CAPITULO 4

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Él estaba determinado a no llamarla, le gustaba mucho, demasiado, pero sentía que no estaba bien. Él era mayor, no solo eso, sus respectivas historias, sus realidades, eran demasiado diferentes, no podía funcionar.

Transcurrió casi un mes y no se hacía más fácil para Lucas, especialmente porque cada vez que abría los contactos de su teléfono, ella estaba allí encabezando la lista, era exasperante. Finalmente un día decidió borrar su número, pero en lugar de eso terminó presionando el botón de marcar. Los nervios lo invadieron y sintió el impulso de colgar pero antes que pudiera hacerlo escuchó la voz de Amanda al otro lado.

―Aló... ¡Aló! ―repitió al no obtener una respuesta.

―Hola ¿Amanda?

―Sí, ¿Quién habla?

―Lucas.

Un silencio se hizo al otro lado, unos segundos después Amanda preguntó algo cortante:

―¿A qué debo el honor?

―A nada en especial, solo llamaba para saber cómo has estado ―respondió Lucas preparándose para recibir los reproches de la chica.

Sin embargo no fue así. Escuchar de nuevo la voz de Lucas, le había devuelto a Amanda el buen humor y como si nada empezaron a ponerse al día. Los dos estaban estudiando ahora y parecía difícil poder reunirse en algún momento cercano. A pesar de ello, deseaban verse, estaban intentando ponerse de acuerdo cuando la hermanita de Amanda se acercó para pedirle que la ayudara con su tarea. Ella respondió que solo terminaría esa llamada.

―¡Ya llevas hablando como mil horas! ―Dijo la pequeña lloriqueando.

Amanda se molestó por la impaciencia de su hermanita, pero miró de reojo el cronómetro del teléfono y marcaba 49 minutos. No se había dado cuenta de que había estado hablando con Lucas por tanto tiempo. Le dijo que le diera su número y que ella lo llamaría luego, sabía que si continuaba hablando su hermanita iría a quejarse y empezaría el interrogatorio.

Lucas empezó a sentirse ansioso desde el mismo momento que colgó el teléfono. ¿Amanda le llamaría en verdad o solo lo había dicho para librarse de él? Para su consuelo recibió la esperada llamada apenas al día siguiente. Quedaron en reunirse al final de los exámenes parciales de Lucas, aprovechando que en esos días él contaba con un poco más de tiempo libre. Acordaron verse era una heladería que quedaba a la vuelta del colegio de Amanda.

La primera vez fue un poco extraña para ambos: ella apareció con su uniforme de colegiala y él no pudo evitar sentirse algo despreciable. Ella también se sentía insegura, Lucas le producía un hormigueo en el cuerpo y en el corazón que nunca había sentido antes.

―Hola niña ―dijo él con una sonrisa irónica que empezaba a convertirse en su distintivo.

Ella rodó los ojos y se prendió de su brazo con una confianza muy natural. Él sintió una descarga de electricidad recorriendo su cuerpo, pero era placentera, así que no se opuso.

Esa y muchas tardes más pasaron charlando, riendo y comiendo helado. Usualmente luego de la visita a la heladería, caminaban un par de cuadras hasta llegar a un parque cercano, donde se sentaban lado a lado en una banca que quedaba bajo un inmenso árbol que a veces era sombra y a veces claroscuro.

Quizá se veían cada dos meses y sus reuniones apenas duraban una o dos horas porque a ella no le permitían pasar mucho tiempo fuera de casa (sin importar la excusa que inventara). Cuando el tirano reloj de la iglesia de enfrente marcaba el final del encuentro, él la acompañaba a la parada del bus. Ella se colgaba de su brazo o lo tomaba de la mano mientras caminaban. Cuando el autobús se aproximaba, él le daba una beso apurado en la mejía que a veces se sentía como bofetada y ella se marchaba agitando la mano hasta que desaparecía de su vista.

AMIGOS SIN DERECHOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora