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[ESTE CAPÍTULO PODRÍA CONTENER MATERIAL NO APTO PARA TODO PÚBLICO, SE RECOMIENDA DISCRECIÓN]

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Gris anunció que iría al baño. Era consciente de que no le hacía falta y sabía con mayor certeza que no debía pedir permiso para andar por su propia casa, pero tal cual estaban las cosas podría ser alarmante que se parara a decir que deseaba deambular solo porque sí.

Tampoco es que en realidad quisiera caminar mucho. Ni siquiera llegó al baño, que había uno en cada cuarto y otro para visitas al fondo, pasando sala, comedor y después de la cocina. Se quedó en el comedor desde donde la luz del velón al menos rozaba el lugar al atravesar la fila tela de la cortina.

Pegó sus palmas a la superficie de la mesa y dejó salir todo el aire que contenía. Sudaba, lo supo por las gotas que acariciaban su cara en su descenso hasta martillar sobre la madera. Se pasó ambas manos por el rostro y emborronó todo lo que en algún momento fue un maquillaje costoso, seguro su rostro parecía el de un payaso, con lagunas negras alrededor de los ojos, estelas de rojo alejándose de sus labios hasta sus orejas y unas cejas deforme con espacios vacíos. Se dio cuenta que todo eso no podría hacerlo solo el sudor, tal vez estaba llorando, tal vez todo eso era demasiado para ella.

Sorbió por la nariz y al instante sintió una mano desnuda en su boca.

—Ssshh... —siseaba en su oído—. Te voy a soltar pero no grites, ¿okay? gris asintió con el corazón en la garganta—. Les dije que iba para la cocina, si gritas sabrán que mentí.

Cuando Richard la soltó Gris ni siquiera esperó a medir sus actos, giró sobre sí misma y le clavó un puñetazo al tabique del chico. Este se arrodilló agarrándose la nariz y soltó un gruñido ahogado, sonó como lo que emitiría un hombre que acaba de ser golpeado en las bolas.

Ella se agachó frente a él dispuesta a preguntarle sobre por qué la había asustado así, pero este la agarró por el cuello.

La apretaba con una sola mano, mientras más sentía aumentar el ritmo salvaje de su pecho rugiendo por un poco de aire, más presión aplicaba. Solo la soltó cuando la chica se relajó, cediendo a lo que quisiera hacerle.

—Tienes que controlarte —le advirtió el chico con los dientes apretados.

Se soltó la nariz y gestuculó un poco para estirarla. Gris, a su vez, se frotaba el cuello con la mirada desenfocada como si no estuviera en ese lugar sino perdida dentro de un universo en su cabeza.

Richard la observaba lo poco que podía distinguirse de ella por la oscuridad como si nada en este mundo le intrigara tanto. Entonces ella volteó y le clavó una mirada asesina.

—La próxima vez que vuelvas a tocarme te corto la otra mano —amenazó.

Richard, enaltecido por la prohibición, se levantó. En solo unos pasos ya estaba frente a ella y llevó su mano hasta ese escaso cabello con el largo suficiente para que él metiera sus dedos, los enroscara un poco y apretara hasta alzarla por ahí. Al fin la tuvo de pie, hubiese estado a su altura si él no le estuviese echando el cuello hacia atrás para que mirara la llama de sus ojos desde abajo y comprendiera el torrente de autoridad que a él lo invadía.

—Quiero... —Dio otro tirón a su cabello. El cuello le tronó pero el mayor daño fue provocado por el susto—. Quiero que me repitas lo que acabas de decir.

Gris se despojó de sí misma en brazos de una cínica risa que demostraba que en ese instante podía sentir cualquier cosa, menos miedo.

—Cuando me sueltes Cenicienta será el menor de tus problemas. —Invocó un poco de flema de su pecho y escupió todo en un gargajo a la cara de su agresor.

Richard la soltó para limpiarse la cara y ella no hizo ademán de perseguirlo, solo se quedó ahí, riéndose mientras él la llamaba puerca.

No se resistió cuando el muchacho volvió a agredir su cuerpo esta vez tirando de su camisa y luego pegándola de una pared. Por la oscuridad y por lo ajeno que se le hacía la casa no se percató de que la había hecho chocar contra una repisa, gracias al golpe los pocos platos que quedaban intactos se hicieron añicos en el suelo. Si Ana y su madre no sabían antes que estaban en la cocina, era seguro que ya lo tenían claro. Sin embargo, ninguna acudió.

—Si de verdad quisieras librarte de mí —susurraba exaltado Richard al oído de su presa arrinconada— no me hubieras defendido allá afuera de tu nana, ¿o sí?

Gris llevó ambas manos con disimulo al borde inferior de la camisa del muchacho y cuando decidió cómo entrar se clavó de uñas como un gato en su espalda y acuchilló con presión mientras descendía. Tenía la mala costumbre de comerse las uñas por lo que le quedaban algunos picos irregulares que harían el mismo efecto de una navaja en la piel del chico, supo que sangraba cuando volvió a pasar sus manos con agresividad y la sintió húmeda.

Richard gruñó como una vestia, era sinónimo de dolor pero no quiso apartarse. Al contrario, pegó a la chica a su cuerpo con tanta necesidad que le hacía daño en los huesos.

Gris se resistía a su agarre, pero de alguna forma supo que no lo hacía en serio, que en realidad le estaba pidiendo más y él pareció comprenderlo también porque la cargó solo lo suficiente para que ella enrollara las piernas en su torso y la llevó hasta la mesa, donde la tiró.

Viéndola ahí, con las piernas abiertas y la respiración entrecortada, retorciéndose mientras tiraba de su camisa, pidiendo su cuerpo, parecía un animal hambriento.

Metió la mano entre la curvatura de su espalda y la mesa para sentarla en el borde y la dejó que lo volviera a encarcelar con sus piernas.

—¿Qué quieres? —le preguntó al tiempo que le rasgaba la camisa y le mordía todo pedazo de piel que se iba desnudando. Clavaba tan fuerte sus dientes que la piel de Gris ardía a punto de explotar, apartaba su boca en movimientos tan bruscos sin despegar la mandíbula que se llevó varios tajos. Muchas de las las marcas de esa noche serían eternas.

Cada terminación nerviosa del cuerpo de Gris clamaba por más y lo patentó en manera en que le tatuaba la piel con sus garras, en cómo su respiración se descontrolaba al punto que rozaba la línea de lo peligroso. Le gustaba cómo la dureza entre las piernas del chico se frotaba contra lo que palpitaba en medio de sus muslos cuando ambos movían las caderas, pero esas voces solo eran el soplido de una flauta entre tambores y trompeta, lo que en realidad quería era que le siguiese haciendo daño.

Lo empujó tan fuerte que lo hizo caer, supo que lo desesperaría, y cuando volvió a ella la abofeteó. Fue como una explosión de champaña en su torrente sanguíneo.

Justo cuando iban a reanudar todo el golpe pareció refrescarme la memoria a Gris y lo volvió a empujar.
—Para —le dijo.

Él siguió forcejeando por someterla. Ella le metió una patada entre las piernas pero solo consiguió excitarlo más.

—¡Que pares te dije!

Le metió un puñetazo en el ojo, otro empujón y se bajó de la mesa.

—No podemos seguir —dijo luchando por recobrar el aliento. Por muy excitada que estuviera necesitaba pensar en claro—. Te jodes porque yo no pienso seguir con esto, ¿okay? ¿Estás loco o qué coño?

—¿De qué carajos hablas? Si somos iguales.

—Igual de pendejos. Jugando aquí a esta mierda mientras Cenicienta hace de las suyas. ¿Y te cuento lo peor? Que si no comenzamos a matarnos ya no quedará ninguno vivo para la medianoche de mañana.

Recogió una de las tantas cosas que habían caído de las repisas. Un cuchillo.

—Tal vez debamos empezar de una vez.

Matar a Cenicienta [COMPLETA]Where stories live. Discover now