Sombras.

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Su respiración era regular y lenta. Aunque sabía que no muchas criaturas tienen la audición tan desarrollada como para oír esas cosas, intentaba que el aire que llegaba a sus pulmones hiciese su recorrido imperceptiblemente. Sus músculos estaban tensos y preparados para realizar cualquier movimiento. El enorme arco negro y plata descansaba en el suelo frente a ella, una de sus manos se mantenía sobre su superficie, lista para tomarlo cuando apareciera su presa… No, no estaba cazando en esos momentos… Aunque la sensación era muy parecida. A unos metros de ella, una rama se partía ruidosamente. Apretó sus dientes con rabia, de nada serviría que ella se mantuviera silenciosa y oculta, si esa bola de ineptos seguía descubriendo su posición con sus descuidos… Aun así, no dejó su escondite entre las sombras.

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Esa misma mañana, cuando el cielo apenas aclaraba, Keruri emprendió su camino, seguida de una malhumorada Rin (Ella no recordaba que la dulce niña que conoció en algún momento odiara tanto madrugar) y de los inaguantables hombres (el hombre y el mitad bestia) que aún pretendían seguirles disimuladamente a pesar de que la niña ya había armado un alboroto cuando los descubrió a media noche durmiendo junto al fuego.

La joven lobo los guió a través de la vegetación, el lodo y los insectos durante mucho tiempo, hasta que al fin, cuando el sol se acercaba a lo más alto del cielo, se detuvo abruptamente (Rin tropezó con su espalda y faltó poco para que Inuyasha hiciera lo mismo) en un claro que estaba delimitado por el interminable bosque y una gran pared rocosa. “Muy bien, parece que ya no tienes a donde ir, ¿te seguirás negando a hablar con nosotros?” Fueron las palabras que la chica pronunció antes de caminar lentamente al espacio de hierba que a su juicio tenía menos lodo, y sentarse con su impecable postura observando la pared de rocas que se alzaba en frente.

Rin y Miroku, cada uno por su lado, decidieron que el sol y esa calorosa vestimenta habían llevado a la locura a su joven amiga. Solo Inuyasha parecía seguir confiando en el juicio de la loba, y desde su 'escondite' detrás de un arbusto, vigilaba todo lo que ocurría con una expresión similar a la de la chica.

Después de unos breves segundos, una voz quejosa contestó. “Estoy cansado de tener que lidiar con este tipo de intromisiones, ¿por qué ya nadie respeta a los espíritus del bosque? ¿Quién te crees que eres y cómo te atreves a presentarte ante mí junto a seres humanos?”

Rin, quien se había sentado junto a su compañera, abrió los ojos con gran sorpresa, pero al comprobar que Keruri no se había inmutado, recobró su tranquilidad. La joven lobo no sonó tan dura al responder. “¡Oh, vamos! ¡No me digas que alguien tan poderoso como tú le teme a un insignificante niño! No puedo creer que el Gran Royakan del que hablaba mi padre sea tan cobarde.”

El nombre no le sonó de nada al monje quien sostenía en alto su brillante báculo desde que la extraña conversación inició, pero al descubrir como aparecía ante ellos la fea criatura de gran cabeza con la que cruzaron caminos durante su aventura; se relajó de tal modo que decidió que podría recostarse en la roca que tenía en frente y tal vez dormitar un poco.

“Los humanos son destructivos y egoístas sin importar su edad. Son seres que no sienten respeto ni por los seres vivos, ni por los espíritus. Incluso son capaces de atacar a los miembros de su propia especie, si con ello logran una satisfacción personal. Nadie puede negar que es natural desconfiar de algo así.”

Fue entonces cuando Rin observó, por primera vez desde que se habían encontrado, lo más cercano a una sonrisa llena de amabilidad y compresión en el rostro de Keruri. “No discutiré eso, porque creo que no te equivocas.”

Los enormes ojos azulados del escupidor de canes evaluaron el tono de la chica y después de unos largos minutos de titubear y de sopesar su situación, finalmente abrió su gigantesca boca para decir algo coherente: “Tu padre… ¿Cuál es su nombre?”

Todo Sobre NosotrosWhere stories live. Discover now