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Ana se desmayó nada más escuchar la noticia, ni siquiera alcanzó a verse la herida.

—Deberíamos dejarla dormir, esta situación es demasiado para ella —apuntó la nana madrina.

—¡¿Para ella?! Yo soy su madre, ¡¿cómo crees que me siento?!

La madre dio un puñetazo a una de las repisas de la pared del comedor; de tal magnitud fue el golpe que la madera cedió, los clavos se separaron y todas las vasijas de porcelana cayeron al piso alrededor de sus tacones y el contenido de su estómago que había vaciado con anterioridad. A ella ni siquiera le importó. Tomó las piezas que no se habían fracturado y las fue lanzando en todas direcciones. Arrojó tantos lamentos y maldiciones como había adornos por romper y, al quedarse sin ninguno más, se dejó caer de rodillas, llorando sobre su vómito.

¿Qué había hecho mal? Se enamoró perdidamente del hombre más poderoso de todo el pueblo, sí, puede que ese haya sido el problema. No hubo segundas intenciones en su amor, ni máscaras ni falsedades. Sí lo amaba, y él amó a sus hijas como si le pertenecieran y le confió a la suya propia. Tan encantadora niña le pareció al principio.

El error fue cuando se mudaron a la mansión. No lo supo enseguida, pero al cabo de un tiempo era imposible negar que Cenicienta tenía celos, que veía a sus hermanastras como una amenaza y que todas aquellas bromas a las que las sometía no eran tan inofensivas.

Ojalá él no hubiera muerto nunca, era lo único que controlaba a esa niña en cuerpo de mujer. Estaba endemoniada, lo sabía. Nunca había tenido nada en contra de la nana madrina, pero, ¿hasta dónde podrían llegar sus influencias? Era muy probable que alguno de los espíritus que invocaba se hubiese alojado en su hijastra, y ahora Ana tenía un dedo menos, Gris estaba más nerviosa de lo que jamás había exteriorizado y ella misma temía por la seguridad de las tres. Todo había dejado de ser una travesura a una pesadilla justo ante sus ojos y no era capaz de identificar en qué momento se había cruzado la línea.

—Mamá, me parece que deberías recostarte con...

—¡No me trates como si estuviera loca!

—¡Estás histérica, mírate! —Gris vio a los tres intrusos—. Llévensela de aquí antes de que se empiece a arrancar los pelos.

—¿A dónde la vamos a llevar si todo está cerrado? —Preguntó Gustavo.

A veces Gris deseaba confundirse y pegarle la cabeza contra el piso repetidas veces. Por accidente.

—Pónganla en el cuarto que comparto con Ana, tú sabes dónde es. Y aprovechen y se la llevan a ella también. Una en cada cama, ¿entendiste? ¿O también te tengo que dibujar un mapa?

Gus se acercó a la dueña de la mansión para darle una mano y guiarla hacia el cuarto, esta se resistía pero accedió luego de escuchar los regaños de su hija mayor. A su vez, el  carnicero cargó a Ana y siguió al rechoncho hasta el otro lado de la cortina al rechoncho muchacho que también llevaba la ya demasiado gastada vela.

—Señorita, usted me disculpará pero algo muy extraño está moviéndose por aquí, puedo sentirlo. Fuerzas oscuras que no logró identificar... Estaré rezando en mis aposentos.

Al escuchar eso, Gris sentía el doble de sensibilidad en su piel. No quería tener que escuchar a su nana madrina invocando entes extrañas y menos en esa situación en la que se encontraban. Además, empeoraba con la idea de quedarse en plena oscuridad con un desconocido y una loca acechando en los cientos de rincones de la mansión.

—Se puede ir, nana madrina. Pero deje el velón.

La expresión de la anciana no podría haberse tornado tan ofendida ni aunque su ahijada le hubiese insultado a su difunta madre. No era más que un servicio en esa familia, pero estaba acostumbrada a sentirse como parte de ella al punto en que solo la madre le daba órdenes y en la mayoría de los casos solo eran amistosas sugerencias. Sin embargo, no discutió, no tenía ni voz ni argumentos, solo añoraba encerrarse en su cuarto aunque fuese nada más con la claridad que escapaba de su ventana sellada.

Matar a Cenicienta [COMPLETA]Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ