VI

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CAPÍTULO SEIS

LA NOVIA INDISPUESTA // LA AMANTE HAMBRIENTA

El Inframundo dio la bienvenida a su gobernante en su oscura y caliginosa gloria

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El Inframundo dio la bienvenida a su gobernante en su oscura y caliginosa gloria.

Perséfone sostuvo la mano de Hades con fuerza contra la suya mientras la ayudaba a bajar del carruaje. Ella se negaba a reconocer el miedo que le arañaba la garganta y le comía el estómago. Ella se negaba a sentir arrepentimiento. En cambio, ignoró los latidos irregulares de su corazón y se enfocó en el dios junto a ella, el hombre que sostenía su mano, guiándola a su nuevo hogar, su nueva vida. ¿Había cometido un error? ¿Había saltado de una jaula a otra y se había dejado engañar tontamente por un extraño encantador?

No.

Había hecho lo correcto, ahora estaba libre de las garras de su madre. Ella sabría qué hacer con la nueva situación en la que se encontraba más tarde. Por ahora, solo podía deleitarse con lo que había hecho y dónde se encontraba ahora.

Perséfone no pudo evitar mirar a su alrededor, sus ojos incapaces de quedarse quietos. Un lugar tan diferente a todos los otros lugares que había conocido. Desprovisto del cálido beso de los rayos de sol de Helios, el Inframundo era frío y oscuro. Había escuchado muchas historias antes, sobre que era un lugar sucio, miserable, muy parecido a su rey, y podía verlo. Un lugar solitario, tan vacío de vida, un lugar de lamentación y finalidad. Pero tenía belleza, ella lo vio. Perséfone se dio cuenta de que el trabajo de Hades era relativamente noble y que era un gobernante justo y severo, no un tirano malvado. En toda su gloria desolada, la tierra de los muertos era bastante hermosa.

Ante ellos, una gran estructura de obsidiana se materializó a medida que se acercaban. Una vez más cerca, sus ojos se posaron en grandes puertas de madera que, al alcanzarlas, se abrieron en silencio, revelando un corredor aparentemente interminable, sus paredes de obsidiana brillando por sí mismas, dando a la habitación suficiente luz para poder ver, pero  no la suficiente para iluminarlo

"¿Perséfone?" Su voz seductora la llamó. Ella giró la cabeza de inmediato, quitó los ojos de las paredes y fijó su mirada en la de él. Se mezclaba bien aquí abajo. Su ropa oscura y su tez pálida ganaban una especie de normalidad entre las sombras que los rodeaban. Ella se miró a sí misma, notando con una pequeña sonrisa cómo ella era la que destacaba con su colorida vestimenta.


"¿Si?" Ella no podía reconocer su propia voz. Sonaba sin aliento. Sonaba asombrada. 

Sonaba encantada. Se sintió asqueada de sí misma por haberse ablandado a él tan fácilmente. Débil. 

"¿Todavía deseas continuar?" Su voz sonaba anormalmente tranquila, como si secuestrar a jóvenes diosas de los prados de su madre fuera algo que él hacía por deporte. Ella asintió, demasiado ansiosa para confiar en su lengua para no torcer sus palabras. Sus dedos jugaban con el anillo recién adquirido en su mano izquierda. Él sostuvo su barbilla entre sus dedos fríos, sus vibrantes ojos verdes chocando con los azul real de él. "Perséfone, nunca te retendría aquí involuntariamente. ¿Estás segura de que esto es lo que quieres?" Le estaba dando tiempo para arrepentirse. Todo porque quería darle una salida. Porque a diferencia de su madre, él no quería mantenerla enjaulada contra su voluntad.

Había escuchado muchas historias antes, era la manera de los dioses el enamorarse  tan rápido como el desenamorarse. Ella no tenía nada que pudiera garantizarle que esta era la elección correcta. Sin embargo, ella dio el salto de fe. No necesitaba amor, se había visto obligada a aprender a lamer lo que pudiera obtener del amor de su madre del  mismo cuchillo que usaba para cortarle el cuello.

"Hades, quiero esto. Te quiero a ti". Las palabras salieron de sus labios con un nuevo sentido de determinación. Sintió el sabor agridulce de la libertad en la punta de la lengua. ¿A que costo? 

Sacudio  cualquier tipo de pensamientos negativos de su cabeza mientras miraba alrededor del oscuro palacio. Entonces se dio cuenta de que la sensación desgarradora en su estómago no era miedo, era hambre. Ella no quería estar en ningún otro lado. "Es terrible lo que quiero. ¿En que me convierte?"

Por primera vez, Perséfone vio su rostro pálido iluminarse de alegría. Era devastadoramente guapo, y los latidos inestables de su corazón eran algo a lo que ella sabía que nunca se acostumbraría. No estaba sonriendo, no como todas las ninfas de las flores cuando tocaban y cantaban. Pero no tenía que hacerlo, porque llevaba la felicidad  muy diferentemente de cualquier otro ser que ella hubiera conocido antes. Se cernía sobre él y de alguna manera iluminaba su expresión melancólica. Agitó algo en su pecho que impulsó una sonrisa sincera a abrirse camino a través de su propia cara. Se sentia extrañamente feliz. "Te convierte en una Reina. El Inframundo, sus riquezas y su Rey son tuyos, mientras así tu lo desees". Él se inclinó y le dio un beso suave en la mano, que permaneció entrelazada con la suya.

Perséfone se sintió como Ícaro mientras volaba cada vez más alto, ella sintió el temor del inminente beso de Apolo mientras volaba demasiado cerca del sol. ¿Cuánto duraría esto? Todo lo que asciende, debe descender, y temía que su caída fuera inminente. Deméter doblegaría el cielo y levantaría el infierno para recuperarla.

Y así caminaron, tomados de la mano, a la sala del trono. Al final, dos solitarios asientos reales de color rojo rubí que hablaban de poder y autoridad. Sintió una mano fría en la parte baja de la espalda y al volverse hacia él se dio cuenta de lo cerca que estaban. Ella lo miró con los labios entreabiertos. "Esto es hermoso", exhaló Perséfone, la extraña sensación se apretó en su pecho. 

Ella sintió una sensación de pertenencia, "yo—" Fue interrumpida por sus labios presionados contra los de ella. La habían besado dos veces, el mismo día en que le dio su primer beso. Si su madre lo supiera ... pero su madre no estaba aquí. Sabiendo esto, Perséfone sonrió a mitad de beso, ladeando la cabeza hacia un lado, sintió sus dedos envolverse delicadamente en la parte posterior de su cuello.

Se sintió a gusto. Sintió el poder arraigado en el interior de Gaia a su alcance mientras lo sostenía cerca. Podía llegar a amarlo, se dio cuenta cuando él deslizó los dedos por su columna vertebral. El hijo mayor del terrible Kronos. Se sentía poderosa, porque podía poner de rodillas al mayor de los dioses si así lo deseaba. Cuando sus manos se enredaron en sus cabellos, una corona de espinas doradas y gemas pulidas se formaron sobre su cabeza. Miró a Hades a través de sus pestañas, su propia corona encaramada sobre sus mechones negros.

"Mi hermosa Reina", murmuró, con los labios presionados contra su mandíbula. Sintió que su piel hormigueaba de una manera encantadora. Cuando los labios de Hades exploraron la grieta de su cuello, las raíces de su cabello claro comenzaron a oscurecerse. El color negro goteó por su cabeza, hasta las puntas, hasta que los mechones dorados se volvieron de color ébano, como el cabello de su ahora esposo. En un abrir y cerrar de ojos, la viridescencia de sus ojos había desaparecido, reemplazada por un frío color grisáceo, la furia de las nubes que conjuraba en el prado ahora creaba tormentas dentro de sus ojos para que el mundo las viera. Ya no era la mansa diosa de la Primavera, sino la legítima Reina del Inframundo. El único vestigio de su vida pasada fue el color bronceado de su piel, e incluso eso no duraría en la oscuridad de su nuevo hogar.

"El negro te queda bien, mi reina". Hades se burló, abrazando su cuerpo al suyo. "No puedo esperar por probarte,  saborear el dulce olor de las flores en tu piel", Perséfone sonrió, echando la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos que se habían oscurecido considerablemente.

"Por el contrario, mi Rey, soy yo quien no puede esperar para que el olor de las flores permanezca en tu piel".

Esa noche, después de consumar su matrimonio, Perséfone se dio cuenta de dos cosas: 1) Una vida de eterna doncellez habría sido un castigo bastante cruel y 2) Su esposo era mucho menos reservado en la cama que fuera de ella. Después de haber sido inmovilizada contra el colchón, oraciones interminables escapando de sus labios en forma de gemidos, se arrodilló junto a su cama de bodas  y miró la forma dormida de Hades. Inclinó la cabeza hacia el suelo y pronunció dos oraciones más. Una a Hera para que su matrimonio fuera bendecido y la otra a su padre Zeus para mantener alejada a su enojada madre.


*Por si no quedo claro y ya, cuando Perséfone se refiere a Hades como "el mayor de los dioses" no se refiere a poder y etc, sino a edad, ya que Hades es efectivamente el hijo mayor de Kronos.

PerséfoneWhere stories live. Discover now