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La anciana despertó anclada de manos y pies con retazos de sábanas a uno de los estantes de limpieza. Por el ardor en su nariz y la vaga memoria de un aroma casi desaparecido supo que la habían sedado con cloro puro.

La lámpara estaba frente a ella en el piso entre las piernas del peluche.

—Kahuma —llamó la anciana por su nombre al espíritu dentro del objeto inanimado—. ¿Qué me has hecho?

El juguete mantuvo su sonrisa, tuerto, inmóvil. No parecía muy interesado en responderle.

—Yo no te traje para que me hicieras esto. —Bajó el tono de voz y miro a todas direcciones, Cenicienta podría estar en cualquier lugar—. Se suponía que llevarías a la niña al suicidio no que la volverías contra mí. Sé que... —El muñeco seguía sin reaccionar—... Sé que no te gusta ese cuerpo, pero estarías libre apenas ella se muriera. Sácame de aquí, Kahuma, y pediré al padre que nos dé una mejor misión.

Se escucharon pasos, alguien venía de la zona de lavadoras, seguramente había escuchada cada palabra que salió de la boca de la anciana. Si era Cenicienta estaba perdida, a estas alturas seguro había formado un vínculo más fuerte con Kahuma del que ella había sido capaz de forjar. Era lo más probable teniendo en cuenta que la anciana solo había servido para invocarlo y darle órdenes, ella en carne propia había patentado que cuando uno es solo un empleado siempre guarda una raíz de resentimiento.

Pero quien entró al cuarto de detergentes no fue una mujer, sino un hombre no mucho más joven que ella. El carnicero.

Se acercó hacia ella con el rostro poseído por un torrente de furia antinatural, estando a su altura le vertió encima un balde de agua sucia que consiguió en una de las lavadoras a la que no le había dado tiempo de exprimir gracias al apagón y le gritó "bruja" como si la palabra se la estuviesen arrancando del hígado. Cuando el traste quedó vacío se lo tiró a la cara con la fuerza que se patea una pelota de fútbol.

La anciana se removió como un gato al tiempo que escupía tanto como le era posible, al encontrarse atada no pudo limpiarse el rostro, en especial los ojos que le ardían por el cloro, la mugre y el jabón.

Lamentaba que el lavandero no estuviese más cerca de la sala, de ser así alguien podría haberlos oído y acudir en su auxilio. Pensó en rezar, pero sus clamores solo funcionaban si los expresaba en voz alta y por cómo el carnicero la llamó bruja no quería arriesgarse a que este la interrumpiera con una agresión peor.

—Entonces siempre has estado detrás de todo esto... —la acusó el hombre. La voz le temblaba de tanta rabia contenida.

Su hijo, su único hijo, estaba en peligro de muerte gracias a esa mujer. ¿Qué le garantizaba que ya no estuviese muerto como uno de los descartes de Cenicienta hasta dar con quien la había intentado matar? Y él tenía la culpable justo en frente.

Sacó el cuchillo que siempre llevaba consigo, acabaría con eso de una vez, esa bruja no merecía ni siquiera un segundo más de oxígeno.

—¡Espera! —consiguió gritar la mujer entre su tos—. Cometes un grave error.

El carnicero ni volteó a verla y probó el filo de su arma en su antebrazo. Estaba tan acostumbrado a la sangre que mirarla asomar por su piel le dio un aire de naturalidad a toda esa locura que estaba viviendo, se sintió de nuevo como en su casa, desollando vacas y fraccionando cerdos.

—Te he dicho que cometes un error. Yo... yo sé lo que imaginas, pe-pero... ¡no es así! Yo no soy a quien busca Cenicienta, si me matas quedará en libertad el verdadero culpable y Cenicienta seguirá matando.

El carnicero hizo caso omiso por segunda vez a sus declaraciones. Al fin y al cabo, era una bruja, no iba a admitir nada. Además, si resultaba no ser la culpable sería un buen punto de partida, prefería matarlos a todos con sus propias manos que permitir que su hijo corriera peligro, al fin y al cabo, solo eran un montón de cerdos. Un par de animales más, un par menos.

Sin embargo, tal vez se excedió al taparle la boca e ignorar sus gritos desesperados, existe la posibilidad de que, si la hubiese escuchado, habría entendido la advertencia que le daba y la persona encapuchada detrás de él no le hubiese abierto la garganta con el mismo cuchillo que usaba para rebanar su ganado.

Matar a Cenicienta [COMPLETA]Where stories live. Discover now