Uno frente al otro.

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Ahí se encontraban todos. En esa acogedora cueva escondida tras la poderosa corriente de agua de una gran cascada se encontraban todos. Desde los miembros del clan cuyos nombres nadie mencionaba hace mucho, porque realmente nadie estaba muy seguro de cómo se llamaban; hasta el respetado líder y su autoproclamada prometida. De hecho. Eran estos los que estaban en el centro, sentados uno frente al otro.

Todos se mantenían en silencio, esperando con impaciencia el momento en el que esos dos dejaran de actuar como hasta entonces, es decir, esperaban que ella dejara de arreglarse la gigantesca corona de flores que adornaba su cabeza, y que él, controlara la expresión de su cara enrojecida y de una vez por todas empezara a hablar.

Y entonces, en el instante justo en el que los labios del lobo se disponían a emitir un sonido útil…

“Eh… Kōga, tal vez te gustaría salir un momento a tomar aire.” La voz del joven hombre lobo que acababa de atravesar la entrada cortó brutalmente el momento. Un gruñido general proveniente de los miembros de la tribu fue la respuesta inmediata… Esto se estaba tomando demasiado tiempo y, en verdad, ya todos empezaban a sentir hambre desesperadamente.

La mirada furiosa que la chica lanzó fue lo que al final hizo reaccionar al interpelado. Con una gran mueca le susurró al joven: “¿Es que te es muy difícil entender la situación? Ahora no tengo tiempo de salir a cazar, Mio, deja de actuar como un idiota.”

“Es que no me entiendes… Afuera… Hay un pequeño problema que tal vez quieras atender ahora mismo.” Aunque el chico se arriesgaba a que la mujer a su lado le arrancara la cabeza, sabía muy bien que de no actuar así, sería su líder el que terminaría torturándolo. Aunque al fijar sus ojos, una vez más, en la chica se dio cuenta de que ya no estaba seguro de qué era lo peor.

“¡Habla de una vez! ¡¿Qué podría ser tan importante?!” La muchacha vestida de pieles blancas alzó la voz verdaderamente ofendida.

El eco de sus palabras no había desaparecido por completo, cuando los instintos de cada lobo y de cada hombre lobo los hizo reaccionar. Cada uno, retirándose ágilmente del centro, vieron con sorpresa como su musculoso compañero, que hasta entonces todos creían era el único vigilando la entrada, aterrizaba sonoramente en el suelo empapado. ¡Acababa de ser lanzado a través de la corriente de agua por alguien!... O por algo.

Los sentidos de los presentes se dirigieron a la cascada entonces. Kōga, tomando una postura alerta, dio un paso adelante, y con un gesto de una de sus manos, indicó a los demás que mantuvieran la calma, mientras que en la otra se hacían visibles unas conocidas garras, el arma ancestral que el jefe poseía.

El hombre lobo atacado apenas se había sobrepuesto del terrible golpe recibido e intentaba llegar a una postura sentada. Pero nadie llegó a formular una pregunta coherente, porque en ese instante, una bestia se abalanzaba sobre él. La enorme pata, perteneciente al lobo más grande que cualquiera de ellos hubiere visto (y vaya que ellos conocían muchas de estas fieras), se posó sobre el pecho de la víctima. Entre su pelaje totalmente negro, solo se podían distinguir los iris azules de sus ojos, y su enorme dentadura. La criatura le gruñía ferozmente al aterrado compañero.

No se supo quién fue, pero uno de los miembros de la tribu no soportó la escena e hizo el acto más valiente de toda su vida… Empujó con ambas manos la espalda de su perplejo líder, quien tras tambalear unos pasos al frente, recompuso su expresión y recuperó su valentía. Todos reconocieron en él las familiares señales que indicaban que estaba a punto de iniciar sus amenazas al nuevo enemigo, ¡Estaban salvados! ¡Kōga lucharía!

Sin embargo, antes de que todos pudieran admirar las hazañas del joven lobo, una tercera figura atravesó la cascada. Esta vez, se trataba de una criatura que caminaba en dos de sus extremidades, a contraluz no se podía distinguir nada muy bien, pero todos estaban seguros de algo, estaba encapuchada y era… pequeña. Todos mentalmente decidieron que cuando iniciara la lucha irían a por el (no tan aterrador) recién llegado.

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