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¿Cómo no se lo imaginó antes? Era un niño manipulable, el mejor amigo de Cenicienta, haría por ella cualquier cosa incluso lanzar a su nana de las escaleras. Estaba tan claro que se odiaba a sí misma por no haber querido ver.

—Mi niño... —intentó decir pese al temblor de su voz—. No importa lo que ella te esté haciendo... podemos... juntos podemos contra ella.

—¡Jamás la traicionaría! —respondió el muchacho con una carcajada—. Voy a hacerle el favor de matarte para que no tenga que morir nadie más, eso es todo.

—No tienes por qué hacerlo. ¿Ella te ha dicho que fui yo quien intentó matarla? ¡Es mentira!

Gus, aburrido, lanzó a la anciana contra el armazón de metal del estante con los químicos de limpieza y este le cayó encima.

Una botella de cloro se había roto y le chorreaba por la espalda como dedos helados que la acariciaban. Kilos de jabón en polvo la cubrían como un manto de nieve hirviendo al contacto con la piel. Le picaban los ojos, tosía todo lo que tocaba sus labios y atravesaba su boca, se sentía sucia y humillada, y lo peor es que sentía merecerlo.

Cenicienta era solo una niña sana y con muchas aspiraciones antes de que su nana madrina le regalara un peluche y una maldición de por vida. En su defensa, nunca imaginó que Kahuma tardaría tanto en inducirla al suicidio. Mientras la veía crecer y era consciente de que más que parecer histérica o depresiva la niña se tornaba maligna, más le preocupaba la posibilidad de que ella y el espíritu hubiesen formado un vínculo y que su pacto haya quedado en segundo plano.

Cuando Gustavo comenzó a levantar el armazón metálico la mujer comprendió que solo había una razón para que lo hiciera: iba a matarla de una vez.

—Yo... —intentó decir para ganar tiempo—. Déjame hablar con ella, tal vez de esa forma me entienda.

—Cenicienta —dijo Gus en simultáneo con sus brazos que levantaban a la vieja para sentarla de culo frente a él—, ella no se dejará ver hasta que todo haya terminado.

Le limpió un poco el rostro de toda aquella suciedad a la anciana y mirándola, casi como consuelo, le dijo:

—Quisiera decirte que te mataré y que todos los demás quedarán vivos, pero solo a sus hermanastras dejará salir de aquí. Los demás están muertos, ya sea que los mate yo o que se aburra y lo haga ella misma.

—No, no, no... Por favor, deje vivir a la señora, ella no hecho nada malo en esta vida. —La anciana se arrastró de rodillas para pegarse más al muchacho y suplicar—. Aguantó al mujeriego del señor solo porque decía amarla y le había dado un hogar para sus hijas, y lo que es peor, fue condenada a padecer la pena de la imprecisión de una hijastra maldita.

Gus sonrió.

—Maldita por usted.

—Yo... dile que de verdad lo siento, si ella entendiera...

—Ah, ella no lo sabe. Yo la escuché tanto o más que el carnicero que ahora descansa con sus cochinos.

—¿Y se lo vas a decir? —la anciana lo miró con los ojos de una bebé que anhela ser alimentada.

—Tal vez no tenga que hacerlo. No si usted me ayuda a matar a quien fue desde el principio el objetivo de todo esto. El putito prínci...

Como consecuencia del tubo que le golpeó en la cara no pudo terminar lo que había dicho. Confiado con su cuchillo a la mano no esperaba que la anciana recogiera parte del armazón de metal que se desprendió al caer de manera tan estrepitosa. La nana madrina había tenido suerte de que al moverse de rodillas Gus le prestara más atención al gesto de súplica y humillación que a lo que sucedía en el proceso.

El muchacho, con una mano cubriendo el chorro de sangre que le brotaba en la cara, corrió a gachas hacia el área de las lavadoras para salir del radar de alcance del arma que lo había herido.

Nana madrina no tuvo intenciones de perseguirle, el único apremio de su ser era salir de aquella putrefacción y advertir a los otros para que juntos consiguieran un método para escapar de aquella pesadilla.

Sin embargo, para escapar tuvo que correr en medio del laberinto de lavadoras, una sección que ya había atravesado sin suerte con el corazón en la boca y muy poca luz, en su desespero había olvidado tomar la lámpara y su error le costó que Gus la agarrara por los tobillos y tirase hasta hacerla caer de bruces.

Hacía tanto que no sentía un dolor en los senos como aquel habiendo caído con todo su peso justo con esa zona sobre el sólido tubo. Gus la agarró del pelo enredado como si metiese sus manos entre un arbusto de espinos y tiró al afianzar su agarre para voltearla hacia él. Ella ignoró su dolor para darle justo lo que deseaba, aprovechó el impulso para girarse y crear un arco amplio con su brazo e impactar justo en la sien del chico con el artefacto que aferraba aún.

Él no cayó, se tambaleó un poco y de ahí en adelante tuvo que mantenerse lúcido para esquivar las estocadas de la vieja. Oyó silbar el arma y se lanzó a la izquierda sintiendo cómo el aire se cortaba cerca de su otro costado. Esquivó de milagro un hachazo a la cabeza tirándose como un saco al suelo y girando como un armadillo para evitar que la mujer le clavara la pieza metálica.

Ella jadeaba, era una mujer de acción espiritual no física, si acaso restregar el piso podría ser tomado ejercicio para sus brazos no le servía de nada contra el ardor que ya emitían sus músculos como si se estuvieran desgarrando y sangrasen ácido.

Paró para poner las manos en su rodilla y recuperar el aliento, esperaba así que la bestia que rugía en sus pulmones se silenciara, mas no sintió alivio absoluto sino ese gancho que se cerraba de nuevo contra sus huesudos tobillos. Gus se había arrastrado hasta alcanzarla.

Teniéndola en el suelo no repitió su fallo anterior, clavó la hoja ya profanada con otra sangre no muy arriba de sus caderas. Con la anciana adolorida y chillando aprovechó para sacar el arma sin mucha floritura, girar el cuerpo que permanecía en mortífera tensión y efectuar la siguiente puñalada sobre el ombligo.

Su error fue creer que el dolor significa algo para un moribundo. La nana madrina ya había demostrado con anterioridad que su vida, por muy profana y miserable que fuera, valía más que su propia alma y dignidad, que el infierno en su espalda baja y el pinchazo de su barriga no la iban a cegar a la hora de ella misma arrancar el cuchillo de su piel ignorando el mar roja que se manifestaba, tomar al muchacho por el cuello y clavárselo hasta el mango justo en la cuenca del ojo.

Un muerte más en la mansión.

Matar a Cenicienta [COMPLETA]Where stories live. Discover now