VII

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CAPÍTULO SIETE

LA PRISIONERA ATORMENTADA // LA SOBERANA ILUMINADA

LA PRISIONERA ATORMENTADA // LA SOBERANA ILUMINADA

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Su boda fue un evento de gran esplendor.

Había sido presidida por las Moirai en persona con las bendiciones del Rey de todos, Zeus. Nunca había brillado más el Inframundo que cuando la encantadora Perséfone, en su atuendo dorado, aceptó con gracia su nuevo deber de Reina del Inframundo y esposa de su Rey.

Perséfone nunca se había sentido tan plácida, tan contenta como en aquel momento. Habían pasado muchos días desde esa noche, y a medida que pasaban los días, su recién adquirido amor por el reino oscuro y su gobernante solo se intensificaron. Lo que al principio había sido un compromiso dudoso como resultado de su desesperado deseo de escapar de las garras de su madre se había convertido en algo genuino, algo que no había nacido del odio sino del amor. A veces se preguntaba si solo se estaba engañando a sí misma si su amor por Hades no era más que una farsa, si su hambre por libertad e independencia la habían llevado a creerse enamorada. Al principio, no admitía a nadie más que a sí misma, pero ahora no se trataba solo de hacer esto para molestar a su madre, o porque quería irse de esos prados espantosos. 

Realmente se había encariñado con el Inframundo, y le encantaba ser Reina. Sus ojos examinaron lo que estaba delante de ella. Se sintió orgullosa de su trabajo, examinando el terreno una vez vacío, ahora lleno de vida y vegetación colorida. Su exposición favorita se encontraba en el centro, un anillo de rosas completamente florecidas. Rosas ensangrentadas

Era un lugar peculiar, el Inframundo. No había luz solar, y esa era quizás la única cosa que Perséfone extrañaba más de la superficie. Habían pasado semanas desde el día en que en qué descendió junto a  a Hades en su carruaje, desde que había tomado su lugar como Reina. Su piel había palidecido considerablemente, y sus mechones ahora negros acentuaban aún más su piel clara. Debido a la falta de luz solar, Perséfone ahora tenía que concentrar mucho más su energía en mantener vivas sus plantas. A menudo la dejaba exhausta. Por las noches, después de asistir a sus deberes matrimoniales, ella quedaba profundamente dormida, con la cabeza sobre su pecho (el de Hades), mientras él la acunaba. Con Hades, nunca se sentía débil, nunca se sentía como una niña.

Un brazo frío en el que había aprendido encontrar calor se envolvió alrededor de su cintura y la jaló hacia atrás contra un pecho aún más frío, pero tan familiar. "¿Qué está contemplando mi bella reina?" Él le preguntó, sus palabras pronunciadas suavemente contra la parte exterior de su oído. Un escalofrío la recorrió, atraído por su proximidad. Perséfone se inclinó más hacia él, tarareando con satisfacción. "Has hecho un trabajo encantador con los jardines, querida". Él canturreo. Ella sonrió ante sus palabras, dándose la vuelta en sus brazos para mirarlo.

"Recuerdo haberte mencionado una vez que tu endulzada lengua no te llevaría a ningún lado conmigo, esposo". Estaba zumbando de felicidad, rebosante de ella. Perséfone se sintió como alguien diferente. ¿Cuándo se  había sentido tan feliz? Es curioso, pensó, cómo un hombre tan frío había logrado derretir el hielo alojado en sus venas.

PerséfoneWhere stories live. Discover now