Furiosa.

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No lo podía creer. La joven lobo, de larga cabellera, corría a toda velocidad, lejos de esas personas que la estaban llamando, internándose en el bosque… Después de escuchar la respuesta de su joven amiga, no había otra cosa que hacer. No pudo quedarse en esa decrépita choza. Cuando se detuvo abruptamente para no estrellarse contra un grueso árbol, tenía los dientes apretados y sus manos formaban dos temblorosos puños. Estaba furiosa.

Ahora recordaba con frustración todas las malas decisiones que había tomado desde que inició el viaje: proponerle a su madre que le permitiera ir en busca de ese ser, haber visitado cada lugar que él frecuentaba, ¡Vamos! ¡Hasta había llegado al estúpido valle donde estaba antes el estúpido dragón gigante (que alimentaría a los suyos por muchas lunas) y cuyo cuerpo fue desperdiciado por culpa del perro apestoso! Había perdido demasiado tiempo, y su clan la necesitaba. Tendría que volver con las manos vacías. Ahora se daba cuenta de que habría ayudado más acompañando a su hermana mayor.

Pero ella en verdad había sentido que podría lograrlo. Cuando después de muchos días de recorrer aquella montaña pantanosa, había dado con el extraño árbol parlante (el espeluznante árbol parlante), que era la única criatura a la que Sesshōmaru-sama parecía escuchar, creyó que todo se había solucionado. El vegetal gigante se mostró muy amable con ella, y tras algunas horas de conversación banal (ella podía adivinar lo muy aburrida que sería una vida de inmovilidad y soledad), el anciano le confesó que no conocía el paradero exacto del poderoso monstruo, pero que estaba seguro de que éste visitaba con cierta frecuencia a su humana preferida, y que ella vivía en una aldea pequeña, bajo los cuidados de una decadente sacerdotisa.

Por supuesto que ella no esperaba que al llegar a ese sitio, Sesshōmaru-sama la estaría esperando pacientemente dispuesto a darle todo su apoyo. Pero, al menos, se permitió concebir la esperanza de que el gran perro blanco tuviera la delicadeza de decirle a Rin donde podría buscarle en caso que le necesitara… O, en el peor de los casos, se permitió pensar en la posibilidad de dejarle un mensaje, algo sencillo que el odioso medio hermano pudiera recordar hasta la próxima vez que le vea.

Nunca llegó a imaginarse la horrible verdad…

.

“Rin.” Dijo, mientras se levantaba. “¿Dónde puedo encontrar a Sesshōmaru-sama?”

La alegría en el rostro de la jovencita se desvaneció de inmediato. “Es exactamente lo que te iba a preguntar, Keruri-neechan.”

La habitación se hundió en el más absoluto silencio. Hasta la suave respiración del niño zorro se interrumpió. Keruri, la chica lobo, estuvo segura que incluso las pequeñas gemelas estaban estudiando su expresión con cautela. Parecía que el tiempo se hubiera detenido, y así lo hubiera creído todo el mundo, de no ser por el repentino ruido que hicieron todas las armas que estaban en la entrada al caer al suelo… Miroku había intentado alcanzar disimuladamente su báculo, solo por precaución.

“Creí que tú lo sabrías.” La respiración de la joven se había vuelto ruidosa, era evidente que estaba concentrándose para manejar su ira. “El anciano me dijo que Sesshōmaru-sama visita a su amiga humana cada vez que puede.”

Las cejas de Rin estaban a punto de tocarse, hizo un mohín con sus labios antes de contestar; mientras se quitaba las sandalias y atravesaba el lugar para entregar su cesta, evitaba mirar a nadie a la cara. “Bueno, el hecho de que Sesshōmaru-sama me visite no implica que yo conozca el resto de sus planes. No puedo saber lo que hace mientras está lejos… Y… Además… ¡Yo no soy solo una amiga de Sesshōmaru-sama!”

Otra vez un silencio absoluto. La pobre Sango pasó rápidamente su bebé a los brazos del joven padre, para tener ambas manos libres para tapar los oídos de sus niñas (Bueno, tapar un oído de cada niña); Shippō había abierto sus ojos como platos y había cambiado su posición para poder ver mejor todo; la anciana Kaede suspiró cansadamente y murmuró algo sobre jóvenes que nunca aprenden y sobre no saber qué hacer con esa mocosa descarriada. Solo Inuyasha no había entendido el significado de las palabras, pero eso era normal, cada vez que la chica expresaba sus esperanzas amorosas dirigidas a su hermano, él se desentendía del asunto… o tal vez, en verdad, no entendía nada.

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