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En aquel momento, no sabría decir cuál era nuestro plan. Podría existir otro pasillo por el que salir a una calle distinta, como podría que no, y sólo terminaríamos en un corredor oscuro —mientras un grupo de personas intentaba perseguirme para matarme, gran idea—. Incluso si lográbamos llegar al lugar de comidas sin que nos atrapasen, ¿qué nos aseguraba que no nos estarían esperando allí también? Además, ellos tenían algo que nosotros no: la velocidad de un vehículo. Sumado a cómo nos superaban en capacidad —y probablemente en número—, no teníamos oportunidad alguna.

Eran partes iguales de esperanza y obstinación. Sabíamos que no lo íbamos a lograr, mas no nos rendiríamos sin intentarlo.

Aunque, al final sí lo hicimos (o algo así).

Cómo morir y no iniciar una guerra en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora