Hasta entonces.

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Había ocurrido unos años atrás. Ambos hombres lobo estaban muy cansados. Cuando habían decidido abandonar su acogedora cueva, para acompañar a su valeroso líder en una empresa donde el honor de los de su clase lo era todo; jamás se imaginaron que sería tan agotador y peligroso. Hasta entonces, ambos guerreros no habían estado tan cerca de morir tantas veces en tan poco tiempo. Y no solo a causa de las terribles trampas mortales en las que solían caer, trampas creadas por un monstruo llamado Naraku, el enemigo de su jefe; también por todas esas lunas que pasaban tratando de seguir el ritmo del veloz Kōga y los días de eterno sufrimiento, gracias al hambre que pasaban. Todo eso acabaría con ellos de un momento a otro.

El hambre era lo peor. Ginta y Hakaku estaban de acuerdo en eso. Y justamente ese lejano atardecer, sus estómagos estaban sufriendo mientras intentaban recuperar el aliento, después de haber recorrido grandes distancias a una velocidad más allá de sus capacidades durante todo el día.

Al final, su líder se había compadecido de ellos, y les había ordenado que le esperasen mientras él iba de caza. Kōga era incansable. Y siempre hacía el trabajo más importante. Por eso lo seguían y lo seguirían por siempre. Nadie podía protegerlos como el confiable jefe de su tribu.

Claro… Su confiable jefe no podría protegerles si estaba lejos.

Cuando percibieron la extraña esencia que mezclaba algo muy parecido al olor de un miembro de su especie, junto al aroma inconfundible del invierno y los bosques, y algo más que parecía imitar un campo inmenso de flores primaverales; ellos no tuvieron ninguna duda… Solo había una explicación… ¡Naraku había enviado a uno de sus aliados para aniquilarlos!

¡Acabaría con ellos en un pestañear y luego iría por Kōga! Eso… ¡No lo permitiría ninguno de los dos! ¡Ellos estaban allí para cuidarle las espaldas a su admirado líder!

Así que, determinados, enfrentaron el bosque, mirando hacia la dirección en la que estaban seguros, muy pronto, descubrirían a su oponente. No importaba si morían en el intento, al menos comprarían algo de tiempo… Pero… Conforme pasaban los segundos, los dos pares de piernas temblaban más y más. Los firmes puños que habían preparado dispuestos a atacar en el primer instante, se volvieron dudosos. Escalofríos empezaron a recorrer sus columnas una y otra vez. Y sus cabezas se llenaron con los pensamientos menos esperanzados. Ellos no serían capaces de enfrentar a nadie en esas condiciones. Lo único que lograrían sería enfurecer a su enemigo. Y la única consecuencia de ello sería que Kōga tendría que sufrir mucho más… Si ellos se estaban ocultando tras una enorme roca, mientras cubrían sus cabezas con las manos y cerraban fuertemente sus ojos, no era porque intentaban preservar sus vidas… Ellos lo hacían por el bien de su jefe.

Solo oyeron un suspiro antes de que ocurriera. Ambos sabían que ya todo estaba acabado, pero en vez de sentir una espada atravesando sus miembros o un golpe arrollador que acabara con ellos, sintieron un piquete… ¡¿Un qué?!

Al mismo tiempo, abrieron sus ojos y se encontraron con un par de ojos verdes como la hierba, que estudiaban sus expresiones con curiosidad. Se trataba de una chica joven de su especie que estaba arrodillada en frente de ellos, por su apariencia podían concluir que ni siquiera había cumplido un siglo de vida… Tal vez, estaba alrededor de su segunda década. Su armadura oscura resaltaba entre todo el pelaje negro y gris oscuro que llevaba puesto, ajustado y que cubría hasta su cuello… ¿Llevaba zapatos?... ¿Quién era esta extraña jovencita que lucía dos largas trenzas y que los estaba picando con una puntiaguda rama?

Aún los seguía apuntando con el objeto en su mano, cuando una sonrisa que jugaba entre ser burlona y amable se dibujó en sus labios. “Siento haberles asustado, creo que me dejé llevar… No esperaba que estuvieran tan cerca. ¿Dónde está Kōga? ¿Lo están esperando o debemos ir tras él?”

Todo Sobre NosotrosWhere stories live. Discover now