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Mientras Elba se mantenía en silencio —para variar—, Lazo empezó a reírse antes de agarrarme del hombro y tratar de detener su risa.

—¿Y si eres un dios? O sea, eso explicaría por qué las personas hacen cosas malas cuando ya no estás.

Tuve que detener todo lo que estaba haciendo, pues eso era algo nuevo. ¿Un dios? La idea nunca se había ni asomado en mi mente, pero de golpe tenía un poco de sentido.

—¿Y qué, la gente se comporta mal cuando yo me voy pero ni siquiera saben que estuve?

Él sólo se encogió de hombros y volvió a mirarme.

—No me sorprendería, todo puede pasar. Espera —su rostro se puso serio—. ¡Oh, Dios mío! ¡Conocí a un dios!

Su risa volvió a inundar el ambiente y terminó contagiándome.

Elba, quien seguía todavía sin pronunciar palabra alguna, por fin se dignó a hablar, y juro que preferiría que no lo hubiera hecho.

Cómo morir y no iniciar una guerra en el intentoWhere stories live. Discover now