estaba por medio del jardín, un camino ancho por el cual pasarían autos o carruajes.

Caminando lento trató de matar el tiempo, observando las flores o la arquitectura del Source, antes de llegar a la puerta de madera que estaba abierta en su totalidad, invitándole a pasar.

A tres metros de la puerta, paró su caminata. Respiró profundo y lento para calmar sus nervios, no quería que sus miedos lo perjudicaran, ya perdió suficiente tiempo por sus inseguridades.

El interior del Source resulto no ser tan impresionante como el exterior. La sala de espera era excesivamente grande, pero muy vacía. Solo había un escritorio alto de madera oscura, que contrastaba con las paredes blancas y desabridas. No había decoraciones, cuadros o plantas que dieran vida al lugar. El que la recepción fuera tan fría y monótona a comparación de la entrada llena de vida, le decepcionó.

En el escritorio estaba sentada una mujer mayor, concentrada leyendo unos documentos. Su cabello castaño envuelto en un moño despeinado, delataba sus crecientes canos. Su piel arrugada tenia pecas bonitas en el rostro y manos que apenas se notaban. Usaba un vestido blanco que se adaptaba a su baja estatura y ocultaba su sobrepeso.

El sonido de sus pisadas le alertaron de su llegada. Guardando cuidadosamente los papeles que leía en un cajón del escritorio, le prestó atención.

La señora, se llamaba, Esther Fource. Lo sabía porque su nombre estaba cocido en el pecho de su vestido. Tenía lindos ojos azules que mostraban sabiduría, pero al hacer contacto visual, sentías que podría leerte la mente. Ofreciéndole una sonrisa cortes, que la Sr. Fource devolvió gustosa, preguntó por el director, el Doctor, Gastón Mercier.

— ¿Para qué lo busca? — cuestionó la Sr. Fource frunciendo el ceño, Jean no puedo evitar mirar las arrugas de su rostro, sobretodo en el entrecejo y en las patas de gallo, que delataba su avanzada edad.

—Soy Jean Leblanc, tengo una cita programada—curiosa sacó una agenda negra del primer cajón del escritorio. Hojeando cuidadosamente, encontró su nombre escrito en la fecha correspondiente.

Hace una semana, el doctor Mercier le comunicó a la Sr. Fource, que un nuevo doctor vendría de París. Un hombre capacitado del cual sus amistades se desvivían en elogios.

Ciertamente el Source estaba falto de personal. No había suficientes doctores para la cantidad de pacientes que albergaban y la mayoría del personal eran residentes de Gien, o lugares cercanos, muy pocos venían de París.

El doctor Mercier fue muy cuidadoso al contratar nuevo personal, siempre debía ser un conocido, alguien sin antecedentes de violencia o peleas en su juventud. El doctor no quería correr riesgos innecesarios, prefería tener pocos psiquiatras a su disposición a que los pacientes sean maltratados, por sus malas decisiones.

Pero Esther no esperó a un hombre tan joven, que no debía pasar los veinticinco años. Su alta estatura intimidaba a la mujer pequeña, que debía levantar la cabeza para mirar sus ojos de color azul claro, tan profundo como el cielo al anochecer. Esos ojos hermosos la hipnotizaban, no pudo dejar de mirarlos. Incomoda rompió el contacto visual sonrojada, tratando de ocultar su vergüenza.

Este hombre de cabello dorado ceniza, portaba un aura aristocrática, ocasionando modestia en la Sr. Fource, por su origen humilde. Vestía de traje negro muy elegante que debía costar una fortuna y un aura amable acompañado por una sonrisa, que la reconfortaba.

Esther se sintió como una niña de quince años. Hace tiempo que no tenía esa sensación infantil, al conocer a un joven tan guapo, seguramente tendría la misma edad que sus nietos. Estaba indignada consigo misma "¿sonrojarse? ¿en serio? Ya no soy una chiquilla" pensaba. Sus padres la criaron estrictamente bajo las enseñanzas de Dios ¿Cómo podía decepcionarlos? ¿Qué diría su amado esposo, el amor de su vida? "Bueno... conociendo a su amor se burlaría de ella, él es tan comprensivo, cuando..."

Jean carraspeo irrumpiendo sus pensamientos. Otra vez, avergonzada respondió rápidamente, tartamudeando en algunas palabras—Bueno señor Leblanc, llegó unos minutos adelantado, pero el Dr. Mercier ya se encuentra en su oficina, puede pasar, esa es su oficina, la primera puerta—señaló.

—Muchas gracias señora—respondió caminando hacia el pasillo que le indicó.

"¿Qué fue eso?" Pensó Jean, la señora Fource no dejó de mirarle, sintió algo de incomodidad. Aunque también debía admitir que le hizo gracia, apenas pudo contener la risa.

El pasillo tenía varias puertas, mantenía el mismo diseño de blanco y monótono de la recepción, si su madre viera esas paredes, diría que necesitan urgente una remo-delación o por lo menos decoraciones. Extrañaba su hogar, su madre, su cuarto, el piano de la sala, hasta comenzaba extrañar a su padre, solo un poco.

Al llegar a la puerta señalada, vio una placa que decía "Dr. Gastón Mercier - Dirección".

Se paró frente la puerta por un momento, normalizando su respiración. No quería otro incidente como en la entrada, hace unos minutos, tampoco quería mostrar sus nervios. Debía demostrar lo profesional que era, no debía perder esta oportunidad tan importante para su futuro.

Ya más tranquilo, tocó la puerta.

"Toc toc"

—Adelante—respondió una voz gruesa.

PARANOIAWhere stories live. Discover now